lunes, 17 de septiembre de 2007

Los rincones más bellos de Granada- 4

30 - Las madroñeras y el estanque del Carmen de los Mártires

Dejo atrás la centenaria madroñera y me aproximo al estanque. Cuando otras veces he venido por aquí me lo he encontrado lleno. Y siempre nadando en él algunos patos y cisnes. Pero este año, el agua en Granada, está escaseando. No ha llovido mucho y, los pantanos que abastecen a la ciudad, se encuentran casi al mínimo. ¿Te acuerdas cuando aquel día paseabas por el muro del embalse de Canales? Era por la mañana, hacía bastante fresco y corría un agradable vientecillo. Por el paseo que hay en el muro del embalse, te fuiste, recogida en ti y mirando. Lo mirabas todo. Las florecillas por entre las piedras, los romeros en flor, el verde azul del agua… ¿No te acuerdas que me preguntaste?
- El agua de este pantano ¿a dónde va?
Y te dije:
- A la ciudad de Granada. Es la que bebes cada mañana cuando abres el grifo en la habitación de tu residencia.
- ¿Y es buena?
- De la mejor calidad. Porque el agua del Embalse de Canales, el que ahora mismo tienes antes tus ojos, baja directamente de las nieves de Sierra Nevada. Así que imagínate qué pura y buena.

Guardaste silencio mientras seguías con tu paseo. El vientecillo jugaba con tu pelo negro y el sol se dormía en tu cara. Y, de pronto, otra vez me dijiste:
- Esto que ahora estoy viendo por aquí es por completo nuevo para mí.
- ¿Es que en Rusia no tenéis pantanos?
- Si los hay yo no los he visto nunca. Solo conozco algunos lagos y, el que más, uno que hay no muy lejos de mi casa de campo. En sus aguas me he bañado algunas veces y, cuando era niña, también jugaba con mis amigas.
Y pensé, en ese momento: “Tu país lejano, tus juegos de niña, tu casa de campo… todo tan desconocido por mí y tan interesante y hermoso porque te pertenece a ti…”

Mientras me acerco al estanque de los patos voy repasando en mi mente estos recuerdos. Tu singular presencia por estos y aquellos rincones de Granada. Y también, mientras lentamente recorro el camino que me acerca al estanque, miro y acaricio con mis manos las madroñeras que me voy encontrando. Y te dibujo en mi mente de otra forma nueva. Por entre estas madroñeras, cuajadas de rojos frutos, en los meses de invierno. Porque es en esta época del año cuando maduran los madroños. Y eso también te pregunto: ¿viniste por aquí, el año pasado, a ver las madroñeras con sus frutos? Si lo hiciste no me lo dijiste. ¡Pero han sido tantas las cosas que no has compartido conmigo!

Sin embargo ¿sabes qué pienso, al ver ahora estas madroñeras y sentir tu ausencia? Que este invierno próximo, cuando florezcan estos arbustos y maduren sus frutos, voy a venir por aquí. A disfrutar de este sencillo y natural espectáculo para también regalártelo a ti. Para que, entre las cosas que has conocido en España, tengas una más. Las madroñeras de Granada repletas de madroños rojos en los días en los días de nieblas. Gran cosa es esto, aunque no lo creas. Porque en muy pocos lugares del mundo es posible gozar de un sencillo y a la vez fantástico espectáculo como éste. ¿Sabías que la madroñera es una planta típica de la Península Ibérica? Pues ya te lo he dicho.

Se me termina el caminillo y ya estoy justo al borde del estanque. Y me sorprendo. No porque me encuentre los patos por aquí nadando en el agua azul verde. Me sorprendo por lo contrario. El estanque de los jardines del Carmen de los Mártires, me lo encuentro casi vacío. Por la mitad le llega el agua y por supuesto que no hay patos. Ni podrían nadar si los hubiera. Me quedo parado y miro fijo. Y me pregunto: ¿qué es lo que ha pasado? ¡Con lo ilusionado que venía pensando regalarte este rincón! Pero sí aunque no. Ya te decía que este año está muy escasa el agua en Granada. Y también me sirve, la sequedad de este estanque, como símbolo de la tristeza que, con tu ausencia, ahora respira por aquí mi alma.

31 - El estanque, las escaleras y el huerto

Las aguas de este estanque hoy sí tienen peces. Y, al verlos, se me viene a la mente las aguas claras de las fuentes en el jardincillo de las rosas. ¿Lo recuerdas? Cada vez que has ido por ese rincón, lo que más te gustaba, después de las rosas, eran los peces de colores. Siempre preguntabas:
- ¿Y de qué viven?
- Viven del agua.
- ¿Pero nadie los alimenta?
- Nadie. Ni siquiera en invierno cuando las temperaturas bajan.
Y luego te quedabas observándolos como sin tiempo. De los peces de colores en las aguas claras de las fuentes en el jardincillo de las rosas, te pasabas a las ranas y a los nenúfares. Como si en todo esto encontraras un especial alimento para tu alma. ¿A que lo recuerdas?

Pues en las aguas de este estanque del Carmen de los Mártires, esta tarde veo peces de colores. Y me acuerdo de ti y de aquellas tardes entre los jardines de los rincones de Granada. Pero lo que veo por aquí hoy no me gusta anda. Parece como si, desde hace tiempo, hayan ido dejando abandonadas muchas cosas en este jardín de los Mártires. No hay patos en el estanque, las aguas no son claras, las hojas viejas de las madroñeras flotan en ellas y, aunque sí hay peces de colores, todo se ve muy poco cuidado. Así que lo siento si en este momento no puedo regalarte una pincelada hermosa de este rincón de Granada. Pero la culpa no es mía. Sin embargo, la luz sobre este cerro, el airecillo, la visión sobre la ciudad de Granada y las altas cumbres de Sierra Nevada, si son hermosas. Así que una cosa por la otra y para que compruebes que, como en cualquier parte del mundo, los sitios las cosas y también pueden estar abandonadas.

Sigo con la ruta que te voy regalando. Giro para la izquierda, bajo las escaleras de las rocas calizas y me voy para otro rincón del jardín. Pero antes de avanzar más quiero decirte que, las rocas calizas que hay a los lados de las escaleras, sí que son bellas. Rocas naturales traídas de las montañas de por aquí cerca y elegidas entre las más originales. ¿No te acuerdas que también recorriste algunas de estas montañas? Fue en aquellos días de primavera y lo hiciste, me decías, para tener una visión más completa de todo lo que en sí es Granada. Por eso preguntabas:
- ¿Cómo se llaman estos bosques, esos barrancos y todas aquellas montañas?
- Cada cosa tiene su nombre propio pero la totalidad es el Parque Natural de las Sierras de Huértor Santillán. Es mejor que te quedes solo con el nombre grande para recordarlo siempre. Los nombres pequeños se olvidan con facilidad.
- Eso es cierto.

Pero sí te aprendiste luego el nacimiento del río Darro, el que surte de agua a la Alhambra. Y también el de la Fuente de la Teja y el de la Cueva de loso Mármoles. ¿No te acuerdas? Pues vuelvo al comienzo. Y te decía que las piedras que han puesto en las escaleras que, desde el estanque da paso a otras partes, son calizas y de las sierras que conoces. Y son realmente bellas estas rocas. De las montañas de Granada y escogidas entre muchas. Así que algo más que conoces por estos sitios de España.

La escalera me deja, en solo unos metros, en las tierras de lo que antes fue por aquí huerto. Otras veces, cuando he venido por estos jardines, me lo he encontrado todo sembrado. Con fresas, hierbabuena, espárragos, plantas aromáticas… Sin embargo hoy también me lo encuentro sin plantas. Todo muy seco, solo unas cuantas matas de fresas y nada más. ¿Qué ha pasado? ¿Es por la escasez de agua que te decía antes? Aunque los bancales sí me los encuentro con la tierra labrada y los surcos trazados pero nada sembrado en ellos.

Lo recorro por el lado de la izquierda. Por donde va el acueducto que lleva el agua al estanque. A mi izquierda y lado de la colina de la Alhambra, se me va quedando el recinto del nuevo jardín botánico. Hace solo un par de años que lo construyeron. Y, no te preocupes: dentro de un rato voy a recorrerlo para ti. Quiero que también lo sepas a fin de que conozcas unas pinceladas más de los rincones de Granada. Para que tengas claro qué otras cosas hay en la ciudad, además de monumentos y calles empedradas. Para que conozcas muchos matices de la ciudad de la Alhambra.

32 - El ciprés de San Juan de la Cruz

El terreno que ocupa el huerto, el que fue cultivado por San Juan de la Cruz, es rectangular. Se extiende desde el estanque hasta el ciprés centenario y es uno de los tres grandes huertos que, en aquellos tiempos, labraban y cultivaban sobre este altozano. En realidad, el estanque que ya he dejado atrás y donde nadan unos peces de colores, fue la alberca que almacenaba en agua para regar los tres huertos sobre esta colina. Uno al norte, otro al sur y el que voy a pisar ahora mismo. Avanzo y lo recorro por el lado que da a la cumbre de la Alhambra. Al final, paso el acueducto por debajo y me vengo para el lado del nuevo jardín botánico. A mi derecha, más al final y un poco en lo alto, ya veo el ciprés centenario. El que recoge la historia como sembrado por San Juan de la Cruz.

Antes de seguir voy a visitar este árbol. También para regalártelo y porque sí creo que es cierto, sino todo bastante, lo que se dice de él. Solo a simple vista ya se ve que es un árbol muy viejo. Alto y recio y con sus largas ramas extendidas al viento. Y el sitio donde crece también es muy curioso. Por eso enseguida me pregunto por tu presencia por aquí. ¿Viniste o no a este hermoso y recogido rincón de Granada? Al menos con tu bicicleta sí estoy seguro que no lo hiciste. Y si lo hiciste andando, algunas de las veces que por aquí viniste con tus amigas, tampoco me lo dijiste.

¿Qué te diga algo más de este árbol? Pues te comento que se le conoce con el nombre de Cedro de San Juan de la Cruz pero es un ciprés. Una variedad, muy escasa y poco conocida, de ciprés, cupressus lusitánica. Parece que procede de México y que fue traído a España en el siglo XVI por los monjes carmelitas que evangelizaron América. Muchas personas y en muchos sitios dicen que fue plantado por San Juan de la Cruz y que, a su sombra, escribió su libro: “La noche Oscura del Alma”. Otras personas también dicen que no fue exactamente así.

Remonto el camino hacia el mirador, sobre la elevación del terreno donde crece el ciprés. Un recorrido corto por un carril de tierra. Lo han adornado sombreando por aquí olivos y otras especies. Es parte del nuevo jardín botánico que voy a visitar dentro de un rato. Ahora llego al recinto del viejo ciprés. En el césped que rodea su tronco encuentro una pareja de jóvenes. Al fresco y a la sombra se dedican a sus cosas. Por eso, para respetar su especio, no me acerco mucho. Desde cierta distancia, observo el árbol, le hago algunas fotos, intento mirarlo recortado sobre el azul del cielo y las cumbres de Sierra Nevada y también me recreo en la belleza de sus ramas. Tiemblan empujadas por el vientecillo que pasa.

Alrededor del tronco de este gigante hermoso, han hecho como un círculo, lo han sembrado de césped, han trazado la acequia que lleve el agua al estanque, justo rozando el tronco y, circundando el redondez de césped, han puesto cinco bancos. Por detrás de los bancos y pegado al tronco, crecen madroñeras. También creo que tienen tantos años como el ciprés. Lo miro, sueño y te recuerdo. ¿Y sabes qué me digo?

Que de este ciprés tan viejo y, por eso repleto de historia, podría ponerme ahora y escribir mucho. Un hermoso y largo poema, un pequeño libro, una canción, un cuento… Sí, podría ponerme y seguro que sería capaz de hacer algo de lo que te digo. Pero no voy ni a intentarlo. Ya de este árbol y lugar se ha escrito mucho a lo largo de los años. Las personas que hoy tengan posibilidad de acceder a Internet, podrán comprobarlo. Con solo hacer una búsqueda, por todos sitios hay escritos repletos de información, fechas, historias, leyendas…de este ciprés. Así que no voy a repetir lo que ya han dicho otros y en tantos sitios.

Pero si te confirmo lo que ya te había comentado. Que es hermoso y llena mucho solo contemplarlo. Sin necesidad de saber nada más de él. Aquí clavado en una repisa del cerro y por eso elevado sobre el viejo huerto, frente al acueducto y también frente a la Alhambra y muy elevado sobre la vega de Granada, es como un guardián del tiempo. Repleto de amaneceres, tardes doradas, puestas de sol y silencios. Como si te estuviera esperando y como si también tuviera entre sus ramas algo muy concreto. Como si entre su vejez y serenidad, encerrara una gran queja, un lamento, un reproche…

Ya sabes, como te has ido tan de espaldas a la belleza y pureza del viento de la ciudad de Granada, pues hasta en el corazón del cielo hay dolor. Y yo puedo oírlo. Este hermoso ejemplar, clavado en el tiempo y cicatrizado de azules, me lo grita con sus ramas a los cuatro vientos. Así que te lo regalo, en este paseo que para ti vengo dando. Y te regalo también los cinco versos, sin sonido, con su asombro y tu recuerdo dentro.

Te fuiste
y te has quedado
sin saberlo,
como este viejo ciprés
frente al tiempo,
púlpito y eternidad,
Dios y cielo.

Solo aquello que resiste
fiel en su centro
es lo que importa al final.
Así que aquí dejo,
a la sombra de este asombro,
eterno y bello,
tu presencia por Granada
y mi sueño.

33 - Por el carril del nuevo jardín botánico

Desde el ciprés me vengo para la izquierda. Siguiendo el carril de tierra que me ha dejado en la misma sombra del viejo árbol. Y este carril, en realidad carretera pero sin asfaltar y solo por dentro del cerrado recinto, discurre a media ladera. ¿Por qué va por la mitad de la ladera? Porque el trozo de tierra que ocupa en nuevo jardín botánico, se reparte entre ladera, hondonada y llanura. En la parte de arriba o final de la colina de las Torres Bermejas. Desde aquí todavía el terreno sigue subiendo hasta rematar en los Llanos de la Perdiz. Pues por la ladera que por aquí delinea el terreno, al levante, discurre este carril de tierra. Junto a un trozo de la acequia que lleva agua al estanque. Y me la encuentro casi vacía. Con muy poco agua y estancada.

Es grande todo este espacio del jardín botánico. En realidad llega casi hasta lo más alto del cerro. Y, como la construcción de este espacio es reciente, las plantas aun no están muy desarrolladas. Pero creo que con el tiempo, este rincón puede convertirse en algo muy interesante en la ciudad de Granada. Queda lejos de la ciudad, muy elevado en la montaña, de fácil acceso pero hay que andar mucho para llegar aquí y para recorrerlo. Sin embargo, precisamente esto es lo que lo hace interesante. No será nunca un rincón de tantos si no que, como esta tarde, solo cuatro personas vendrán por aquí. Los que realmente tengan gusto por los espacios abiertos, la tranquilidad, los silencios…Como si dijera que esto será visitado solo por unos pocos. Los amantes de los bosques y perseguidores de sueños, como tú y yo y unos cuentos que conozco.

El sol de la tarde me va dando de frente. Y, como por aquí todavía no hay grandes árboles, pues me hiere en la cara, en la frente, en los brazos… Pero es hermoso y me gusta y también el fresco vientecillo mezclado con tu recuerdo. Por eso camino, en compañía de mi soledad de siempre y con los sueños que en mi corazón viven. Al frente voy viendo las torres de la Alhambra, la de la Vela, la de la Iglesia y el palacio de Carlos V. así que este espacio, además de quietud, verdes y silencios, también regala buenas vistas sobre las grandes colinas de esta montaña. Y claro que me pregunto: ¿Viniste alguna vez por este hermoso rincón de Granada? Muy seguro estoy de que no. Sin embargo, ya vez, hay tanta belleza por estos sitios, tanta naturaleza, tantos sueños por aquí agazapados, que es fundamental recorrerlos. Tanto o más como el mismo centro de la ciudad, calles o monumentos. Porque una ciudad, la riqueza y belleza de cualquier parte del mundo, hay que buscarla siempre en la totalidad. En los monumentos, edificios, espacios abiertos y también en las montañas, valles, ríos, bosques y prados. La suma de todo esto es en realidad el sitio en sí.

Pero tú, bien lo sé, te quedaste solo con algunos trozos de Granada. Casi exclusivamente lo urbano y algo de las personas. Por eso te decía que te falta mucha información para tener una visión medianamente completa de esta ciudad. Y por eso yo la estoy recorriendo de otra forma distinta y te la comento. No es esta ciudad, ni mucho menos, solo aquella porción que le venden a los turistas. ¿Lo entiendes?

A unos cien metros desde el ciprés, el carril que recorro, traza una curva para el barranco de la izquierda. Es en esta hondonada donde en realidad se encuentra el corazón del nuevo espacio botánico. Por esta curva y carril sigo avanzando. Todo por aquí es muy nuevo para mí y por eso lo miro ilusionado. Con mis ojos abiertos y mi alma muy atenta para que no se me escapen los detalles. Y me paro un rato, asomado al balcón que, por la izquierda, se abre para esta hondonada. Un bonito y sencillo balcón construido en un sitio clave de este gran espacio verde.

Sé que nunca en la vida vendrás ya por aquí. Porque tengo muy claro que nunca más volverás a Granada. Así que ni siquiera pensar quiero que alguna vez en tu vida puedas pisar el rincón que ahora mismo recorro para ti. Pero aun teniendo todo esto muy claro, bien sabe el cielo que lo estoy recorriendo con el amor más sincero. Para explicártelo desde la honestidad más pura, con el más exquisito respeto y la mayor ternura. Porque sé que en la vida, nada, nada, ni siquiera el más insignificante de los momentos, carece de valor. Todo debe ser siempre tratado con el más fino respeto. Y cuando se trata de personas, aun más. Y más todavía debe ser tratada con nobleza la belleza que a todos y cada uno Dios nos regala.

34 - El tronco viejo del olmo gigante

De nuevo el carril gira para la derecha. Por esta ladera han sembrado olivos. ¿Ves? Árboles propios de estas tierras. Olivos, madroños, encinas, alcornoques… Felicito a los que tuvieron la idea de sembrar por aquí estas plantas. Para que las personas también podamos aprender cuales son los árboles propios de estos lugares del mundo. También esto es, casi al mismo o mayor nivel, que la cultura que se muestra en los museos. El mayor y más fantástico de los museos siempre he tenido muy claro que es la naturaleza.

Al frente me saluda un trozo de la antigua muralla. Cerca de ella han sembrado alcaparras y pitas. Dos plantas exclusivas de las tierras del sur. Es realmente curioso este espacio y me alegro que lo hayan aprovechado de esta forma. Unas madroñeras muy viejas pero al mismo tiempo fuertes, sanas y cargadas de madroños. Son el resultado de las florecillas que brotaron en el mes de enero. Cuando aun todavía vivías en España. Cuando de nuevo ahora, dentro de unos meses, llegue el invierno, estas madroñeras se cubrirán de hermosos frutos rojos. No vendré a verlas pero ya te las regalo.

Y te repito: si alguna vez vuelves a España y a Granada, ven a visitar este rincón del nuevo jardín botánico. Y, en este sitio, ven a ver concretamente a las madroñeras. Son arbustos silvestres propios de las montañas mediterráneas. Y por eso tienen mucho valor botánico. Son muy bellos y, las que hay en este rincón, están cargadas de años. Algo que siempre asombra y merece respeto.

Al llegar al final, el carril gira para la izquierda. Baja por unas escaleras y busca adentrarse en el corazón de este espacio verde. En la llanura del barranco. Me encuentro por aquí pinos de distintas especies, olivos, acebuches, madroñoras, alcornoques, durillos, almeces, álamos, sauces, cerezos, quejigos… Por lo hondo del barranco y desde el lado de la Alhambra, sube otro carril. Como dirección al estanque de los patos. Viene escoltado por arriates de laurel y palmeras. Es bello este lugar y lo tiene que ser más en primavera.

En el centro casi del barranco y del espacio ajardinado, el tronco seco del que fue un gran olmo. Se secó, seguro por la enfermedad que han sufrido estos árboles. Y han conservado su tronco. Buena idea porque tiene mucha belleza este trozo de olmo aunque esté sin vida. Con solo verlo se aprenden muchas cosas. De la vida, del tiempo, de la juventud, de los sueños… ¿Sabes? todo este mundo está lleno de filosofía, de imágenes, de poesía… Pero el tronco seco de un viejo olmo, quizá centenario, condensa en sí casi todos las ciencias y secretos.

Por eso me paro. Me siento frente a la silueta de este blanco y seco tocón y pienso en ti. No estás presente como tampoco la vida en este fabuloso trozo de madera pero el alma sí es capaz de traerte y de elevarte al cielo. Y también el alma es capaz de meditarte frente a la figura de este leño sin vida y de condensarte en cuatro versos:

Tronco viejo
de olmo gigante
sin nombre concreto,
¿a dónde se llevó,
el sol y el tiempo,
tu hermosa juventud
y tu fresco incienso?

Sin quererlo tú
te fuiste muriendo,
lento en la tarde
y en silencio.
Así es la vida
en este suelo,
todo se acaba.

Solo aquello
que es alma
y se eleva al cielo,
queda para siempre:
mi blanco sueño.

35 - Meditando las pequeñas cosas de este jardín

Cuando pasen los años y las plantas, en este rincón sembradas, hayan crecido, gustará mucho venir por aquí. Por el verdor que mostrará todo, por la gran variedad de planta, por el frescor y aromas que el ambiente regalará y por los silencios y tranquilidad. Así que, como en esos momento yo no estaré por aquí y tú seguirás lejos, elevo también este sueño mío al cielo y le pido que te lo regale. Para que lo puedas disfrutar en la distancia y en el tiempo.

Y sigo pensando que, cuando pasen los años, las personas que vengan por aquí, tendrán mucha suerte. Aunque solos sea a dar un paseo, a sentarse en algunos de estos bancos, a disfrutar del silencio, a respirar el aire. ¿Sabes? Hasta pienso que, más de uno de los que vengan por aquí, se entretendrá en leer las cosas que ahora escribo en mi cuaderno. Y pensarán en ti y, de ese modo, de nuevo estarás por estos sitios. ¿Por qué no podría ocurrir un milagro? ¿A que sería bello? En fin, los sueños míos contigo y las cosas bellas que por este rincón me encuentro. Sigo:

Pero ahora detengo mi recorrido. Me aparto del camino y, en uno de los bancos que por aquí han puesto, me siento. Miro mi reloj. Son las y cuarto de la tarde. Ya en tu país lejano son las once. Y a las diez de aquí de España, he quedado con tus amigas. Hoy ya tienen que irse definitivamente de la residencia. Como lo hiciste tú. Todas las cosas siempre llegan a su fin. Y tus amigas me han pedido que les ayude a mudarse. Se van a un piso alquilado. Bueno, a una habitación de este piso, Tania. Porque tu otra amiga, se marcha a Málaga. Dice que allí quiere buscar trabajo para el verano. Lo mismo decía Tania. Pero ella con su embarazo, lo tiene todo muy complicado. Pero yo sí voy a ayudarles a llevar sus cosas desde la residencia a piso. Mucho más no puedo hacer por ellas, excepto darles mi respeto y estar ahí.

Desde donde me he sentado miro para el barranco. Ya te he dicho que este jardín, muy elevado sobre la ciudad de Granada, se extiende por una hondonada, varias llanuras pequeñas y una ladera. Por donde los árboles, el carril y la acequia. Pues en el centro de la hondonada, centro también del recinto ajardinado, han construido una fuente. Nada espectacular pero sí con agua muy clara. Por eso le presta a la tarde y al conjunto, una muy agradable pincelada. No solo por el murmullo del agua y sus reflejos al sol de la tarde si no también por la compañía que regala. Es como si recordara que nada hay por aquí muerto. Que todo está lleno de vida y, además, transparente y fresca. Como las danzas de esta agua que se contornea en la tarde. Solo dedicada a sí misma y a jugar con el viento. Y por eso me digo que te gustaría mucho si la vieras. Y no es gran cosa pero todo muy bello. Como la vida misma. Como es siempre el mundo de lo pequeño. Insignificante pero perfecto como la mejor obra de arte. Así que te regalo también la danza de esta agua y su fresco. Y sigo:

Por el lado de la derecha, según miro desde aquí para el estanque, queda otro trozo de jardín. Es más antiguo y artificial. Se distribuye de otra forma. Con arriates, palmeras, pasillos… Un estanque también y en él una cascada y, en la cascada, culantrillo. Pequeña planta silvestre del grupo de los helechos y nenúfares amarillas. ¿Te acuerdas los que tanto a te gustaban en el jardincillo de las rosas? Aquellos son de colores blancos y morados y estos de aquí solo amarillos. Pero hermosos como el silencio de este rincón y tanto como tu recuerdo.

Me embeleso en esta fuente y flores unos segundos y sigo. Este otro trozo queda unido al que ya te he comentado, ese, al otro y así. Menos la parte de la ladera que cae para el barrio del Realejo. La que linda con la calle camino nuevo del cementerio. Ese lado de este Carmen de los Mártires, no se encuentra abierto al público. Es donde, en los tiempos antiguos, estuvieron las huertas del lado sur. Ahora ese terreno no está acondicionado ni cuidado. Lo han dejado en las manos de Dios y por eso, los árboles y otras y otras plantas, crecen casi asilvestrados. ¿Qué te gustaría saber más de este rincón?

Por el lado de la entrada pero pegado al estanque de los patos, otra clara fuente. Redonda y poco profunda pero sí colmada de agua. Desde el centro, un surtidor, pequeño, eleva los chorrillos y, al caer al recinto de la fuente, canturrean con tonos alegres. Las palmeras, creo que también centenarias, la miran desde su altura esbelta y los bancos que la circunda parecen vigilarla. Pero está en su serenidad y se mece en el vientecillo de la tarde.

Ya voy saliendo del recinto por este lado sur, jardín de las palmeras y pavos reales. Ya me acerco a la entrada. Porque la salida quiero hacerla por el mismo sitio. Pero antes de cruzar la explanada y atravesar la puerta, vuelvo un momento y te explico. No el palacio ni tampoco los jardines románticos ni los nazaríes si no el pequeño mirador entre las centenarias madroñeras.

36 - Desde el mirador de las madroñeras
en el Carmen de los Mártires


Y el pequeño mirador se cuelga por donde las madroñeras, al lado sur del Carmen de los Mártires. Casi escondido entre la vegetación y muy elevado sobre la ciudad. Voy llegando a él y voy pensando en ti. Sé que aquí tampoco estuviste pero deseo encontrarte. Aunque no sea cierto lo desea mi corazón. Por eso, mientras me acerco despacio, miro ilusionado.

Y, al salir de entre la espesura de la vegetación, te veo. De espaldas, apoyada en la baranda de hierro, mirando a la ciudad y metida en tu silencio. No quiero importunarte y por eso me aproximo sigiloso. Como de puntillas y restregándome los ojos para asegurarme que eres real. Y no sueño aunque, la visión que de ti ahora mismo tengo, es pura fantasía de mi mente. Desde hace días ya no estás en Granada pero, aun siendo cierto, yo nunca podré creerlo. Y de ello, darán testimonio ahora y siempre, las cosas que voy dejando escrita en mi cuaderno. Al sentirme llega te vuelves. Me miras y me dices:
- Te estaba esperando.
- ¿Para qué?
- Me dijiste un día que este rincón de Granada es hermoso. No lo conocía y por eso he venido a verlo.
- ¿Y te está gustando?
- Mucho pero no lo entiendo.
- ¿Qué es lo que no entiendes?
- Todavía ignoro muchas cosas de la ciudad de Granada, de Andalucía y de España. Así que estoy mirando pero ni siquiera sé qué es lo que ante mí tengo.
- ¿Y por eso me estabas esperando?
- Por eso y por algunas cosas más. Te cuento.

Apoyo mis manos sobre la baranda de hierro y, contigo, miro para la ciudad. Extendida desde la misma ladera del balcón que nos sostiene, frente al río Genil y para la ancha vega. También se estira río arriba, para las cumbres de Sierra Nevada y para la derecha, por donde en el centro emerge la catedral. Te pregunto:
- ¿A que es espléndida?
- Blanca y serena y, vista desde este pequeño balcón colgado casi del cielo, parece de película. Nunca había imaginado que en Granada encontrara esto.
- Me alegro que hayas venido. ¿Para qué me estabas esperando?
- ¿Tú sabes volar?
Al oírte esta pregunta me sorprendo. Te miro y me preguntas de nuevo:
- ¿No has volado nunca en los sueños?
- Sí, alguna vez lo he hecho. Pero estamos en la vida real.
- Lo es a medias. Yo ahora mismo respiro en Rusia y sin embargo estoy aquí contigo. ¿No es cierto?
- Creo que sí.
- Por eso quiero que te vengas conmigo en un vuelo, libre y grande, por encima de la ciudad de Granada. Surcando el aire y el espacio como si fuéramos aves y dueños de lo inmenso.
Y otra vez me sorprendo.

Guardo silencio por un instante y nuevamente me restriego los ojos. Quiero creer que es cierto lo que oigo y veo porque te echo en falta pero temo. Sé que no es cierto. Sin embargo, de nuevo puedo oírte:
- Yo sé que sabes volar y por eso te estoy pidiendo que me lleves en un vuelo por estos lugares de la ciudad. Para verlos mejor y para que me los expliques del modo en que siempre lo deseaste. ¿Me vas a conceder lo que te estoy pidiendo?
- Aunque no puedo hacerlo porque todavía soy materia, tú lo deseas y eso es bueno. Quieres ser libre, quieres ser aire, quieres elevarte sobre el suelo para llenarte de esta ciudad y llevarte sus mejores secretos. Quieres encumbrarte sobre la Tierra y acercarte más y más al cielo. Tu deseo es el más hermoso de todos los sueños. Y esto indica que en tu alma llevas sentimientos puros, realidades eternas. Te felicito y me alegro.

Los dos guardamos silencio. Al poco, me preguntas:
- ¿Cómo se llama todo ese barranco que estamos viendo?
- Desde esta ladera para abajo, se le conoce por el Barranco del Abogado. Por aquellas hondonadas va la carretera a la Sierra, más acá y en lo alto, queda el cementerio, para la derecha, las casas del barrio del Realejo, al fondo, ya ves el río Genil surcando silencioso y, aquí mismo, casi a nuestros pies pero abajo, tenemos el Campo del Príncipe. ¿A que es grandioso todo lo que desde aquí vemos?

De nuevo guardas un breve silencio y luego me dices:
- Y desde que tú me lo muestras a tu modo me parece mucho más. Por eso necesito elevarme en un vuelo y surcar el aire. Seguro que después de esta experiencia voy a quedar mucho más convencida de la belleza de Granada. Y este mirador, tan colgado en el cielo ¿no crees que es la plataforma ideal para saltar desde él e irse libre por el aire en un amplio vuelo?

37 - Acercándome al barrio del Realejo

Ya he salido del recinto Carmen de los Mártires. Vuelvo a recorrer la avenida que precede a su entrada, Paseo Carmen de los Mártires. Es el pórtico a los jardines que acabo de recorrer para ti. Lo ando lentamente, como si regresara o fuera el final de algo pero no es así. Me quedan todavía muchos trozos que recorrer y contarte en esta ciudad, por ti, abandonada. Ahora voy por esta ancha avenida y, te digo de ella que, en los próximos días, van a asfaltarla. A remendarla un poco para que esté algo más decente, lo mismo que harán con la avenida que hay cerca de tu residencia. ¿La recuerdas? ¿Sí, la avenida del Paseo de Cartuja? La has pisado muchas veces y otras tanta la has visto a lo lardo de los días que estuviste en esta ciudad. Así que fíjate, aunque no sea mucho, la ciudad de Granada, la van a poner un poco más guapa este verano. Ahora que te has marchado. Sin embargo, ya está viendo: en la medida que sé y puedo, te la regalo. Para que no la pierdas del todo.

Me acerco al gran hotel “Alhambra Palace”. ¿Sabes dónde se encuentra y cómo es? Justo en una pequeña plazoleta donde se juntan o cruzan cuatro calles. La calle Niño del Royo, Peña Partida y Antequeruela Alta y Baja. Cuatro pequeñas calles en un punto donde se deja el recinto ajardinado de la Alhambra y Carmen de los Mártires para entrar a la ciudad. Y, al llegar aquí te hago la misma pregunta que tanto repito: ¿Conoces este otro rincón de Granada? ¿Estuviste por aquí algún día, andando o en tu bicicleta? Tampoco me lo dijiste pero hoy, una vez más, te regalo el lugar y el momento. Y también quiero que sepas que, a este hotel, soñé enseñártelo alguna vez. Para explicártelo a fin de que gozaras de las hermosas vistas que desde aquí se observan sobre Granada. Es un edificio moderno pero lujoso y muy bien situado. Dicen que es uno de los de mayor lujo de Granada. Al menos, sí que se levanta en el sitio más hermoso.

Pues desde la pequeña plazoleta, en la entrada de este hotel, ahora doy comienzo a otra ruta para ti. Y, en lugar de tomar por la izquierda, calle Antequeruela Baja, sigo por el lado de la derecha. Por la calle Peña Partida, que es en realidad el último tramo de la calle Cuesta del Realejo. ¿Te suena la Cuesta de Alhacaba y la Cuesta de Gomérez? Pues esta calle y singular rincón de granada, se parece a la que lleva al corazón del Albaicín. También un poco a la Cuesta de Gomérez, pero memos porque ésta sí están empedrada y aquella tiene asfalto negro. Y, a este sitio, Cuesta del Realejo, ¿viniste o no? Por si no la conoces te digo que baja, toda esta calle, empedrada, con anchos escalones en forma de rellanos para aliviar la pendiente. Y lo hace por la ladera sur del puntal de las Torres Bermejas. Bonito, muy original y tranquilo es todo esto. Y el aire que corre es fresquito. Al fondo, se va viendo la ciudad, como dormida por la llanura de la vega y atravesada por el río que desciende de Sierra Nevada.

Bajo, el desnivel es granda pero liviano, y sé que, en cuanto llegue a lo llano, me encontraré con el famoso Campo del Príncipe. ¿Te suena? Seguro que sí pero tampoco estoy seguro de que lo hayas visto. Por aquí, en este barrio, es lo más famoso. También bonito y curioso. Cantan las chicharras borrachas del calor de la tarde de verano. Pero como el viento corre y, por esta calle con mucha soltura, es agradable disfrutarlo. ¿En tu país hay chicharras? No estoy seguro. Con tanto frío en invierno, casi cuarenta bajo cero ¿pueden nacer, en verano, las chicharras? A parte de que, el verano en tu país, ni mucho menos es tan caluroso como aquí. Por eso pienso que, de donde eres y vives, no hay chicharras. Así que también para ti, en esta tarde de verano, vacía, repleta y hermosa, la música que interpretan estas chicharras. Es monótona y hasta parece que potencian la sensación de calor pero son las señas de identidad de estas tierras. En Granada, en Andalucía, si en verano no cantan las chicharras, es como si faltara algo. ¿Descubriste esto y lo gustaste antes de irte?

Es otra de las muchas cosas sencillas y bellas que he querido enseñarte. Además de lo que ya te he dicho, el perfume del aire en estas tierras, los azules del cielo, los verdes de las montañas, las claras aguas de los ríos, los silencios y la alegría de las flores. Además de esto también soñé hablarte de los contos de las chicharras en verano, las caricias el aire en la cara, el sabor a eternidad siempre palpitando en los paisajes y los misteriosos silencios. Algo que nunca aprenderás ni nadie te enseñará por ningún sitio. Así que fíjate cuantas cosas te has perdido y yo tenía preparadas para regalarte. Y aun no conoces, porque no te las he dicho, las más esenciales.


38 - Por la Cuesta del Realejo

Aunque en calor de esta tarde y por esta ladera sur, es mucho, no asfixia tanto. Refresca lo suficiente el airecillo que corre y la ligereza del camino, porque es bajada. Siempre la naturaleza, Dios desde ella, da lo necesario para seguir y avanzar. Para ir alimentando el alma.

Y, no te lo he comentado porque no es cuestión de repetirlo a cada instante pero según voy recorriendo cada uno de los rincones de Granada, de mi alma no se va la pena. Es tu recuerdo. Tu forma de marcharte de España. Para mí ha sido un golpe duro y sé que para ti tampoco habrá sido muy grato. Y es que, no se puede ir uno de los sitios, de las cosas, de las personas, de la vida, del tiempo, de espaldas y como huyendo. Esto es malo porque deja destrozos dentro y un gran malestar que ni siquiera borra el tiempo. Nuestro corazón y alma han sido hechos para amar y agradecer y no para lo contrario. Así que tu actitud, además de no haber sido la correcta para conmigo y otros, te hace daño a ti más que a nada ni a nadie. ¿Qué necesidad tenías de este sufrimiento? ¿Quién o qué te obliga a ir contra ti misma, contra Dios, contra la vida? Esta es la tristeza que me va mordiendo mientras recorro los sitios que te regalo.

Es larga la calle que voy bajando. Camino despacio porque no tengo prisa. Me da el sol de frente y también de frente me viene el airecillo. Me gusta esta Cuesta del Realejo. El empedrado es antiguo y por eso no está liso. Más sabor tiene a añejo. Desciende esta calle escoltada por paredes a los lados. Sin embargo, estas paredes, casi todas están cubiertas por hiedras, parras y otras plantas. El toque verde, característico en tantos lugares de esta ciudad. ¿Y sabes?

La gran pared blanca que me va quedando por la derecha es la que dentro encierra a dos rincones también muy significativos en Granada. Dos de los núcleos culturales más interesantes de esta ciudad: la Fundación Rodríguez Acosta y el Instituto Gómez Moreno. En ambos son de enorme valor las colecciones de arte que se exponen. Aunque aún más interesante que las obras, es el propio carmen que edificó el pintor Rodríguez Acosta. Una construcción inédita en Granada en la que domina, sobre todo, el gusto del autor. La mezcla de estilos, el uso de elementos reales con imitaciones, la originalidad en el tratamiento del la vegetación y el agua y otros factores paisajísticos, hacen del carmen una auténtica obra maestra.

Llego a un rellano bonito y me paro un momento. Es como una plaza pequeña. Miro al frente y en la pared leo: “Carmen de Santa Lucía, Cuesta del Realejo número cuarenta y cuatro”. ¡Mira qué curioso! Hay aquí un horno, un pequeño ensanche y vegetación. Me agrada este rincón. Por eso, me pongo a la sombra y dejo que el airecillo que viene desde el río me refresque. Lo necesito, tanto por fuera como por dentro. Miro para arriba y descubro que me coronan grandes palmeras. Sobresalen por entre las casas y paredes, clavadas en los jardines de la ladera. Más arriba, cubre el cielo, azul gris y bello, muy bello. Miro para abajo y la ciudad me sorprende de tan blanca y serena. Como durmiendo una larga siesta o como si estuviera esperando. ¿A quién o qué espera? ¿Tuviste tú esta visión alguna vez cuando observabas a la ciudad desde tu residencia? ¿Tampoco viviste esta experiencia? Pues lo siento de veras. Porque, aunque no sé explicarlo, creo que hay mucho misterio, mucha belleza, en la visión que, de la ciudad, ahora tengo. Es como si durmiera una larga siesta, recogida en sí, junto a su río pequeño y en la tarde quieta.

Como cuando estabas. ¿No te acuerdas de las siestas españolas que tanto decías te gustaban? Yo sí lo recuerdo ahora y por eso te pregunto: en tu país lejano, donde vives en estos momentos ¿también duermes la siesta? Seguro que no. ¡Tantas veces me has dicho que allí las cosas no son como por aquí! Y lo sigo entendiendo a medias. De tu país, del mundo que te rodea, todavía tengo que aprender mucho. Tanto que hasta pienso, muchas veces, que ya no tendré tiempo. Tampoco he tenido ni tendré la oportunidad de vivir en él como tú, sí, en Granada, España. Pero quiero dejar escrito que, lo que llevas en tu corazón, tu sueño, sí casi lo comprendo.

Ahora la calle se divide en dos. Solo unos metros más abajo de la pequeña plaza. Sigo al frente y de nuevo las escaleras en forma de anchos rellanos. Están empedrados pero el pavimento no es igual que el que, hasta este lugar, venía pisando. Es más nuevo. También la calle deja de tener paredes a los lados. Se ven las puertas y fachadas de las casas y, casi todas ellas, tienen un pequeño rellano en la misma entrada. Típico esto de la zona del Realejo y de otros rincones de Granada. Ya es mucho más nuevo este lugar. Empiezo a ver la llanura por donde se abre el Campo del Príncipe. Pero antes de llegar, voy a venirme para la izquierda. Hay por aquí algo que deseo comentarte. Y también, mientras voy llegando, aprovecho para y en dos palabras, te resumo un trozo de la historia de todo esto.

¿Sabes? Antes de la llegada de los moros, en el siglo VIII, los judíos tenían su comunidad en la orilla izquierda del Darro. O más bien, a la derecha del río Genil cuando éste comienza su andadura por la ciudad de ahora. La capital de aquellos tiempos se identificó con ellos de tal manera que la llamaban "Garnata al-Yahud", Granada de los judíos. Cuando los cristianos tomaron la ciudad, arrasaron el barrio judío y lo renombraron El Realejo. El Campo del Príncipe se llama así porque ocupa la zona que el Ayuntamiento mandó explanar, en el año 1497, para que se pudiesen celebrar las bodas del príncipe Juan. Situado junto a la antigua mezquita que se derribó en el 1540 para construir la actual iglesia de San Cecilio.

39 - Elevando a la eternidad trozos del barrio del Realejo

Voy caminando por aquí y sé que estoy de paso. Solo por unos días más, como cuando estabas. En todo momento sabías que tenías cerca el final. Lo mismo yo esta tarde. Porque sé, en este momento que, dentro de algún tiempo, ya no estaré. Que habré muerto y de mí solo quedará quizá un pequeño recuerdo. Por eso hoy, ayer y cada día sueño y me elevo a la región de lo eterno. Como cuando estabas y soñabas a cada instante en tu país lejano. Y por eso ahora me pregunto: cuando ya vives en el país que tanto añorabas cuando estabas aquí ¿con qué universo sueñas ahora? ¿Te conformas solo con vivir allí y no aspiras a más? A mí no me pasa esto.

Llego al rincón y me sorprende la pequeña plaza y la fachada de la iglesia. La que se le conoce con el nombre de San Cecilio. Está cerrada pero ya solo su portada es bonita. La observo desde el lado de abajo y, al fondo, veo alzado el gran edificio del hotel Palace. ¿Sabes? Esta iglesia fue construida en 1540, en el lugar que ocupaba una antigua mezquita. Ya se utilizaba, como todas las de Granada, para el culto cristiano desde la revuelta mudéjar de 1501. Frente a ella, el Cristo de los Favores señala una de las tradiciones más singulares y populares de la ciudad, la de visitarlo a las tres de la tarde del viernes Santo cuando concede los favores que le han hecho merecedor de dicho nombre.

¿Sabías que San Cecilio es el patrón de Granada? ¿Y sabías que en febrero se celebra su fiesta? ¿Fuiste a la romería del Sacromonte el día de esta festividad? Yo por aquel entonces no te conocía. Pero no te preocupes: cuando de nuevo este año la gente vaya a estos lugares a comer saladillas y a disfrutar de esta conmemoración, iré a ella para regalártela. Aunque ahora quede tan lejos y parezca que no encaja en este día caluroso de verano.

La fiesta, ya te lo he dicho, se celebra en la misma abadía del Sacromonte. Y abajo, en la explanada, es donde montan un tablao flamenco y para baile. Al aire libre y gratis para todo el mundo. Ahí mismo reparten habas verdes, un baso de vino con un trozo de bacalao y pan. Las típicas saladillas que cada año regala el Ayuntamiento de Granada a todos los que vienen por aquí. Y arriba, en la abadía, también hay fiesta y otros actos religiosos. A una cosa y otra va mucha gente porque es una romería. Y por eso, todas esas laderas, se llenan de grupos de personas, al mediodía, compartiendo la comida y la típica tortilla del Sacromonte. ¿No sabías esto? Pues ya te lo he dicho y de nuevo te repito que todo es en honor a San Cecilio. El obispo que se venera en la iglesia que tengo al frente ahora mismo y que por eso es tan significativa en este barrio del Realejo. ¿Tampoco estuviste en esta iglesia? Pienso que no y también es algo que lamento. Porque, de todas estas pequeñas cosas, son de la que se forma la “Granada” distinta y única. La ciudad que yo quiero recorrer y regalarte para que las conozcas. Porque, además, sé que allá en Rusia, casi ninguna de estas cosas existen. Y las que hay, ni siquiera se parecen, por ejemplo, a las iglesias de Granada.

Haga una foto a la fachada de este templo y sigo. Solo un poco más abajo, en un recogido rincón, me encuentro un pequeño pilar. Tiene su chorrillo de agua, fresca y clara. Me acerco, lavo mis manos, mojo mi cara, bebo y me siento bien. Es un gran alivio el frescor de esta agua en una tarde tan calurosa y solitaria como ésta. Por eso le doy gracias al cielo y también porque estés ahora mismo aquí conmigo. Más hermoso parece todo y mucho más eternidad por la soledad del momento. Lo que te decía antes: que estoy andando por aquí ahora mismo pero ya presiento que falto. Presiento que han pasado los siglos y, de mí por aquí, nada sabe nadie, tampoco saben nada de ti. Solo perdura lo que ahora mismo voy dejando escrito en mi cuaderno.

Así es la vida y así son todas las cosas. Porque ¿quién se acuerda de alguna de aquellas miles de personas que vivieron en este barrio del Realejo, hace doscientos años? Solo los recoge, de una forma general, la historia y nada más. Y no a todos. Por eso te pregunto: ¿quién se acordará de ti por aquí cuando pasen los años? De ningún modo nadie sabrá nada de mí. Pero ¿y si lo que voy dejando escrito en mi cuaderno perdura a través del tiempo? Por eso todo lo voy elevando al cielo y lo pongo en manos de Dios. Es donde únicamente queda para siempre.

40 - Lo más esencial para recorrer y conocer Granada

¿Que cómo es posible que en el corazón pueda crecer un jardín? Yo, aunque algo sé, no me atrevo a explicártelo. Sería para mí muy complicado porque no encontraría las palabras adecuadas ni sabría ponerla en el orden más correcto. Pero sí tengo claro que, en el corazón, me crece un jardín repleto de las más verdes, olorosas y frescas plantas. Algo que, mientras recorro la ciudad y comento y sueño, pienso también compartir contigo. Para que sepas que también en el alma existen rincones bellos. Los más perfumados, los más alegres, los de flores más hermosas que se alimentan de la luz de la mañana y de los silencios de las tardes largas.

Y claro que yo sé y saben mis ojos que las plantas del jardín del alma rebosan y se desbordan y llenan, con sus esencias, las calles de Granada. Y se mezclan con los jardines que por esta ciudad voy encontrando. Por eso mis ojos ven tan hermosas cada calle y cada plaza de esta ciudad blanca. Y por eso mi corazón te lo regala todo. Son tantos los rincones interesantes que por aquí y por allá me salen al encuentro, que tengo gran necesidad de compartirlos y de proclamarlos. Para que tú y otros sepáis de esta realidad tan especial en la ciudad de Granada. Para que compruebes que la vida está hecha, además de con todos los sueños que cada uno en sí llevamos, de perfectas tardes claras y de armoniosos jardines brotados y cultivados en el alma. Jardines donde el cielo tiene su comienzo y la serenidad de Dios se hace esencia.

Pero sigo con la explicación de la ruta que llevo por este barrio del Realejo. Y debo decirte que, desde la fuente en el rincón cerca de la iglesia de San Cecilio, continúo bajando. Ya cada vez por tierras más llamas. Porque este barrio, la parte más grande, se alza en tierras llanas. Por los que son los primeros espacios de la gran vega de Granada. ¿Sabías tú que esta gran vega es obra esculpida por las aguas del río que baja de Sierra Nevada? Sí, el río Genil, En cuanto desciende las pendientes de las elevadas montañas, comienza a fabricar llanuras. Por donde hoy se alza el barrio del Realejo, son las primeras tierras llanas modeladas por este río. Tierras buenas donde las civilizaciones luego fueron construyendo casas y por donde hoy hay un laberinto de plazas, calles, rincones, jardines…

Y llego a la plaza del Campo del Príncipe. Le entro por el lado de arriba. Y lo primero que en ella encuentro es un gran vacío. Casi nadie hay esta tarde por aquí. El sol la llena, el airecillo la recorre y la soledad la besa. Pero a esta plaza, un poco alargada o más bien rectangular, acude mucha gente. Casi siempre parejas y grupos de jóvenes. También al caer las tardes de los fines de semana en verano. A sentarse en algunas de las muchas terrazas que hay por el lado de abajo. Tienen famas estos bares por el pescado frito que ponen y por el especial marco que le presta la plaza.

En el extremo del lado de arriba hay un gran cristo crucificado. Es el que, toda la ciudad de Granada, conoce con el nombre de “Los Favores”. ¿Sabes por qué? El Viernes Santo de cada año, junto a esta cruz, se reúnen las personas. Tantas que casi no caben en esta plaza. Y, todos en silencio, piden cosas al cielo. Y dicen que cada año el cielo concede favores. Y el Cristo, en esta cruz aquí clavada, es el que está presente. Por eso lo llaman y se le conoce con el nombre de Cristo de los Favores. ¿No te acuerdas que esta Semana Santa pasada te lo dije y quería traerte? ¿Y no te acuerdas que no le diste a esto ninguna importancia? Pues para que lo sepas te digo que el Campo del Príncipe, el Cristo de los Favores y el Viernes Santo, son tres cosas muy significativas en las ciudad de Granada. Por eso, vivir un año entero en esta ciudad y venir desde un país tan lejano como el tuyo y no conocer y disfrutar de estas cosas, es desafortunado. Como si faltaran las piezas más esenciales de las que está formada Granada. Pero yo quise traerte y hasta te regalé un programa de Semana Santa y te indiqué el día exacto. ¿No lo acuerdas?

Bajo las anchas escaleras que, por el lado de arriba, dan entrada al recinto de la plaza. Observo la hermosa cruz y a mi mente acude tu recuerdo. Y acude la imagen de una gran viña en un campo lleno de frutos buenos. Y por eso también me digo que quizá lo más importante que podamos hacer los humanos en este suelo, es cultivar huertos. Sembrar y cuidar jardines en el alma y cultivar huertos en el corazón y que den los mejores frutos. Y es posible hacerlo mientras se recorren las calles de Granada para explicártelas y regalártelas. Tampoco encuentro la manera de contártelo pero me siento dueño, en mi corazón y alma, de los mejores huertos con frutas y de los jardines más bellos. ¿Te dijo alguien alguna vez que esto es esencial a la hora de recorrer y conocer la ciudad de Granada?

41 - Junto a una pequeña fuente clara

Junto al cristo de este Campo del Príncipe, una pequeña explanada toda empedrada. Está muy solitaria la plaza y la tarde. Sin embargo, por el lado de la izquierda, según voy hacia el centro de Granada, ya preparan las mesas en las terrazas. Al caer la tarde, primeras horas de la noche, los turistas vendrán.

Por el extremo de abajo y lado de la izquierda, salgo de la plaza. Cojo por la calle y ya me dispongo para regresar. Lo que hay, desde este lugar hasta el centro, plaza de Isabel la Católica, no tiene mucho interés para mí. Es como otras muchas calles en esta ciudad y en muchas. Tiendas, escaparates, pisos, bares… Son calles y plazas como en cualquier otro rincón de Granada y por eso no te lo voy a contar. Ni siquiera vine por aquí nunca contigo. Y ni siquiera sé si lo hiciste tú. Pero como voy a recorrer estos sitios camino de regreso te digo que, al salir del Campo del Príncipe, me encuentro con una fuente. Tiene sus dos caños de agua y el pequeño pilar rebosa de líquido fresco y claro.

De nuevo tengo sed. Y, a ver la fuente, mi instinto es pararme y beber. Pero, justo antes de llegar, una muchacha joven, creo que casi de tu misma edad, se acerca con su bicicleta. “¡Qué casualidad!” Me digo. Y claro que enseguida pienso en ti, No eres tú pero su juventud es como la tuya y también disfruta de una bicicleta y da paseos. ¡Qué hermoso y cuantas ganas de amar a la vida, entran. Se para, apoya su bicicleta en la misma fuente, se aproxima a los chorros del agua, recoge su pelo con las manos y bebe. Ya he llegado yo. La miro mientras sacia su sed y espero. Cuando termina veo que limpia con los dedos las gotas de agua que se le han quedado en los labios. Le pregunto:
- ¿Es buena?
- Sabe a cloro pero está fresca. Si tienes sed, bebe porque te sabrá a gloria como me ha sabido a mí.
Y mete sus manos en el agua del pilar. Me acuerdo de ti. ¿Has gustado, alguna vez, el sabor a gloria de las aguas de Granada? Son unas de las mejores del mundo. Porque casi toda el agua que hay, mucha y por muchos sitios, viene de las nieves de Sierra Nevada. Por eso tiene en sí un frescor único y un sabor que no es comparable a nada. Le sigo preguntando a la muchacha:
- El agua de este pilar, con la que ahora mismo te lavas tus brazos, ¿también está fresca?
- Muy fresca. Casi como la nieve de las cumbres de Sierra Nevada. Por eso también sabe a gloria. Y más en una tarde tan calurosa como ésta.

Y para mí y, antes de beber, me digo: “¡Cuántas cosas saben a gloria, a cielo, a eternidad, en esta mágica ciudad de Granada! Y a más gloria sabe el agua fresca de estas tierras cuando hay sed en el alma y se tiene una fuente como ésta”. La muchacha no me oye. Se dedica a saborear la frescura del agua y a prepararse para seguir con su paseo. Me gustaría preguntarle:
- ¿Y a dónde vas con tu bicicleta?
Imagino que ella me diría:
- A dar una vuelta por esta ciudad de Granada.
- ¿Sabes? Yo también tengo una amiga que le gusta mucho pasear en bicicleta.
- ¿De dónde es ella?
- De Rusia.
- Y en aquel país tan lejano, donde nieva tanto y hace tanto frío ¿pasea en bicicleta?
- Vive en una ciudad mucho más grande que ésta pero tiene una casa en el campo con muchas flores. Sus padres cultivan flores como el principito del cuento del lejano planeta. Y ella tiene una bicicleta como esta tuya. Y, como tú, en sus ratos libres y al caer la tardes, sale por los caminos dando paseos.
- ¿Le gusta a tu amiga la bicicleta y los silencios?
- Mucho. Es tan sensible a las cosas bellas que lo que más le gusta en este mundo es el silencio. Luego, la libertad, y, después, la alegría. Siempre está sonriendo. ¡Si tú supieras lo hermosa que es ella!
- ¿Y cuando viene a Granada?
- Ya nunca más en la vida.
- ¿Se ha ido para siempre?
- Para siempre se ha ido y no la veré más. ¡Quizá algún día en el cielo…!
- ¡Pues qué pena! ¡Me gustaría tanto conocerla! Porque, según me estás contando, debe ser una chica, bella, muy bella. A mí me gusta mucho tener amigos en todos los lugares del mundo. ¡Y, un amigo tan especial como dices es tu amiga, fíjate que importante y grande!

Y después de estas palabras la muchacha coge su bicicleta y se marcha. Yo me acerco y bebo. Y sí que está fresca el agua de esta fuente. También está muy buena. Como si la muchacha que ha bebido en ella la hubiera dejado llena de sabor a cielo. O puede que sea que, como hemos hablado de ti, ahora hasta el agua tiene gustillo a caramelo. Seguro que es esto. Así que bebo otra vez y sigo. Pero antes de reanudar la marcha me digo que, en esta fuente del Campo del Príncipe, ahora se queda tu nombre escrito. En el fresco puro del agua que de ella mana y en su silencio. Para que también te pertenezca este rincón de Granada. Un regalo más para ti: esta fuente de agua fresca y clara, en esta calurosa tarde de verano. Te regalo también un beso y sigo.

42 / 16 de julio: Por los Jardines del Triunfo

Continúo mi recorrido, como ya te he dicho, por algunos de los rincones más bellos y, para mí, importantes de esta ciudad de Granada. Y en esta tarde de julio, a solo ocho días de tu marcha, me vengo por estos Jardines del Triunfo para saborearlos y compartirlos contigo.

Quizá sea uno de los sitios que más has visitado a lo largo del tiempo que estuviste en esta ciudad. Por eso sabes que se encuentran al final de la gran calle Avenida de la Constitución y al comienzo de la calle más importante de Granada, la Gran Vía de Colón. Y sabes que estos jardines se alzan hoy en las tierras que, años atrás, fueron huertos y plaza de toros. Por el lugar, ahora, muchas personas van y vienen, se pasean, se sientan… A tomar el fresco, a charlar, a compartir sus cosas, a soñar, a dejar resbalar el tiempo. Arreglaron estos jardines hace unos años y ahora se ven bastante bonitos. Este año mismo, también han arreglado la calle ancha que pasa rozándola.

¿Que te esboce dos pinceladas de la historia de este rincón? Pues en cuatro líneas te digo que antes había aquí una basílica visigótica pero fue destruida y reemplazada por un cementerio musulmán. Después de la Conquista Cristiana, se construyeron las iglesias y las casas señoriales alrededor, junto con el Hospital Real. Cuando las Tropas de Napoleón invadieron Granada, al principio del siglo XIX, fue un lugar donde se realizaron las ejecuciones. Mariana Pineda, la heroína que luchó para la libertad, fue ejecutada aquí en 1831. Después de varios años de abandono, en el año 1950, se construyeron los jardines y se trasladó el Monumento a la Concepción Inmaculada de Triunfo. Antes estaba en Puerta Elvira,

Estos jardines que, tanto conoces y ellos a ti, también quiero dejarlos escritos en mi cuaderno. Para que puedas leerlo y para que los conserves contigo donde vives ahora. Así que, he bajado desde tu residencia, he recorrido las estrechas calles que surcan el barrio, he rozado la plaza pequeña del jardincillo de los gorriones y ya estoy en los Jardines del Triunfo. Le entro por el lado de arriba, por donde la iglesia de Fray Leopoldo y por donde la fuente amplia. Al fondo, nada más pisar el recinto pavimentado con mármol, veo la gran columna que eleva a la imagen de la Inmaculada. Muy alta es esta columna y por eso, recortado en el fondo tiene las laderas del Albaicín Bajo, el gran Hospital Real, Rectorado de la Universidad de Granada y la iglesia y mirador de San Cristóbal.

Y sí, el Hospital Real, centro neurálgico de la Universidad de Granada, donde has estudiado este año. Creo que este recinto sí lo conoces porque en él, todos los años hay alguna exposición valiosa y, en su biblioteca, buenos libros. Y a ti te gustan mucho los buenos libros. No lo recorreré para contártelo pero aquí ya te lo dejo reseñado. Queda a las espaldas de la Fuente de los Jardines del Triunfo y no muy lejos de tu residencia universitaria. Dos pinceladas de este especial lugar de Granada: Encargado por los Reyes Católicos en 1504, el Hospital Real fue diseñado por el arquitecto Enrique Egas y la construcción empezó en el año 1511. Tuvo varios usos. Sirvió de hospital para los pobres, los peregrinos y los soldados heridos durante la conquista de Granada y para los que sufrían de enfermedades venéreas. Venían de toda España. Después de 1536, también lo utilizaron como cárcel para los locos. A San Juan de Dios lo encarcelaron aquí durante un tiempo.



Por debajo de la columna que eleva a la Virgen, en el jardín que recorro esta tarde para ti, las plantas están florecidas. Y hay una que me lleva mucho a ti. Es el espliego, en el Jardincillo de las Rosas crece solo una mata de esta planta. La has visto muchas veces este año. Y, siempre que cerca de ella pasabas, has tocado sus hojas, sus tallos, sus flores. Y recuerdo como luego, también siempre, te olías las manos y me decías:
- ¡Es delicioso el aroma de las flores lavanda!
Y te preguntaba:
- ¿En tu país también crece esta planta?
- Mi padre la cultiva en su vivero y se la vende a la gente. Así que ya lo sabes: en Rusia también crece la planta de lavanda.
- Algo más que sé de este país tuyo, tan lejano, mágico y bello.

Y sí que es cierto. Me ha gustado mucho, saber por ti, que en tu país se cría y crece esta planta y que, no solo la conoces, sino que tu padre la cultiva y la vende. Por eso, ahora al verla, te recuerdo. El espliego de este Jardín del Triunfo, ya está florecido. Tiene grandes y bellas espigas y huelen muy bien. Y resulta muy bonito verlas recortadas sobre la blanca cortina de agua que emerge de la fuente y junto a la columna de la Inmaculada. Cuando pasaste por aquí, en algunas de aquellas tardes de tu presencia en Granada ¿rozaste con tus manos estas matas de espliego? Nada sé porque no me lo dijiste ni tampoco pude disfrutar contigo nada de esto.

Recuerdo ahora que en esta plaza, al comienzo del curso universitario, se concentran muchos jóvenes extranjeros. A tomar el sol y a disfrutar del ambiente. Lo mismo que hiciste tú el año pasado, cuando llegaste en octubre. Os llama a vosotros mucho la atención el sol de España, el agua de esta fuente, las plantas que por aquí crecen, la soledad de las tardes y todo este rincón tan abierto y luminoso de Granada. Y eso lo sé porque sí me lo dijiste y, además, lo he visto con mis propios ojos. Este lugar y el de la Plaza Nueva, son de los primeros sitios que conociste cuando por primera vez llegaste a Granada.

Y, sin embargo esta tarde, ahora mismo, me encuentro estos jardines casi solitarios. Ya os habéis marchado casi todos los universitarios extranjeros. Y los que aun quedan por aquí, porque algunos se quedan durante un tiempo o en los meses de verano, ya no tienen tantas ganas de venir por estos jardines. Siempre la gran novedad está al comienzo. Como siempre pasa en la vida. Todo tiene su comienzo y todo, al principio, tiene el interés de lo nuevo. Luego, siempre viene la monotonía de las cosas que se repiten día a día y, algunas cosas, comienzan a no ser tan atractivas como parecían al principio.

¿Y sabes lo que haré ahora, aunque sea solo un rato? Voy a sentarme aquí. En cualquier rincón apartado y voy a dedicarme a observar este espacio, mientras pienso en ti y dejo que la tarde se vaya. Quiero observar cada detalle para contártelo. Para unir esta Plaza del Triunfo, en el mismo corazón de Granada, a tu amado país lejano. Para que este lugar y aquel rincón, queden hermanados aunque los separe tanta distancia. Tú conoces aquello y conoces esto. Y, a tu modo, a los dos lugares del mundo amas. Y eso es lo importante por encima de todo. La actitud y el sueño que se lleve en el alma y no las fronteras ni los idiomas ni las distancias. Tú no me has enseñado mucho de las tierras tuyas pero, esta tarde, Granada entera te pertenece junto con este Jardín del Triunfo. Yo así lo sueño y lo quiero y por eso te pienso mientras recorro el rincón y te lo regalo. Son bonitos estos jardines y también están llenos del mejor cielo.

43 - Desde el corazón de los Jardines del Triunfo

En el césped y, cerca de donde me he sentado, una pareja de jóvenes. Me miran mientras te hablo y de nuevo pienso que, como el otro día cuando recorría calle Elvira, se preguntaran que con quién hablo. No les hago caso. Pero sí me digo que si estuvieras, en una tarde tan repleta de sol, sin duda que me gustaría oírte largo. Me encantaría que me hablaras mucho de todas aquellas cosas que en tu alma llevas. De los sueños que, a medias, me has contado tantas veces, de tu país y de tus sentimientos. No hay mejor rincón en el mundo, para hablar de estas cosas, que este luminoso rincón de los Jardines del Triunfo.

Y cuanto me gustaría compartir y saber de ti. Lo que llevas en tu interior, lo que sientes, lo que piensas, la tristeza o la alegría que en estos días vives. Por eso de nuevo me pregunto: si los humanos no somos capaces de entendernos entre nosotros, porque nos peleamos, discutimos, nos distanciamos por cualquier tontería ¿cómo se nos ocurre pensar que podemos arreglar el mundo? Si nos cuesta tanto ponernos de acuerdo entre nosotros ¿de qué modo podríamos arreglar un país como el tuyo? ¿Cómo podrías realizar todos los sueños que en el corazón llevas si en cosas pequeñas te ha sido imposible ponerte de acuerdo conmigo? Si ahora que eres joven y has estado un año entero en Granada y tanto dices que te ha gustado todo esto ¿cómo pretendes arreglar todo lo que en tu país encuentras desquiciado?

Aunque quizá puedas porque los humanos somos así. Quizá puedas escribir todos los libros que pretendes, quizá puedas terminar tu carrera universitaria, quizá puedas casarte y tener tu casa, tu coche, tu sueldo y tus hijos y todas las demás cosas que tantas personas como tú, tienen. Y quizás luego, no sé de qué manera, influyas en las personas, en la sociedad para cambiarla a mejor. Pero no lo sé. Tengo mis dudas. Yo pienso que a nivel de corazón también debemos ser capaces de no crear tantas barreras. De no dar lugar a tantos idiomas o silencios tan profundos, raros y sin sentido. Porque si fuéramos capaces de superar todo esto sin duda que estaríamos preparados para influir y cambiar a los demás, a la sociedad, al mundo.

¿Qué por qué me hago estas preguntas? Pues me lo pregunto y mis razones tengo. Te has ido de espaldas a la vida, como a ocultas y eso no derriba fronteras ni acerca sino lo contrario. Que distancia y crea dolor y enfado. Así que si en lo pequeño no has sabido hacer bien las cosas, de ningún modo es seguro que puedas hacerlo en lo grande.

Y claro que la pregunta es ¿qué ha pasado? ¿Qué pasó? Ahora esa tarde, sentado entre las plantas de este jardín, también estoy triste y no sé responderte a estas preguntas. Porque en el fondo sé que tu en fado no es por nada grande. Tu bloqueo ha sido por una tontería tan absurda que hasta me cuesta creer que de una cosa tan nimia hagas una tragedia tan inmensa. Pero has levantado una frontera, un hondo silencio, un idioma irreconocible y has bloqueado a la vida, a los sueños, al alma y al corazón. Y todo desde tu joven corazón. Cuando lo que sueñas y por lo que luchas es por todo lo contrario. Deseas cambiar el mundo y fíjate lo que has conseguido por una pequeñez tan tonta que ni tiene nombre. ¿Para qué te sirven tantos idiomas, tanta cultura, tantos estudios?

Reflexionando en esto sigo sentado concentrado en las cosas de este jardín. El airecillo pasa dejando algo de alivio y el verde de las plantas pone una pincelada de esperanza en la tarde. Sin darme cuenta, descubro que unas lágrimas me corren por la cara. Pero no le doy importancia. Quiero seguir recorriendo Granada y contándotela. Avanzo un poco hacia el comienzo de Gran Vía de Colón. Porque ¿sabes? Desde que hace unos meses, justo en Semana Santa y antes de irte, inauguraron la nueva remodelación que por aquí han hecho, ondea ahí la bandera de España. Clavada en un pedestal de mármol, en la rotonda. Al final de la Avenida de Constitución y comienzo Gran Vía. ¿No te acuerdas que, cuando el desfile de caballos quise venir por aquí contigo? Tampoco fue posible pero no te culpo por ello. De nada sirve culpar a los demás de los acontecimientos. Siempre he pensado que lo que hay que hacer es apoyar. Enseñar a mejorar las cosas y animar en la lucha por todo aquello que es bueno.

Me levanto del rinconcillo donde me he sentado. Me pongo en movimiento volviéndome para atrás con la intención de regresar. Empiezo a despedirme de este rincón de los Jardines del Triunfo. Lugar hermoso donde los haya en el mundo. Y más por los cielos azules que por aquí siempre cubren. También por el aire, los silencios, el aroma de las plantas y la tranquilidad. Sé que todo esto, te lo has llevado entre tus cosas, a tu país lejano. Y yo esta tarde lo dignifico un poco más visitándolo en tu nombre y para escribirlo en mi cuaderno y regalártelo. No tengo nada más para compartir contigo en este momento. Pero sí te digo que aun me quedan por recorrer rincones muy bellos en esta ciudad de Granada.

44 - Recordándote por los Jardines de Fuente Mueva

Tú sabes bien que la Universidad de Granada tiene tres campus universitarios. El de la Cartuja, que es donde has estado estudiando todo el curso pasado, el de Fuente Nueva, que es el de los jardines y el de la Salud, que es el nuevo. Al norte de Granada, junto al monasterio de la Cartuja y no lejos del barrio del Albaicín, se encuentra el primero de estos tres campus. Casi en el centro de Granada, un poco al poniente y junto a la estación del tren, se encuentra el segundo. Y, al sur de Granada, dirección a Motril y cerca de la autovía, se levanta el tercero. Este último campus universitario aun lo están construyendo. Y tú sabes bien que, además de estos tres campus que te he dicho, repartidas por toda la ciudad, hay muchas facultades. La de medicina, derecho, traducción, informática, bellas artes…

Pues junto al campus universitario segundo es donde se encuentran los jardines de Fuente Nueva. ¿A que te suenan? Y, en uno de los rincones de estos jardines, es donde se encuentra la Piscina Universitaria, en la que tanto te has bañado a lo largo del año. Un poco antes de irte, casi todos los días, venías a esta piscina, ¿A que lo recuerdas? El deporte sí es una de las cosas que más te gustan. Por eso, nada más llegar a Granada, el año pasado, te compraste la bicicleta y te sacaste un bono para venir muchas veces a esta piscina de Fuente Nueva. Pues, de este rincón de Granada, quiero hablarte en esta ocasión. Por lo singular que también es y por el hecho de haberlo pisado tanto. De aquí que espere que, cuando lo leas en las páginas de mi cuaderno, te alegres. Por ser un rincón especialmente vivido por ti.

Y, en tres pinceladas te digo que, el Campus de Fuente Nueva está construido en terrenos que, en 1944, fueron adquiridos para el gran Parque de la ciudad. Construyéndose a partir de 1977 un complejo de edificaciones e instalaciones, incluyendo la formación de un jardín situado en la intersección entre Severo Ochoa y la Avenida de la Constitución, limitado por la calle Rector Marín.

La realización del Parque universitario contaría con la colaboración del Ayuntamiento de Granada, Icona y el departamento de Botánica de la Universidad de Granada. La gran variedad de especies vegetales arbóreas y arbustivas, adelfas, yucas, chopos, ciruelos, pinos, cedros, árboles del amor... se disponen de forma aleatoria. Presentando cierto grado de naturalidad en su distribución, en distintos montículos, que están recorridos por caminos de grava con bancos en los bordes. Cabe destacar la existencia de bloques geológicos que, acompañados de placas de identificación con su procedencia, coronan los montículos. En uno de éstos, también aparece una escultura, fundida en bronce, de formas sinuosas.

A los Jardines de Fuente Nueva se llega, desde donde vivías, bajando por la Avenida de Murcia, Plaza de San Isidro y Avenida de Madrid. Se cruza el nuevo bulevar, el que también inauguraron en Semana Santa, y al frente se encuentran estos jardines. Todo cerrado dentro de una gran verja de hierro, como los Jardines del Triunfo, pero con varias puertas que abren casi todos los días. Al menos, la que da al bulevar de la Constitución.

Por ella entro pensando en ti y lo primero que entre las plantas encuentro son los mirlos. Hay muchos en estos Jardines de Fuente Nueva. Pero, aunque me distraigo en ellos, mi mente la tengo ocupada en ti. Observo, a lo grande, el lugar y me hago la misma pregunta que en otros sitios y días: ¿estuviste alguna vez en estos jardines? En los que hay más abajo, junto a la Facultad de Ciencias, sí, porque ahí es donde se encuentra la piscina. Pero en estos primeros ¿estuviste o no? Tampoco me lo dijiste. Sin embargo, también te pido que no te preocupes. Los voy a recoger para ti y para que queden escritos.

Por aquí voy a estar un rato esta tarde. No es un recinto muy grande, como dos veces aproximado a los Jardines del Triunfo pero sí tiene gran encanto. No hay mármol en el pavimento sino caminos de tierra que van en todas las direcciones y mucho césped por todo el recinto. Por entre la sombra de los árboles veo los asientos. Y, en ellos, algunas personas tomando el fresco, pasando el tiempo mientras observan a los niños que juegan. Los mirlos, como ya te he dicho, saltan y picotean cerca de las personas y no se van. Es esto una de las cosas que más me llama la atención en todos los jardines de Granada. Especialmente en este jardín, en el que rodea al Hospital Real, rectorado de la universidad y en el jardincillo de las rosas. ¿No te acuerdas como te gustaba verlos mientras me contabas tus cosas? Sí, en el jardincillo de las rosas, desconocido casi por todas las personas de Granada pero muy amado por ti, disfrutabas con los mirlos, las tórtolas, los chamarices, los gorriones y las ardillas. ¿A que lo recuerdas?

Pues los mirlos, en este Jardín de Fuente Nueva, están presentes casi en cada metro. Y no se asustan sino que saltan y picotean en presencia de los que estén por aquí. Y es que a estas aves les gusta mucho el césped. De entre sus raicillas extraen el alimento. Y yo, en esta tarde tranquila y calurosa, ando los rincones de este jardín y me distraigo con los mirlos, el verde de las plantas y la frescura del césped. Pienso y en ti y me digo que seguro que en tu tierra tienes rincones y parques mucho más bonitos que éste. Puede que sí. Y, sobre todo, seguro que más grandes. Pero tampoco importa.

Yo no creo que por bonitas o grandes las cosas tengan más o menos valor. El valor de las cosas, te lo he comentado varias veces, debemos buscarlo en otras cualidades. Y en este caso, es porque tú estuviste aquí. Y esta realidad, hoy para mí y para la ciudad de Granada, no es cualquier cosa sino algo muy concreto y especial. Ya estás viendo como, al irte has dejado, quizá sin que lo sepas, como un llanto, como una tristeza, como un vacío que no lo llena nada. Como si de aquí faltara lo esencial. Y no solo en esta tarde y día sino para siempre. Como si a Granada, al irte, se le hubiera roto un trozo en el alma. Y hasta pienso que así va a quedar para siempre.

45 - Cuando el otoño llegue

Me he sentado en uno de los bancos que hay a los lados de los caminillos. Mirando a la Avenida de Severo Ochoa. Aquí se está bien. Corre un airecillo fresco, los pájaros alegran y también la presencia de algunas personas. Y, como este recinto queda bastante aislado de los ruidos de la ciudad, la tranquilidad es casi completa.

Y, recordando y recordando, caigo en la cuenta que hoy hace ya más de un mes que guardaste silencio. Y, desde que te fuiste de España, han pasado ocho días. Por eso, seguro que ya, en el tiempo transcurrido, has tenido mucho lugar de encontrarte con todos los que te quieren, con todo lo que allí esperabas o te esperaban. Y seguro que ahora sí vives allí y no en Granada. ¿Todo ha salido como lo habías anhelado? ¿Te han llenando las cosas y personas del modo en que lo soñabas? ¿Tiene en calma el alma? ¿Nos echas de menos? ¿Te acuerdas de las personas, de los paisajes, de los lugares de Granada? Lo que por aquí no has conocido sin duda que no lo echarás de menos,

Y, entre las cosas que sí tengo claro que por aquí no has visto, hay una que aun no te he dicho. Y estoy pensando en tesoros. No en monumentos o rincones reales por algunos de los sitios de Granada. Pienso en esos tesoros mágicos que yo siempre tengo entre mis cosas y casi nunca comparto con nadie. Porque no están en ningún lugar concreto ni brillan como el oro ni tienen formas materiales. Pero son tesoros precisos que yo conozco y tengo esparcidos, no solo por este jardín que ahora te enseño sino por cientos de rincones y paisajes de Granada. Nunca tuve la oportunidad de hablarte de ellos y menos de mostrártelos pero aquí te los refiero. Para que lo sepas cuando lo leas aunque ya sea tarde. ¿Que te diga de qué tesoros te hablo? Pienso compartirlo contigo pero en su momento.

Ahora voy a seguir. Dentro de un momento, de nuevo voy a levantarme de este asiento para continuar la ruta. Quiero llegar hasta la Piscina Universitaria que tanto visitaste. Pero antes de irme de este jardín quiero detallarte dos cosas más. Una: estoy viendo por aquí algunas rosas. Abiertas y de colores vivos y frescos. Varias son rojas, otras blancas y, entre las primeras y las segundas, se mecen al vientecillo las de colores rosa. Sé que los tres colores te gustan. Porque te gustan mucho las rosas, las flores en general. Y claro que, al ver estas flores, me acuerdo otra vez del jardincillo de las rosas tuyas. El de las fuentes de los nenúfares, los almendros, las ardillas y los mirlos.

Y la otra cosa que deseo contarte es que he preguntado dónde se encuentra la piscina que usabas. Yo nunca estuve por estos rincones. Son casi privados o, al menos, muy exclusivos para los estudiantes universitarios. Y ya me lo han dicho. Bajando toda la calle de Severo Ochoa. Hay que pasar los Comedores Universitarios y una rotonda. Se llega a una puerta grande que es la que da entrada al recinto de los jardines de de la piscina que, siempre imaginaré como tuya. Ya lo sé. Esto sí lo conoces muy bien. Pero yo, como si por primera vez viniera por aquí.

Así que me voy a despedir de este rincón ajardinado que he querido visitar para hacerte un nuevo regalo. Pero antes de irme deseo decirte algo más. Vendré por aquí en otoño. Cuando los cielos se llenen de nubes y ya no haga tanto calor, volveré a este jardincillo. También a los otros sitios que he dejado recogidos en mi cuaderno pero especialmente, a éste lugar. Para recodarte, como lo hago esta tarde. Pero quiero que sea, como ya te he dicho, con el cielo lleno de nubes, con la tierra oliendo a lluvia y con el aire repleto de sensaciones de otoño. ¿Sabías ti que el otoño es una de las estaciones más hermosas del año? ¿Y sabías que, en ningún lugar del mundo, hay otoños tan hermosos como los de Granada?

Por eso ya sé que será delicioso vivir esta experiencia contigo en mi pensamiento y en la lejanía. El otoño y el invierno, en la ciudad de Granada, no es comparable con nada. Tan únicos que ya te digo: no hay cosa en esta tierra que me guste más. Solo soñarlo ahora mismo ya se me aviva en el alma no sé qué delicioso revuelo. Te escribo una sencilla poesía y, con ella, te voy adelantando algo.

Cuando el otoño llegue
con sus nubes blancas,
volveré por los rincones
que de ti me hablan
y rezaré por ti en silencio
oraciones claras
para que sigas vivas en el cielo
y en mi alma.

El otoño y el invierno,
aquí en Granada,
son como océanos profundos
que regalan
universos de sueños puros
que salvan.
Por eso yo regresaré
al volver las nubes blancas
para seguir pisando los sitios
que de ti me hablan.

1 comentario:

Analía dijo...

Que cosa mas bella!! LAs fotos, el texto, todo laricp. Ya quisiera recorrer esos bellos lugares :)
Vaya que este mundo está yeno de rincones hermosos, no crees?
Cuidate y sigue publicando cosas tan bonitas