lunes, 9 de julio de 2007

Los rincones más bellos de Granada- 6

59 – Por las calles de la Alcaicería

¿Tú sabes lo que significa la palabra “alcaicería”? Tampoco sé si aprendiste esto. Quizá no porque, en Granada, casi es obligatorio aprender el significado de muchas, muchas palabras. Hay tantos nombres que derivan de otras lenguas que es muy difícil saberlos todos. Pero sé que este juego, esta parcela de cultura, a ti te gusta. Porque casi directamente se relaciona con lo que estudias. Así que en Granada sí hay, para ti y otras personas, un filón de palabras con muchos y bellos significados. Por ejemplo, la que te vengo preguntando.

La palabra “alcaicería”, dicen que deriva del árabe al-gaisariya y significa serie de lonjas o almacenes. Pero el origen de esta palabra árabe, es latino. Del ár. hisp. alqaysaríyya, y este del lat. Caesarĕa, por levantarse tales edificios por privilegio imperial. Cuando el Emperador Justiniano cedió a los árabes el derecho de vender la seda, estos expresaron su gratitud llamando a estos mercados "al-Kaysar-ia", "el lugar de Cesar".

En la alcaicería granadina se vendía la seda cruda o en rama y existía una aduana o casa pública donde se presentaba la seda para el pago de los derechos que tenían establecidos los reyes moros. El 19 de julio de 1.843 se produjo un incendio de grandes proporciones y ardió toda la alcaicería. Una réplica, mucho más pequeña y en estilo neo-morisco entonces en boga, lo reemplazó, ocupando sólo una parte del espacio original. La Alcaicería, que fue el gran bazar de lujo de Granada, albergaba más de doscientas tiendas formando un laberinto de callejuelas y diez puertas que, cerradas con cadenas de hierro, para evitar el paso de los caballos y custodiadas por guardias, velaban por la seguridad de las mercancías valiosas y riquezas de la Alcaicería.

En este lugar, ahora hay muchas tiendas de souvenir. Es el barrio morisco de Granada, un autentico Zoco. La Alcaicería de hoy está dedicada a las tiendas de recuerdos turísticos, donde se vende la artesanía granadina: cerámica pintada, incrustación de madera o Taracea, faroles de cristal coloreado…

En fin, te he hecho esta pregunta porque, esta tarde, te he perdido por entre las pequeñas calles del rincón llamado Alcaicería. Te he visto entrar por la puerta de los dibujos árabes y he aguardado un rato. Imaginando que a lo mejor solo te has parado a ver algún escaparate. Esto te gusta mucho y lo encuentro normal. Tantas cosas son, por aquí para ti interesantes, que hasta los escaparates te resultan novedosos, divertidos, fascinantes.

Espero un rato, sin dejar de mirar para donde te has ocultado y, notando que sigues sin aparecer, continuo mis pasos. Desde el punto donde me he parado, justo en la entrada de la calle Alcaicería, rincón de Plaza Alonso Cano, avanzo y camino rápido. Para salirte al encuentro antes de que te pierdas más en el laberinto de las callejuelas del recinto. Porque tu calle, la pequeña y corta que avanza desde la plaza de los cuadros en azulejos, se cruza enseguida con la que yo he cogido. Las dos se junta justo donde empieza otra estrecha y fantástica callejuela llama Ermita. Quizá la más importante y bella de la Alcaicería de Granada.

La que llevo yo, también es muy estrecha. Todas las calles que surcan, van y vienen por el interior de este recinto, son cortitas, estrechas, altas y rectas. Tal como fueron las cosas en los primeros tiempos. Para que las tiendas estuvieran unas muy cerca de las otras y para que, el ardiente sol de los veranos en estas tierras, no queme tanto. En estas callejuelas siempre hay sombra, a cualquier hora del día. Lo mismo que esta tarde. Pero hoy, además, casi todas las callejuelas de la Alcaicería, tienen un aliciente nuevo. Toldos en la parte de arriba para que el sol no entre nada, nada. Los pusieron, creo, para el día del Corpus, antes de que te fueras de Granada. Y, en algunas calles del centro, no los han quitado en todo el verano. Otro detalle más que tiene esta ciudad para los que en ella vivimos y para vosotros los extranjeros. Os llama mucho la atención cosas como estas. Y, a ti, más. Recuerdo que un día me dijiste:
- Callejuelas tan estrechas como las que hay en esta ciudad no las vi nunca en mi país. Como allí todas las tierras son llanas, Rusia es casi toda llana como la palma de la mano, las calles de las ciudades son anchas, muy anchas. Grandes avenidas, muchas veces solitarias y con estatuas enormes. Ni los jardines ni las fuentes son como los que tenéis aquí.

Avanzo rápido por la estrecha callejuela y ni siquiera me entretengo en mirar las cosas. Hay muchas. Tantos escaparates o más como en la calle por la que creo que vienes. Y, mientras avanzo, miro muy interesado, buscándote entre la gente. ¡Cuantos turistas hay por aquí esta tarde! Son tantos que ni siquiera se puede ir un poco aprisa. Porque los turistas, los que se pierden, van y vienen por estas estrechas callejuelas, no tienen prisa. Se dedican a mirar escaparates, a entrar a las tiendas, a comprar, tocar, charlar… Y también esto es normal. En el fondo, este singular rincón de Granada, no es otra cosa que un gran escaparate para los turistas. No solo para que compren cosas sino también para que, caminen despacio, charlen, toquen, huelan…

Realidades que a mí también me habrían gustado mucho vivir, al menos alguna vez, en el tiempo que estuviste en Granada. ¿Sí viniste tú por aquí algún día? ¿Sola, acompañada de tu amiga, la profesora de ruso, con tus compañeras de residencia, con tus amigos de clase? Al menos, sí sé que sabes que, la Alcaicería de Granada, es algo que visitan todos los que vienen a esta ciudad. Por eso estoy seguro que la visitaste y quizá más de una vez. ¿Compraste las mismas cosas que compran todos? ¿Alguna estatuilla de madera, algún anillo de plata, un pañuelo de gitana, la bandera española, un libro de Granada, un disco de música flamenca?

60 – Pregunto por ti y me dicen que te han visto

La calle por la que avanzo, en tu busca, se llama Alcaicería. El mismo nombre que también recibe todo el conjunto de callejuelas, tiendas y escaparates que hay en este bellísimo rincón de Granada. Por eso esta calle es, de todas, la más importante, aunque no se diferencia mucho de las otras. La calle por la que supongo vienes tú, es una muy chica que desemboca justo en la que se llama Ermita. Y, esta calle Ermita es la paralela a la que tiene por nombre Paños. Dos calles un poco largas, estrechas, repletas de bazares y que desembocan en la Plaza Bibarrambla. Son, estas dos vías, las segundas más importantes de toda la Alcaicería. Porque, la calle Libreros que también es paralela a la de nombre Ermita y muy parecida, ya queda fuera del recinto cerrado. Lo mismo que le sucede a la calle Zacatín. Que también discurre paralela a las tres calles que ya te he dicho pero lo hace por la parte de fuera. Por el lado en que cae la calle Reyes Católicos.

Ya ves, un laberinto de callejas, dentro y a los lados de este cerrado recinto. Y tenía que contártelo para que lo sepas. Para que tengas una idea, más o menos clara, de cómo se configura la Alcaicería de Granada. Porque, a lo mejor, no llegaste a tener claro de qué forma se distribuyen las calles por aquí. Ya que, cuando uno se encuentra dentro de la Alcaicería, se distrae mucho con tantos escaparates, tiendas, turistas, música, colores…

Pues, a toda prisa, avanzo por la calle Alcaicería y miro. Por entre la gente, por encima de sus cabezas, calle abajo, calle arriba, dentro de las tiendas… No te veo. Dejo atrás la calle Paños, la que discurre paralela a las de nombre Libreros y Ermita y por eso queda entre las dos. La dejo atrás imaginando que tú bajas por la otra. Por la pequeña que viene desde la Plaza de la Seda, la de los mosaicos. Por eso me esfuerzo en llegar, lo más pronto posible, al comienzo de la calle Ermita. Y llego. Pero ya sabes: justo aquí se juntan y cruzan cuatro pequeñas calles. La que recorro ahora mismo, que se cruza calle Ermita y sigue y la que traes tú, que también se encuentra con la de nombre Ermita y sigue. Un punto pequeño donde se junta cuatro callejuelas.

Aquí mismo me paro mientras te sigo buscando por entre la gente. No te veo. Me rozo y miro a unos y a otros y ninguno eres tú. Busco el color blanco de tu traje de lino y tampoco lo encuentro. Sí descubro, de vez en cuando, algunas chicas jóvenes que también visten colores blancos. Pero, al fijarme en sus caras, descubro que no eres tú. Oigo hablar ruso, a mis espaldas, y sobresaltado miro. Veo a un grupo de mujeres que se han parado frente a un escaparate a tres metros de mí. No estás entre ellas. Se me ocurre preguntarles, por si te conocen o las conoces de algo, pero no lo hago.

Oigo hablar inglés, ahora por la misma calle en que deberías venir tú y, al mirar, descubro a cuatro chicas jóvenes. Casi de tu edad. Altas, rubias y algo gruesas. Me acerco a ellas y ahora sí les pregunto:
- Busco a una muchacha, no muy alta, de cara dulce, pelo negro, ojos vivos, rostro blanco y guapa, muy guapa. ¿La habéis visto?
- ¿De qué color viste?
- Toda de blanco.
- ¿Y va sola?
- Por completo sola y, tan callada, que parece que fuera rezando. Quien no la conozca, puede pensar que lleva el cielo con ella, que va con el cielo hablando.
- ¿Qué porta en sus manos?
- Creo que solo un pequeño bolso también blanco.
- ¿Y habla español?
- Perfectamente. Pero también habla el ruso, el italiano, el inglés, el alemán…
- ¿Y dices que es guapa?
- Como el más dulce de los sueños. Pero su gran hermosura, yo que la conozco un poco, sé que no está en su cara ni en su cuerpo, sino en su corazón, en su alma.

Y las muchachas se miran entre sí. Guardan unos segundos de silencio y luego comentan algunas cosas en inglés. Espero impaciente que me digan algo. Porque necesito saber de ti y porque corre el tiempo. Si ellas me dicen que no te han visto, tengo que seguir rápido. Antes de que te alejes mucho y te pierdas más. Cuanto más tiempo pase más te alejarás de aquí y más difícil será encontrarte.

Por fin, la chica primera, la más alta y de tez un poco morena, me mira y pregunta de nuevo:
- Esta muchacha que buscas ¿es de Rusia?
- Del corazón mismo de Rusia y de una ciudad muy grande, junto al mismo río Volga, y donde existen y conviven muchas culturas. Ella es la más lista de la universidad de su ciudad y, por eso, ya le han dado varios premios. Es una chica muy, pero que muy especial.
- ¿Y qué es lo que le pasa o le ha pasado?
- Nada. Solo que se ha marchado de Granada y de España hace poco y por aquí ha dejado algo muy difícil de explicar en dos minutos.
- Pues lo sentimos mucho pero no lo entendemos.
- ¿Qué es lo que no entendéis?
- Que se haya marchado de España del modo en que nos dices.
- ¿Es que la habéis visto?
- Creemos que sí. En la plazuela chica de los cuadros en los azulejos.
- ¿Y para dónde se ha ido?
- No lo sabemos. Nosotras estábamos mirando cosas y ella observaba despacio los cuadros en los azulejos de la pared. Pero se debe haber ido para algún lado. Ya no está allí.
Les doy las gracias y alzo mi cabeza y miro.

61 – Como si te hubieras ido a las estrellas, al cielo mismo

No te veo por ningún lado. De nuevo doy las gracias a las muchachas y sigo mi camino. Por la calle Ermita, tuerzo para la derecha, dirección a Plaza Bibarrambla. Y miro para el frente. Ya sin esperanza de verte pero sí descubro los escaparate todos colgados de las paredes. Esta calle, lo mismo de estrecha o más que las otras, tiene algo de original. Porque en ella, las tiendas no están dentro de los edificios sino fuera. En las puertas, ocupando trozos en la vía misma, colgadas de las paredes… Y es que estas tiendas, casi ninguna son de españoles sino de marroquíes o de árabes. Por eso, lo que en ellas se vende, también son productos orientales. Muchos objetos de cuero, calzado, bolsos, cinturones y también cerámica, cachimbas, pipas de agua, timbales, faroles, juegos de té…

Me rozo con muchas de estas cosas en la calle y colgadas en la pared y ni siquiera me doy cuenta. Me topo con las personas que por aquí sí que se mueven con gran dificultad y les pido disculpas y sigo. Muy metido en mí y meditando lo sucedido. Voy mirando al frente y sigo sin verte. Miro para arriba, por la estrechura de la calle y por donde cuelgan los toldos sujetando los últimos rayos de sol de la tarde. Y por aquí si que no espero verte. Pero como, cuando te fuiste de España lo hiciste en avión, ahora, hasta el azul del cielo que en Granada has dejado, tiene cosas que contar de ti. Sabe de ti, porque en él, se ha quedado escrito y para siempre, tu recuerdo, tu presencia por aquí.

Por eso, mientras avanzo por la calle y me rozo con la gente, miro para arriba como buscándote por este otro espacio. Por aquí solo hay aire, vacío, algunos trozos de cielo color del sol de la tarde y lo demás, silencio. Un silencio grande a pesar de los que nos empujamos buscando hueco. Y, sin quererlo ni esperarlo, me sorprendo imaginando que quizá es por aquí por donde de nuevo te has marchado. Por el aire que envuelve a la tarde de Granada, en este especial día bullicioso y solitario. Y te has ido otra vez sin decirnos adiós, sin regalarnos un beso, sin darnos un abrazo de amigos que buscan a Dios y aman lo bello. Te has vuelto a marchar siguiendo los caminos del viento que ahora rozan estas calles para elevarte sobre la ciudad de Granada e irte tejos. Ahora ya no a tu país blanco, en el otro extremo de la tierra, sino al azul del cielo, a las mismas estrellas. A donde crees se encuentra el sueño que vive dentro de ti. Al mundo nuevo del que tanto me has hablado.

¿Y sabes? soñando este nuevo sueño parece que se me alivia la tarde. Ya que otra vez te he perdido casi en el justo momento de encontrarte. Y me alegro que, en esta ocasión, no te hayas ido a Rusia sino al cielo, a la luz de las estrellas, al mundo nuevo que tanto anhelas. Me alegro que sea a este lugar a donde, esta tarde, te has ido. Porque esto me indica que estás más cerca de la verdad, de Dios, de la eternidad, de lo que imaginamos. Que no eres tanta materia como algunos pensamos. Que le das importancia a tu alma y que crees necesario soñar con las estrellas y ser amiga del azul del cielo.

Gustando esta fantasía camino despacio y recorro la estrecha calle. No encuentro nada, de tanto como por aquí veo, que sea para mí interesante. Por eso ni me paro ni pregunto a nadie. Pero sí me entretengo un poco en observar la calle que, de pronto, me sale a los lados. Me llama la atención su estrechura y el que vengan de un lado a otro cruzando las calles Paños y Ermita, la que recorro. Es tan estrecha que escasamente se puede caminar por ella. Y por eso aquí ni siquiera hay tiendas. Me digo: “La Alcaicería de Granada es realmente un laberinto de callejuelas estrechas, cortas y altas”. Pregunto a uno de los de las tiendas en calle Ermita:
- ¿Cómo se llama ésta que cruza?
Se lo piensa un poco y luego responde:
- Es una calle sin nombre.
- ¿Estás seguro?
- Al menos, por aquí, nadie sabemos cómo se llama.

Le doy las gracias y, durante unos segundos, miro concentrado. Ahora ya no espero verte pero, como te estoy contando los sitios de Granada, me digo que esta pequeña calle, también te habría gustado conocerla. Es una enana muy enana si la comparamos con las avenidas de tu ciudad casi gigante y hermosa, allá en tierras lejanas. Son dos mundos, ya lo sé, pero tú ya formas parte de aquel tuyo y de éste. Y sé cómo se llama la reducida callejuela que te estoy comentando. Le he preguntado al de la tienda solo para confirmarlo. Porque, esta calle, no tiene ningún rótulo donde se pueda leer su nombre. No lo tiene, no se lo han puesto. Pero yo sé que se llama Pasaje Ermita. La hermana pequeña de la que voy recorriendo. Y, tiene sentido porque es tan chica que hasta parece que no puede tener otro nombre.

Sigo mis pasos por la calle Ermita. Ya veo al frente el final. Y, más al fondo, ya veo algo de la Plaza Bibarrambla. Ya se me está acabando la Alcaicería de Granada, su laberinto de pequeñas calles, tu presencia en sueño por aquí y todo lo que he querido compartir y no ha podido ser. Lo mismo que los últimos días que estuviste en esta ciudad. Soñé comentarte mucho y oír otro tanto o más de ti y luego solo hubo silencio. Sin sentido y muy doloroso y por eso, cada vez que lo recuerdo, tiemblo.

Pues algo parecido ha sucedido esta tarde por aquí. Sin embargo, ya ves con qué gozo lo sueño y cuanto interés he puesto para compartirlo contigo. Y es que sigo creyendo que mereces la pena y también que es bueno que conozca la gran belleza de esta ciudad, tan amada por ti.

62 – Por la Plaza Bibarrambla, Puerta del Arenal, preámbulo

Ya, en otras ocasiones, te lo he dicho pero ahora que llego a esta importante plaza, quiero de nuevo compartirlo contigo. La paz en el alma, la tranquilidad que da haber dejado las cosas bien hechas, el amor y respeto a los otros y el gozo que deja compartir todo cada día, es la mejor felicidad de esta vida. Sobre todo, tener la conciencia tranquila, que es en definitiva, la mejor paz del alma. ¿Que por qué te comento esto y de esta manera? Te lo explico para que lo sepas y pueda servirte algo de guía.

Ahora yo esta tarde, acabo de salir de las estrechas calles de la Alcaicería y piso los primeros metros de la gran plaza. La que se encuentra en el mismo centro de Granada y es, por esto y otras cosas, la más peculiar, bella y recogida. No por su extensión o la forma que tiene si no por su profanidad y altura. Y te estoy hablando de la plaza que se conoce con el nombre de Bibarrambla. Entro en ella justo al salir por la pequeña puerta de la Alcaicería. Y lo primero que hago es saludarte, mirar al cielo para agradecer a Dios y para ofrecerte, una vez más, lo mejor que por aquí voy encontrando y en mí tengo. Y se me llena el alma de la paz y de la belleza y de la verdad de la vida misma. Porque ¿sabes?

Al mirar al frente y ver la anchura, claridad y hermosura de esta plaza, en lo primero que pienso es en ti. Recuerdo que un día, también quise traerte por aquí para explicarte y enseñarte esto. Y, para darte ánimo, te decía:
- La Plaza Bibarrambla es como una gran llanura justo encima del corazón.
Y me preguntaste:
- ¿Qué quieres decirme con eso?
- Que una llanura, según mi experiencia de montañas y naturaleza, es siempre como un remanso donde la paz sestea. ¿Tú has sentido alguna vez este remanso extendido sobre el aire que respiras o durmiendo sobre tu corazón?
- Creo que no. Pero es que tampoco sé muy bien de qué me hablas.
- Pues yo sí lo sé y lo tengo, dentro de mí, muy claro. Por esto deseo recorrer contigo esta plaza.
Y guardaste silencio.

Luego, otro día, de nuevo te dije:
- También la Plaza Bibarrambla es como un hondo valle donde todo es tan profundo, a la vez que ancho y misterioso, que solo asomarse a lo alto y mirar, asusta.
Me preguntaste:
- Es una alegoría que no alcanzo a comprender. ¿Qué es lo que quieres decirme de este rincón de Granada?
- Que es hermoso, con esa belleza que siempre muestran los valles en los impenetrables secretos de las montañas y que, al mismo tiempo, están llenos de verdades. Repletos de caminos luminosos que discurren y llevan a los más sorprendentes sitios. Y también cuajados de praderas verdes, de manantiales, de arroyos y de cascadas.
- ¿Cómo sabes tú todo lo que me estás anunciando?
- Lo sé y me gustaría mostrártelo para que descubras las otras realidades de esta ciudad encantada.
También aquel día guardaste silencio.

Y otra tarde, calurosa como la de hoy y con su airecillo fresco, te dije de nuevo:
- La Plaza Bibarrambla, fue en tiempos lejanos, como una amplia playa, tallada y lavada por las aguas del río Darro.
Y me preguntaste:
- ¿En qué libro se encuentra escrito eso?
- En uno que un día escribiré.
- ¿Y cómo sabes que es verdad lo que me dices?
- Lo he soñado.
- ¿En un sueño has visto lo que quieres escribir en tu libro?
- Sí, y lo he visto claro. Por eso me gustaría compartirlo contigo. Para que sepas que, el lugar que hoy ocupa esta plaza, fue en otros tiempos como una inmensa playa de arena dorada. Donde había un cortijo con tierras repletas de árboles, animales, fuentes, acequias…

No hablamos más aquella tarde. Tampoco pretendía agotar el tema sino anunciarte lo que aquí te he dicho. Pero, aquellas tardes y ahora mismo, yo tenía gran interés en mostrarte la llanura de la paz del alma. Lo que es esta plaza y, al pisarla, en estos momentos siento. Por eso te decía al principio que nada hay que transmita mayor gozo que tener la conciencia limpia. La paz en el alma, la armonía con uno mismo, la satisfacción de haber dejado las cosas bien hechas, el gozo por la vida, es la mayor felicidad del mundo. Y esta plaza que comienzo a recorrer para contártela, está repleta de esta esencia y de las otras verdades que te he dicho. Quiero compartirlo contigo.

63 – Lo que hay en la Plaza Bibarrambla

A la derecha, según he salido de la Alcaicería, me encuentro con una terraza. Ya en la misma Plaza Bibarrambla pero muy pegado a la fachada de la Alcaicería. Hay muchas personas sentadas aquí, extranjeros y no, tomando una cerveza, un helado, una tapa de tortilla española, de jamón serrano, de queso manchego… Los alimentos propios de estas tierras que a ti tanto te han gustado. Y, lo que más entre todos, la tortilla española y el jamón serrano. Por lo visto, allá en Rusia, el jamón serrano es muy escaso y caro.
- Solo para los adinerados.
Me has dicho varias veces. Y yo te he preguntado:
- Y los adinerados en Rusia ¿Quiénes son?
- Solo dos de cada cien personas. Todos los demás somos pobres. En mi país no hay clases medias.

Avanzo mirando y enseguida estoy en el centro de la plaza. Antes de seguir te pregunto: ¿Sabías tú que el nombre Bibarrambla significa "Puerta del Arenal"? Pues sí. Aunque otros cambian arenal por río: “Puerta del río”. Sin embargo yo, que no sé mucho de las cosas antigua de esta ciudad ni tampoco de los nombre, me inclino más por “Puerta del Arenal”. Porque creo que es casi seguro que, en otros tiempos, el río Darro sí tuviera por aquí pequeñas playas de arena. Tengo, además, otra teoría que otro día, con más calma, te explicaré.

Esta plaza se situaba, en otros tiempos, en la orilla arenosa del río. En épocas árabes, se celebraban fiestas y, justo aquí, en los tiempos de los cristianos, había corridas de toros. Que, a diferencia de las corridas de hoy, eran muy violentas. Durante una corrida en agosto de 1609, 20 toros mataron a 36 personas y lesionaron a unas 60. Después de la Conquista Cristiana, se celebraron los autos-da-fe para decidir la suerte de muchos ciudadanos. También se quemaron muchos importantes manuscritos, documentos y libros.

Esta tarde, la fuente me saluda. Se alza en el mismo centro y es muy hermosa. Tiene varios niveles y vierte su agua con gran elegancia. Me paro junto a ella y le hago unas fotos. Para el recuerdo y para ponerlas en mi cuaderno. Y queda muy bonita con la torre de la catedral de fondo y el azul del cielo. Porque desde aquí, la Plaza de las Pasiegas, no está lejos ni tampoco la catedral. Y la torre que emerge desde el rincón del borriquillo de bronce, se ve perfectamente. Sobresale por encima de todos los edificios que le rodean. Por eso la foto me ha quedado bella, muy bella. Con la fuente y su agua cayendo, en primer plano y, a lo lejos, la torre y el azul del cielo.

Por mi derecha, según miro hacia la Plaza de las Pasiegas, me quedan las terrazas primeras. En uno de los bancos de cemento, tres jóvenes practican con acordeones. También aquí, lo mismo que en el rinconcillo de Diego de Siloes, Plaza de las Pasiegas y calle Oficios, algunas veces hay músicos espontáneos. Los de esta tarde tienen acordeones pero otras veces los he visto con violines, guitarras flamencas, teclados electrónicos, clarinetes… Son las típicas personas que se buscan la vida, no del todo, de esta manera.

Mientras los escucho y miro a la fuente y te recuerdo, te voy a contar algunas de las cosas que esta tarde veo por el rincón. Ya te he dicho que la plaza es rectangular. Y ya te he dicho que, por la derecha y siguiendo la fachada de la Alcaicería, hay varias tiendas con muchas cosas para los turistas. Al frente y en el lado pequeño, también terrazas. A la izquierda mía y lado paralelo al de la fachada de la Alcaicería, también hay varias terrazas. Muy pegadas unas a las otras y todas prolongación de restaurantes y heladerías. Y, a mis espaldas, el segundo lado pequeño, siguen las terrazas. Así que toda la plaza, en sus cuatro lados, queda llena de terrazas. Como si circundaran la parte del centro de la plaza. Y son todas terrazas muy dignas. Con sus mesas vestidas con manteles de tela, de colores diferente según los sitios, con sillas originales y lo mismo la decoración y el entorno.

Y más hacia el centro de la plaza, en los dos lados grandes, quedan los puestos de las flores. Porque en esta plaza se venden muchas flores. Claveles, rosas, geranios, margaritas, orquídeas… Toda clase de flores y también macetas. Y por eso, cada mañana y casi todos los días de la semana, este recinto es un escaparate precioso. El más bello escaparate de venta de flores de toda Granada. Por la variedad de plantas frescas y relucientes y por el colorido y el olor que regalan las plantas y los ramos de flores. Muchas personas vienen por aquí a comprar y, otros muchos, solo a ver o pasear. Y, a los turistas, esto les encanta.

Y más les encanta, a ellos y a todos los que vienen por aquí, la frondosidad de los árboles que coronan. Porque ¿Sabías tú que en esta plaza crecen tilos centenarios? Por si no lo sabía te lo digo porque es cierto. Como arropando a cada mesa de cada terraza y a cada ramo de rosas de cada puesto de flores, se mecen los tilos gigantes. Un bosque espeso y verde que cubre gran parte de la espaciosa Plaza Bibarrambla. Hermosos como catedrales y, por ser tan viejos, llenos de un misterio que da mucho prestigio a la plaza. En ellos, entre sus ramas, se cobijan las bandadas de gorriones, muchas palomas, algunos mirlos y también el airecillo que, ahora mismo, por aquí refresca.

Y ya, en el centro mismo de este gran recinto, es donde se alza la fuente. A los lados y bajo los tilos y entre los puestos de las flores, hay algunos bancos de cemento para que se sienten los que llegan, van y vienen. Y también, esta tarde y junto a la fuente misma, montan un escenario. Un pequeño tablao flamenco. A uno de los que están poniendo las sillas para que cuando empiece el espectáculo, el público se siente, le pregunto:
- ¿Qué hay aquí esta tarde?
- Cante flamenco y es gratis para todo el que quiera.
Y me acuerdo de ti. ¡Con lo que te gusta el cante flamenco! Y esta tarde, lo mismo que otros muchos días del año, aquí habrá un espectáculo al aire libre. Así que la Plaza Bibarrambla, ya ves tú: hermosa por todos los costados y, además, escenario para muchos espectáculos, a lo largo del año y gratis para todo el mundo.

64 – Una oración al cielo desde la Plaza Bibarrambla

Y, entre tantas cosas que en mi cuaderno tengo anotado para compartir contigo, hoy quiero decirte que Granada se mete en el corazón poco a poco. Como la lluvia fina que moja lentamente hasta empapar la tierra. Sin ruidos, sin prisa, sin desplazar nada. Y, cuando uno se da cuenta, descubre que nace y crece dentro, con vida propia. Como un sentimiento fino que, además de colmar, alimenta. Así es como va germinando, Granada dentro del alma. ¿Conoces tú esta experiencia? Creo que tampoco. Tu tiempo por aquí ha sido tan corto y has estado tan deslumbrada con no sé qué fantasía incierta, que no has tenido lugar de enamorarte de Granada. No has gustado de la lluvia fina que cae suave y, en una tierna caricia, empapa y transmite vida.

Tú has querido vivir, los días por aquí, como en una carrera loca, como desbocada, como queriendo cogerla toda, toda, en dos tardes y una mañana. Y así no se hacen las cosas porque no aportan gozo hondo sino que dañan. Pero en fin, cada persona tiene derecho a escoger y compartir la vida con aquellos y aquello que le guste o le de la gana. Cada persona somos dueños de nuestras acciones y pequeños sueños. Pero Granada, la ciudad que te ha encandilado y con tanta ilusión soñaste abrazarla, no ha podido hacerse amiga tuya. No ha podido besarte ni abrazarte ni meterse dentro. Porque esta ciudad es como la lluvia fina que, mansa y lenta, cae y empapa sin tener prisa ni importarle el tiempo. Como son todas las cosas que tienen valores eternos. Necesitan calma, el corazón abierto, sencillas y limpias miradas y amor, mucho amor hondo y bello. De esto es de lo que está construido el cielo y esta ciudad, por ti, tan soñada.

Por eso yo esta tarde, ya en el centro de la plaza y caminando lento mientras la observo con calma, te recuerdo. Y, al mirar al frente, descubro el bar que hay en la esquina. Se llama “Alhambra”, como el castillo de la cumbre. Y en él ¿sabes qué pasa? Que una muchacha de tu país pero que no conoces, trabaja. En trabajos sencillos pero dignos. Lleva ya dos años aquí en Granada. Y vino como tú, porque es también de tu misma ciudad, con beca erasmus. Cuando terminó el curso, estaba tan enamorada de Granada, que regresó a tu país y ha vuelto. Es una gran persona, muy buena, sincera y guapa, tanto o más por dentro que en su cara. De las personas más buenas y nobles que he conocido en mi vida. Y por eso, quería que la conocieras. Te lo decía y siempre me respondías que sí pero luego siempre resultaba que no. Al mirar ahora para el rincón del restaurante donde trabaja, la recuerdo y te recuerdo.

Me paro otra vez frente a la fuente y ahora cuento sus niveles y chorros de agua. Tiene cuatro pisos o niveles en forma de tazas de donde rebosa el agua. El de arriba, tiene tres caños, el de abajo, cuatro y el del centro, seis. Y luego el pilar donde cae toda el agua. Es antigua esta fuente y parece de mármol. Dos pinceladas de ella y sigo: Se le conoce con el nombre de Fuente de los Gigantes. Se alza en el mismo centro de la Plaza Bibarrambla y fue construida en el siglo 17 con piedra de Elvira. La pusieron aquí en 1940. Tiene unos gigantes que apoyan una pila inferior con una estatua de Neptuno arriba. Por eso la bautizaron con este nombre.

Hago una nueva foto y continúo. Miro ahora para el lado de la izquierda. Y, por ahí, veo más mesas en las terrazas. Muchas juntas y una casi solitaria cerca del tronco de un tilo. Creo que es la misma donde aquella tarde estuviste sentada. ¿Lo recuerdas? Era el mes de abril, justo el día del libro. En la Plaza de la Fuente de las Batallas, había una pequeña feria de libros antiguos y de ocasión. No era la feria del libro, la oficial, que también se celebra en esta ciudad pero ya en el mes de mayo. Y, dos días antes de este veintitrés de abril, te pregunté:
- ¿Te gustaría ver la pequeña feria del libro que por estos día hay en Granada?
Y me respondiste:
- Sí, me gustaría mucho.
Y, de tu respuesta, yo me alegré también mucho.

Aquella tarde, veintitrés de abril, mientras nos acercábamos a donde estaban expuestos los libros, te dije:
- En España y también en Granada, se ha ido consolidando la costumbre de regalar un libro y una rosa en este día. Más en Cataluña porque es el día de San Jorge.
- ¡Qué curioso! Esto no sucede en Rusia.
Y, aquella tarde y sin que lo esperaras, te regalaron un libro y una rosa roja. ¿Lo recuerdas? El libro era para aprender a escribir, un resumen de todos los mejores escritores del mundo con fragmentos de sus obras. Y del tallo de la rosa colgaba una cinte de seda también roja. Contenta me dijiste:
- Estas cosas solo ocurren en España y en Granada.
Y me sentí orgulloso de ti.

Por eso aquella tarde, camino ya de la feria del libro en la Fuente de las Batallas, pasaste por esta plaza. Hacía calor y, en la mesa que ahora veo solitaria junto al tronco del tilo, te sentaste. A tomarte un helado y a disfrutar del fresco airecillo de esta plaza. Recuerdo perfectamente el cuadro y te recuerdo toda vestida de blanco.

Voy a seguir avanzando para acercarme despacio a esta terraza. Sé que hoy no estás pero me gusta soñar que sí. Porque quisiera que fueras un trozo más de Granada y, en esta tarde y aquella, de esta plaza. Por eso quiero seguir pensando que, como la lluvia fina, la ciudad hoy y la tarde, se me cuelan un poco más en el alma. Para que esta tarde y aquella no solo sean recuerdo y materia sino también oración que por ti rezo y elevo al cielo.

65 – De nuevo te alejas de espaldas

Los puestos de flores de la Plaza Bibarrambla, están cerrados esta tarde. Solo abren por las mañanas. Por delante de ellos, donde cuando están abiertos exponen las macetas, picotean las palomas. Por encima de los puestecillos de flores los tilos mecen sus ramas y los gorriones revolotean. Todo como en aquella tarde clara. Todo conmigo te recuerda.

Camino por entre estos puestecillos y voy mirando. Fijos mi ojos en la mesa y silla que, solitaria, parece como esperar cerca del tronco del tilo. Me entretengo en mirar a las palomas que revolotean y a la niña que juega con ellas. Cruzo por delante de uno de los puestos y, al salir y volver a mirar, creo que te veo sentada en la mesa solitaria. De espalda a mí pero tu pelo es negro, tu estatura baja, viste de blanco, estás calla y, como tantas veces, solitaria. Me quedo parado. Como ya te vengo repitiendo, sé ciertamente que no estás en España. Te has marchado hace tan solo nueve días. Pero la que veo sentada en la mesa eres tú.

Temo que al verme te llenes de miedo. O que hagas como ya otras veces, que te levantes y te vayas dándome las espaldas. Temo esto o quizá temo otra cosa. El caso es que temo. Por eso me tapo con el puestecillo de las flores y por eso me quedo mirando a la niña que juega con las palomas. Me hace reflexionar su inocencia y, de alguna manera, tiemblo verte sentada en esta mesa. De espaldas como tantas veces y como si huyeras. ¿Sabes? A pesar de lo que temo, ahora mismo me acercaría a ti y, sentándome contigo en la mesa, te saludaría con respeto. Te pediría permiso y luego te dejaría hablar todo lo que quisieras. Porque seguro que tienes necesidad de hablar mucho. Y seguro que también lo necesitas.

Cuando uno se va dando las espaldas a las cosas y personas, remuerde luego la conciencia. Durante un tiempo, mucho y luego, toda la vida, de vez en cuando. Los humanos no estamos hechos para odiar y matarnos entre sí sino para ayudarnos y compartir las cosas. Y el que practique lo contrario no estará nunca en paz consigo mismo ni con su destino ni con el cielo. Y tú, por lo que conozco de ti, creo que eres incapaz de ser mala. No concibo que en tu corazón haya maldad siendo por fuera tan guapa.


66 / 18 de julio: Por la Gran Vía de Granada

En la tarde de este día dieciocho de julio, voy a recorrer la última ruta por los rincones de Granada. El último paseo para compartirlo contigo y regalártelo. Y voy a comenzar esta ruta en la Gran vía, a la salida de los Jardines del Triunfo. Toda esta zona la conoces bien. Quizá el sitio de Granada que mejor conoces. Porque, aunque las facultades donde has tenido tus clases de español y de italianos, están en la parte norte de Granada, por el centro has venido muchas veces. A comprarte tus cosas, regalos para llevarte a Rusia, vestidos blancos, algunos libros, música… Y también a ver escaparates y algún acto cultural. De hecho, al centro de Granada, es a donde siempre vienen los turistas, todos los extranjeros, todos los que visitáis esta ciudad.

Nada más comenzar a recorrer la Gran Vía, a la izquierda, queda una ancha calle que lleva directamente al Arco Elvira. Donde, en su pequeña plaza y banco, estuviste sentada aquella tarde con tu amiga. El Arco Elvira y la calle con el mismo nombre que va recta a Plaza Nueva, fue y siguen siendo parte de la ciudad primera, la antigua. De suyo, el Arco Elvira, fue otra de las puertas en la muralla. La que daba justo al lado de la ciudad Iliberri, para Sierra Elvira, antes de la nueva ciudad de Granada. Pero ya, la ancha calle de la Gran Vía, es parte de la ciudad moderna. De la que se fue desarrollando fuera de las murallas de la ciudad antigua.

La bib Elvira o puerta de Elvira debe su nombre al hecho de estar abierta en el camino que unía Granada con la desaparecida ciudad romana y musulmana de Elvira, situada en las proximidades de Atarfe. Esta monumental puerta fue la entrada principal a la ciudad de Granada. Por un grabado antiguo se sabe que existió un arco al comienzo de la calle de Elvira que sería una primera puerta construida en el siglo XI, a la que más tarde se agregaron otras defensas hasta convertir el acceso en un poderoso complejo defensivo. Se conserva la mayor parte de su frente externo. Tras el gran arco había un hueco o buhera por el que se hostigaba a quienes se acercaran a la puerta. El arco estaba retranqueado respecto al frente de la puerta y fue demolido a comienzos del siglo XIX. Tras esta puerta había un patio interior con nichos en sus lados para guarecer a la guardia. En frente de la puerta exterior había otra puerta por la que se accedía al arrabal de al-Bayyazin por la Alhacaba mientras que, girando a la derecha, por la antigua puerta del siglo XI, se iniciaba el recorrido de la calle de Elvira, arteria principal de la medina.

A partir de la calle que, por la izquierda, se aparta y lleva al Arco Elvira, la Gran Vía discurre toda recta. Larga, ancha y sin torcerse nada hasta la Plaza de Isabel la Católica. ¿Tendrá un kilómetro de larga? No estoy seguro pero sí es larga. Se tarda unos diez minutos en ir de un extremo a otro, andando rápido. Y, además, esta tarde se ve bonita. ¿Qué te diga cuantos años tiene esta gran avenida? Quizá ciento diez y, en una ocasión, pensaron hacerla más larga. Desde lo Jardines del Triunfo hasta el paseo de Salón, río Genil. Si hubieran llevado acabo este proyecto ¿a que ahora se vería fantástica, la Gran Vía moderna de Granada?

De todos modos es muy bella. Cuando tú llegaste a España, en octubre del año pasado, todavía estaban de obras. Las terminaron justo para Navidad y Semana Santa de este año. Le pusieron, le han puesto muchos árboles, le han ensanchado las aceras, por el centro solo han dejado dos carriles para los coches y le han puestos semáforos y farolas nuevas. Muy modernos, dicen algunos. Otros dices que son bonitos y también algunos dicen que son muy feos. Pero el hecho es que ahora, en la Gran Vía de Granada, todo es nuevo y se anda cómodo por las aceras. Son anchas y el pavimento no está mal.

Los árboles que por aquí han plantado, aunque son jóvenes, en la primavera pasada han brotado y ahora se ven todos verdes. Y claro que no son los árboles centenarios que hay repartidos por muchos rincones de Granada. Los que a mí me gustan mucho por la seriedad que dan sus años y por la nobleza que imprimen a los sitios donde crecen. Pero en fin, yo voy a dejar escrito en mi cuaderno que estos nuevos árboles de la Gran Vía de Granada, te pertenecen. Porque, los han sembrado justamente el mismo año que tú has estado por aquí. Por eso pienso que, mientras vivan y vivas tú, serán compañeros tuyos. Como los encargados, por aquí, de recordarnos tu año en Granada. Los que irán contando los años, según éstos pasen, para que no te olvidemos nunca.

En la parte de debajo de estos árboles, donde su tronco se clava en la tierra, han construido unos cuadros grandes. Bajo la tierra han metido finos tubos de plástico para que por ellos salga el agua gota a gota y así el riego sea automático. Y luego, en el cuadrado de tierra, en algunos, han sembrado pequeñas matas de mirto y, en otros, ciclámenes rojos. Flores que adornan mucho y que a ti te gustan. Te gusta mucho el color rojo y el blanco, sobre todo. Por eso, al pasar un día por aquí, la tarde de las cruces de mayo, entusiasmada con estas flores de la Gran Vía, me dijiste:
- ¡Son preciosas! Han tenido mucho gusto vistiendo con estos colores la Gran Vía de Granada.
Y te aclaré:
- Pues el diseño lo ha hecho una persona muy amiga mía. Y, el vivero donde trabaja esta persona amiga, ha sido el elegido para sembrar aquí estas plantas.
Me pregústate:
- ¿Qué es un vivero?
Te lo expliqué y luego me dijiste que, antes de irte de España, te llevará a este sitio.
- Quiero llevarme a Rusia, para regalárselo a mi padre, un olivo pequeño y una parra de uvas.

Me agradó que compartieras conmigo esto. Pero luego, cuando te fuiste de Granada y de España, no te llevaste ni el olivo ni la parra. Tampoco fuiste al vivero a conocerlo. Sé que te habría gustado y sé que habrías aprendido algunas cosas más de esta ciudad de Granada y de la cultura de España.

67 – Plaza de Isabel la Católica, corazón de la ciudad de Granada

En la misma Plaza de Isabel la Católica, final de la Gran Vía y corazón de Granada, doy comienzo a la ruta que hoy trazo para ti. De la Gran Vía ya no te cuento más. De sobra la conoces y de ella tampoco tengo mucho más que decir. Solo que ahora parece otra y que, a pesar de tu ausencia, es hermosa. Pero esta Gran Vía de la ciudad es solo para eso: para ir de paso a algún lugar concreto. Como hacías tú y como hacen tantos. Y ¿a que parecía que ni siquiera Granada se daba cuenta de ello? Nadie te miraba, cuando por aquí ibas, nadie te saludaba, con nadie te parabas… Como si, a pesar de ir por esta calle y por otras, no estuvieras por aquí. Lo mismo que ahora.

Y es que, las cosas parecen tener una realidad en el alma, en los sueños, en el corazón, y otra, en la vida misma. La realidad de la vida, la de la materia, la que pisamos y tocamos con las manos, cambia cada día y prescinde por completo de nosotros. La otra, la que llevamos en el alma, y a nadie pertenece sino exclusivamente a nosotros, es la que nos trasciende y nos hace inmortales. Y esta verdad es la que me interesa de ti y voy buscando por los rincones de Granada que te estoy contando. Lo demás, es solo soporte que ayuda para mostrar y aclarar las cosas.

Sigo con la ruta. El día tres de mayo, el de las cruces, también pasamos por esta fuente y Plaza de Isabel la Católica. ¿No te acuerdas que justo en ese momento llovía? Un chaparrón pequeño que, al principio, solo mojó los tejados y las flores que por aquí habían puesto. Te pregunté:
- ¿Sabes lo que es el Corral del Carbón?
- Ni siquiera sé lo que es carbón.
Tu amiga, la profesora de ruso que te acompañaba, también se me quedó mirando. Como queriendo saber lo que yo había anunciado. En dos palabras te expliqué lo que es el carbón y también lo de edificio que te había nombrado. Y entonces me preguntaste:
- Y dentro del Corral del Carbón ¿también ponen cruces?
- Las ponen y siempre procuran que sean las más bonitas.
- Pues vamos y así conocemos otro nuevo rincón de Granada.

Como seguía lloviendo mansamente, por el lado derecho de la fuente, nos refugiamos bajos los paraguas. Sin decirnos nada pero yo creo que era porque resultaba bonito el espectáculo. Esta plaza es el centro total de Granada. A donde vienen todos los turistas, lugar donde muchos amigos se cintan, rincón donde también muchos hacen fotos y punto de referencia para ir a cualquier otro rincón de la ciudad.

Por eso, según estábamos refugiando, viendo la lluvia caer, mirábamos a lo lejos. Al frente nos quedaban y me queda esta tarde, la calle Reyes Católicos. El trozo que sube hasta Plaza Nueva. Más arriba y, siguiendo el curso del río Darro, se veía lo que dicen es el paseo más bello del mundo: la Carrera del Darro. A la derecha y más en lo alto, la Torre de la Vela, la Alhambra y luego las laderas del Generalife y el barranco de la Abadía del Sacromonte. Y, por el lado de la izquierda, el cerro de San Miguel Alto y parte del barrio del Albaicín. Desde aquí y, ahora mismo, lo observo esta tarde.

Hoy cae el sol y todo parece extraño. Desde el día en que te fuiste nada, nada es lo mismo. Pero aquella tarde, la lluvia caía y las nubes iban y venían por lo alto de las colinas que te he dicho. Era un sencillo espectáculo que asombraba de tan bello. Quizá por esto te preguntaste:
- ¿A que parece que huele a cielo?
Te quedaste mirando y no respondiste nada. Pensé que quizá, esta pregunta mía, era para ti algo insólita. Porque quizá tú no has experimentado nunca en la vida sensaciones que tenga que ver con esto.

A nuestras espaldas, la fuente de la plaza, lanzaba sus chorros de agua y, por las hojas de las plantas, la lluvia resbalaba. Me preguntaste:
- Y el río Darro ¿por donde me dijiste que pasa?
- Por aquí mismo. Bajo tierra, empezando desde Plaza Nueva hasta su encuentro con el río Genil. Pasa justo por donde estamos ahora, final de la Gran Vía de Colón, y sigue bajando. Toda la calle Reyes Católicos, hasta Puerta Real, no es otra cosa sino el camino del río.
- Es algo que no sabía y me resulta curioso. Pero ¿te puedo hacer una pregunta?
Y, sin perder un segundo, te dije que sí. Nada me ha gustado más en ti, que tu gran inquietud por saber cosas. Y tu pregunta fue:
- Si algún día cae una nube grande, de esas que son noticias por los daños que hacen ¿No ocurrirá una catástrofe aquí en Granada?
Y te respondí:
- De suyo, en el año 1952, ya se produjo un reventón del embovedado que ahora encauza el río Darro. Hubo inundaciones en las calles Recogidas, San Antón, Ganivet, José Antonio, actual calle Carrera Darro. El trayecto que recorre este río hasta su encuentro con el Genil, tiene un recodo en Puerta Real. Fue precisamente aquí donde el embovedado reventó.

Durante un rato más seguiste mirando en silencio. Para la derecha que era por donde las nubes cubrían sobre las altas tierra de Granada. Luego para Plaza Nueva, Reyes Católicos y Gran vía. Después miraste para la izquierda y luego te quedaste fija en el monumento de la fuente. Justo en ese momento me preguntaste y te expliqué, en dos palabras:
- Como ves, la estatua en esta plaza representa a la Reina Isabel concediendo permiso a Colón para conseguir los barcos y las provisiones. La imagen fue construida en Roma en 1892 por Mariano Benlliure y anteriormente se situaba en el Paseo del Salón.

Estábamos parados justo al lado de las macetas de flores. Los dos grandes macetones que, en forma de cilindros de unos tres metros de alto y casi uno de diámetro, hay en el frontal de la fuente. Son unas macetas muy singulares que se riegan solas y, a lo largo del año, el Ayuntamiento cuida renovando las plantas. Por aquellos días había sembradas en ellas campanillas. De color rosa algunas y rojas otras. Unos meses antes, por Navidad, estas macetas estaban engalanadas con flores de pascua. Y esta tarde, lo que en estas macetas hay sembrado, son plantas que no conozco. Tiene flores pequeñitas, amarillas y naranja, y están muy verdes. Y, como en aquella tarde, durante mucho rato seguiste como refugiada en este singular rincón de Granada, me dijiste:
- Me gusta mucho estas curiosas macetas y lo bien cuidadas que están. Lo mismo digo de las macetas que cuelgan en cada una de las farolas de esta calle, Reyes Católicos.
Me alegré oírte esto. Seguiste comentando:
- Cosas así, tan sencillas, finas y delicadas, solo se ven en Granada. En mi Rusia del alma, nunca vi nada parecido.
- Pero tu Rusia es un gran jardín muy verde en verano y con muchos abedules.
- Claro, después de las grandes nevadas que caen en invierno, al llegar el verano, todo se torna verde. Las nieves se derriten y dejan mucha agua.

Quizá porque trajiste a tu memoria las llanuras verdes de tu país, la nieve del invierno o el agua de sus ríos, te acordaste y me dijiste:
- También en Granada dicen que hay mucha agua. Pero ¿dónde está el rincón más bonito para ver y disfrutar de esta agua?
Medité un momento y, antes de responder a lo que me inquirías, te pregunté:
- ¿De verdad quieres saberlo y, en serio, quieres conocerlo?
- De verdad y ¿sabes qué?
- Dímelo que no lo sé.
- Antes de irme de Granada quiero celebrar una fiesta. Como despedida y para decirles adiós a las personas que por aquí he conocido. Y quiero que sea una fiesta sencilla, solo cuatro cosas de comida, algo de música y unas cuantas personas. Pero eso sí, me gustaría que fuera en un sitio muy singular y donde hubiera mucho agua. Para que resulte más tonita y para que me quede convencida de la excelencia y abundancia de agua aquí en Granada.


Sin perder un segundo más, te dije:
- La fiesta que anuncias para el día de tu despedida es algo bueno. Siempre es loable y engrandece ser agradecidos. Dar las gracias y abrir el corazón para que entren los amigos es, entre todas las cosas, lo mejor. Te apoyaré en esta fiesta. Y también les diré a mis amigos del Cortijo de la Viña que te apoyen conmigo. Se lo diré a la niña, a Serafín, a la madre, a los que trabajan en la huerta de este cortijo, al caballo Enebro y al borriquillo de caramelo. A ellos, tú no los has conocido mucho, casi nada pero son mis mejores amigos. Las personas más buenas que nunca he conocido y por eso estoy seguro que, en cuento hable con ellos de este deseo tuyo, se alegrarán mucho.

Y, en cuanto a sitio para celebrar esta fiesta tuya de despedida, ningún otro lugar puede ser mejor que el Cortijo de la Viña. También lo conoces poco. Ya te dije un día que se encuentra al norte de la ciudad de Granada, en unas tierras que parecen trozos del cielo. Por la abundancia de agua, de árboles frutales y de hierba. Allí brota y corre el manantial del balneario del Arroyo de las Nogueras, se remansa el Charco de las Playas de Arena, se desliza el río del Bosque de los Robles, se despeña la Cascada del Balneario, juegan con la luz de la mañana los arroyuelos de la Cañada del Agua, en el naranjal de las mandarinas, canturrea la Fuente de los Chopos, en la Vaguada de la Colina, desciende de las cumbres el arroyo de los Abetos de Cristal… Y así hasta nombrarte ciento y más espejos y arroyuelos claros de aguas buenas. Pero sobre todo, el fantástico manantial de aguas termales en el balneario del Cortijo de la Viña. Tú nunca lo has visto y por eso sería estupendo que, antes de irte, celebraras en este lugar tu fiesta.

Para que sepa que en Granada, es muy abundante y buena, el agua. Como en pocos otros lugares de la tierra. Y, el balneario de aguas medicinales y calientes, un manantial natural que surge desde las entrañas de la tierra, es fantástico. La cueva del manantial, una gruta natural más bella que ningún otro monumento de esta ciudad, la cascada por donde, nada más brotar, el agua salta, el charco donde cae esta cascada, el vapor natural de sale del agua, las playas de arena fina que hay junto al charco, el río que, desde el charco para abajo, corre y se aleja, la Gruta de la Explanada del Belén, la alberca… Todo esto lo ponemos a tu disposición para que celebres la fiesta. Rodeada de nosotros, fuentes, arroyos, ríos y cascadas y envuelta por un precioso paraíso de árboles.

Porque ¿sabías tú que en nuestro Cortijo de la Viña, el lugar más hermoso de Granada y de la tierra, hay abundantes árboles frutales? Pues es cierto. Allí crecen cerezos, nogueras, granados, membrillos, almendros, naranjos, pinos, castaños, madroñeras, robles, encinas…Todo un paraíso único en este lugar del mundo que nosotros tendremos el gusto de regalarte. Para que nunca puedas decir que no hemos hecho todo lo posible para ser amigos de ti. Porque, además de todas las cosas que te he dicho, también te ofrecemos lo más saleroso del mundo: nuestro amigo Sinombre, el borriquillo de caramelo. Tampoco aun no lo conoces pero, cuando lo veas y lo toques, ya verás qué delicia de algodón tierno. Porque ¿sabías tú que los borriquillos, ya casi desaparecidos de estos lugares y otras partes del mundo, siempre en Granada fueron importantes?

Y, con esta pregunta, terminé mi ofrecimiento. Seguíamos parados junto a la fuente del corazón de Granada y frente a la lluvia de la tarde. Esperaba que me dijeras algo como respuesta a lo que te había comentado. No dijiste nada. Tu amiga me miraba y, también como yo, esperaba de ti unas palabras. Por delante de nosotros la gente pasaba. De la Gran Vía, muchos turistas se acercaban. Y, desde Plaza Nueva, también bajaban grupos de jóvenes. Todos en busca de las cruces repartidas por los secretos rincones de Granada. La tarde era bella y el corazón se alegraba. También es bella la tarde de este día de verano pero se encuentra solitaria. Vacía de ti aunque esté llena, muy llena, de tu recuerdo. ¡Fue todo un sueño tan limpio y bello, que cuesta ahora trabajo, mucho trabajo, vivir despierto!

68 - Por la Plaza Luís Rosales, bajo la lluvia

Sigo esta tarde mi ruta. Por detrás de la fuente que es centro de la ciudad. Por el mismo sitio y, casi de igual forma, que tú aquella tarde de las cruces. La plaza se acaba enseguida. En realidad, no es gran cosa el espacio que ocupa esta plaza. Es más su interés por ser centro de la ciudad, por el monumento que en ella se alza y por ser final de la Gran Vía. Por eso, por detrás de la fuente, casi siempre esta sola, esta plaza. La gente va y viene a Plaza Nueva o sube y baja por Reyes Católicos y no pasa por donde yo esta tarde y tú, el día de las cruces.

En cuanto avanzo unos metros, por el lado derecho de la parte de atrás de la plaza, me encuentro otro pequeño espacio. Un recogido rincón donde confluyen cuatro vías. Es la Plaza de Luís Rosales, el poeta. Aquella tarde, al leer el nombre de esta plaza, me preguntaste:
- ¿Quién fue este poeta?
Y, con gusto, te comenté:
- Luís Rosales nació en Granada en 1910. Aquí estudió Filosofía y Letras y Derecho. Amigo de Federico García Lorca y de toda su familia. Cuando fue encarcelado Lorca, un miembro de la familia Rosales, realizó fuertes presiones para salvarlo. Resultado sin fruto. Lorca fue ejecutado. Un año antes de proclamarse la II República, Luís Rosales se instaló en Madrid. Colaborador de Cuatro Vientos, Escorial, Cruz y Raya, Vértice… Premio Nacional de Poesía en 1949 por su obra La casa encendida. Premio Nacional de Literatura en 1951. Premio Cervantes en 1982. En 1964 ingresa como miembro en la Real Academia de la Lengua. Falleció en 1992.

En el mismo edificio que hace esquina con la Plaza de las Descalzas, hay un azulejo. Una lápida donde puedo leer unos renglones de este poeta. Me acerco y leo despacio, mientras te recuerdo: “Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir: y las contase, y las volviese a contar, para evitar errores, hasta la última, hasta aquella que tiene la altura de un niño y le cubre de frente, así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño, sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería”.

Así que, la Plaza de las Descalzas y la de Luís Rosales, casi ocupan el mismo espacio. Aunque no es exactamente esto. Despacio voy cruzando esta plaza y observo el monolito que, en forma de cuadrado en mármol, hay en el mismo centro. También cosa pequeña porque la plaza no da para más. Pero ya sabes tú: en Granada, pocas cosas son grandes por fuera. Casi todas son más bien reducidas, con apariencia de nada, como si no tuvieran mucho valor. Pero no es esa así. Tras la aparente pequeñez y fragilidad se encuentra un gran tesoro. Una belleza y valor oculto que no tiene comparación con nada en este mundo.

Pero el pavimento de esta pequeña plaza también se encuentra empedrado. Con piedras pequeñas del río, blancas y negras, como muchas calles del Albaicín y del Realejo. Y recuerdo ahora mismo que al verlo tú aquella tarde de mayo, me preguntaste:
- ¿Cuántas calles hay en Granada con el pavimento empedrado con chinas del río?
Me sorprendió tu pregunta pero no tanto. Porque, una vez más, mostrabas tu interés por las calles empedradas con piedrecitas del río. Te respondí:
- Sé que son muchas las calles y plazas que hay en Granada pavimentadas con piedras del río.
- ¿A que sería curioso recorrerlas todas para verlas y contarlas?
- Sí que sería un entretenimiento muy curioso. Y, además, serviría mucho para conocer Granada de otra manera y desde otra cara.

Y aquella tarde, bajo la fina lluvia, seguimos avanzando. Igual que yo hoy pero bajo un ardiente sol de verano. Nos vinimos y me vengo, para el lado de la derecha. Buscando una calle, no muy ancha, que por aquí baja hacia el Corral del Carbón y Plaza del Ayuntamiento. Y, enseguida esta tarde, me tropiezo con el mismo pequeño rincón que vimos aquel día. Justo por la derecha y a solo unos metros de la Plaza Luís Rosales. Y, el rincón en concreto, es otra reducida plaza, con una fuente en el centro. Fuente hexagonal, de mármol color naranja o canela clara y con un chorro de agua grueso. Solo un chorro en el mismo centro y que fluye como en borbotones. Como si fuera un venero. Y el reciento chico, la plaza cuadrada donde se recoge la fuente hexagonal, está protegido por pequeño poste de piedra. Y, desde uno a otro de estos pivotes, gruesas cadenas de hierro macizo. Como amurallando a la fuente que se clava en el centro. ¡Es muy curioso y bonito este rincón chico!

Sobre el agua clara que se remansa en el pilar del hexágono, caían las gotas de lluvia aquella tarde. Y dibujaban círculos concéntricos muy bonitos. Al verlos y sentirte en el centro de este curioso recinto, te paraste. Bajo tu paraguas y junto a tu amiga, la profesora de ruso. Miraste despacio las gotas de lluvia quebrándose en el agua del pilar de mármol y así te quedaste durando un buen rato. Como si soñaras, como si meditaras, como si buscaras, por las profundidades de tu alma, algo. Quise preguntarte pero me pareció que era importante y merecía respeto, tu silencio ensimismado. Tu oración, tu sueño… La plaza estaba repleta de una tranquilidad casi perfecta. Nadie pasaba por aquí. Igual que esta tarde. Y el silencio también era hondo. Solo se oían las gotas de la lluvia quebrándose en la superficie del agua de la fuente de mármol. También el repiqueteo de las gotas que se rompían sobre tu paraguas y en el pavimento del cuadrado.

Y me acordé, en ese justo momento, de tu país lejano. De los tuyos, de tu ciudad, tan desconocida para mí, del río ancho que por ella pasa, del verde de aquellos campos, de la nieve que por allí cubre en invierno… Y, al mirar y ver que estabas aquí, a tanta distancia de aquel mundo tuyo y tan cerca de mí, una vez más me sentí sorprendido. Quiso decir algo pero, en ese momento, dijiste tú: - Lo mismo que cuando llueve en Rusia. Es tan exacto que hasta parece la misma lluvia.

69 - El ameno rincón de la Plaza Tovar

Desde la plazuela de la fuente hexagonal, por el lado derecho, sale una calle. Adoquinada, estrecha y corta. Es tan chica que ni tiene nombre. Pero baja suavemente y, en unos metros, deja en el centro de esta plaza. Algo mayor que la de la fuente color naranja y, más o menos igual a la de Luís Rosales. Por eso es también, un rincón ameno, silencioso, recogido y sin salida para seguir excepto para la izquierda. Calle Mariana Pineda, que es donde se encuentra el Corral del Carbón. No lejos de la plazuela a la que voy llegando.

Llego y, una vez en ella, me quedo parado y la miro despacio. Desde cierta distancia y, no en el mismo centro, sino desde el lado izquierdo. ¿Que te diga el nombre de este rincón? Lo pisaste aquella tarde, bajo tu paraguas y acompañada de la lluvia y tu amiga, la profesora. ¿A que lo recuerdas? Entramos desde abajo. Desde el Corral del Carbón porque, las puertas del palacio que hay en este ameno rincón, estaban abiertas. Y, a través de ellas, al fondo se veía un pequeño patio. Pero en la puerta, en las escaleras primeras según se entra, estaba la cruz de mayo. Y era lo que más se vía desde lejos y tú venías buscando. Todo el pasillo de la entrada estaba lleno de flores, de platos de cerámica granadina, de objetos metálicos, cobre dorado, de mantos de seda, de fruta de las huertas, naranjas, limones, granadas, membrillos, nueces, almendras…

Era la decoración que envolvía y ensalzaba la hermosa cruz de claveles rojos que se veía al fondo. Una más de las muchas cruces de mayo que aquella tarde se repartían por la ciudad de Granada. Pero ésta era única. Por eso de estar montada en la misma puerta de un sencillo pero bello palacio. Me preguntaste:
- ¿Qué historia tiene este edificio?
Te respondí:
- No es muy antiguo pero su historia queda resumida de esta manera: Se le conoce con el nombre de Palacio de Abrantes. Fue edificado por Francisco de Bobadilla a finales del s. XV, quizá utilizando algunas de las antiguas construcciones que había en el lugar. Como ves, la portada es un arco florenzado con adornos góticos. La puerta tiene labor de lacería árabe, lo mismo que otros restos. Pero ¿sabes? Esta zona de la ciudad se encontraba, en tiempos de la Reconquista, salpicada de antiguas construcciones, que configuraban un paisaje agradable entre huertas y jardines. Ha sido muy cantada en los versos Árabes, porque tenían quarenta Alcaydes Moros, que era lo mas noble de su nación, quarenta casas de gran recreación por sus fuentes y jardines y por ellas llamauan a este barrio, el Haxariz, que sinifica Mármol, el barrio de la recreación y deleyte.

Mientras te fui desgranando este breve relato mirabas al edificio muy interesada. Con la misma paz y armonía de siempre y despacio. Como si no tuvieras necesidad de ir a más lugares, ni de esta ciudad ni del mundo. Como si en ti, en tu esencia misma, lo tuvieras todo. Y, una vez más, en ese momento, me gustó tu serena compostura, tu silencio, tu manera de gustar las cosas de Granada, tu deseo de meterte dentro de toda la belleza y misterio de esta ciudad encantada. Quizá por eso, otra vez me dijiste:
- Quiero una foto.
- ¿Y cómo y en qué sitio la quieres?
- Cerca de la cruz de flores, por entre los mantones de manila, las naranjas y los limones.
Pedimos permiso a la persona que vigilaba y te dejó pasar dentro. Con cuidado, para no pisar la hierba que tapizaba y con respeto. Mostrabas mucho respeto por todo lo que por aquí descubrías. Junto a ti se puso tu amiga y, desde la entrada, hice varias fotos. Bonitas todas, por el marco, el colorido y la luz.

Le diste las gracias al que nos había dado permiso y, al salir fuera, me dijiste:
- Para cuando vuelva a Rusia, llevarme conmigo y para siempre, un bonito recuerdo. Esto de las cruces de mayo tampoco existe en mi país. Y me gusta mucho. Es todo tan misterioso, alegre y con tanto colorido, que me levanta el ánimo.

Seguía lloviendo mansamente. Por encima de los tejados del palacio se veían las nubes, blancas y negras. A ratos, se abrían como en rotos grandes dejando ver el azul del cielo. Pero llovía y no hacía viento. Todo estaba como suspendido, como esperando, como lleno de gran hondura y silencio. Igual que esta tarde, en el recinto mismo de esta Placeta Tovar. Porque este es el nombre del rincón donde aquella tarde estuviste. Un nido de serenidad que esta tarde te recuerda conmigo. Y el suelo, todo el recinto de la plaza y la calle que baja, también se encuentra adoquinada. No podía ser menos. Pero ahora mismo, los adoquines de granito, están secos. Es verano y hace mucho calor. Aquel día de mayo estaban mojados porque llovía y por eso relucían, al darle el sol. Hasta parecían trozos de perlas que, de alguna manera, tus ojos se recrearan y tus pies los acariciara. Porque, además, todo este rincón ameno, estaba muy limpio y olía a primavera, a serenidad, a tarde llena, llena de cielo.

70 - Por el Corral del Carbón

Justo en el rincón ameno de la Plaza Tovar, nace la calle Mariana Pineda. Aunque también podría decir que nace abajo, en la Plaza del Carmen, que es la que hay delante del Ayuntamiento. Pero como yo esta tarde y ahora mismo, me encuentro en el rincón ameno, voy a decir que aquí es donde nace la calla Mariana Pineda. También porque tú, la tarde de las cruces, estuviste aquí. Y, lo mismo que yo ahora, seguimos recorriendo Granada desde este rincón para abajo.

Y, avanzo solo unos metros bajando suavemente y ya estoy en la puerta hermosa. La del Corral del Carbón. Por la izquierda me saluda, desde su solemnidad histórica y hasta parece que me invita. Como si, desde la hondura de los siglos, me estuviera esperando y también a ti. Pero no paso enseguida. Me paro, justo en el centro de la calle y delante de esta puerta, y miro. Al frente, según voy bajando, ya te lo he dicho, avanza la calle hasta morir en la plaza del Ayuntamiento. A mi derecha, me queda otra pequeña calle. Es también corta y en ella hay muchas tiendas para los turistas. Miro por aquí, dejando a mis espaldas la gran puerta del monumento, y ¿sabes lo que veo? A solo unos metros, la calle Reyes Católicos. Discurre por aquí paralela a Mariana Pineda, y al mirarla, intuyo el río que corre subterráneo. Es el río Darro que, oculto a los ojos de todos, surca y atraviesa la ciudad como si no existiera.

Y pienso que, será importante que por aquí el río vaya bajo tierra y no sea nada. Pero también me entristezco. Un río siempre es un río y tiene su belleza. Y cuando, como por aquí, se le tapa, parece como si le desposeyera de su dignidad. Como si se le quisiera aniquilar porque no es bueno. Por eso, quizá dentro de un rato o mañana, te cuente lo que fue este río en lejanos tiempos. Lo que fue y lo que por sus orillas crecía cuando de verdad era libre, surcando a cielo abierto, por aquí las tierras. Ahora, sigo mirando y cruzo, por la calle que avanza y paso al otro lado. Sin necesidad del puente que, aquí mismo, hubo también en otros tiempos. ¿Sabes lo que veo al final? La calle Zacatín y, al fondo, una pequeña puerta con un arco. En el centro de este arco, hay un azulejo y en él, escrita una palabra: “Alcaicería”. Sí, por aquí se entra la Alcaicería y precisamente por la calle más bonita. Desde ella y, por la parte de arriba y más al fondo, se ven las torres de la Catedral de Granada.

Así que fíjate qué cuadro más original, justo desde la misma puerta del Corral del Carbón. Tú aquella tarde no apreciaste nada de esto. Caía la lluvia, dentro del Corral del Carbón, había otra cruz instalada y querías verla. Porque ésta era aun más bonita que las otras que ya habías visto. Por eso entramos, lo mismo que yo esta tarde y nos pusimos a buscarla, como con hambre. En el centro, justo donde el pequeño pilar, habían montado un escenario. Como un altar elevado dos metros o así y con varios niveles. En lo alto y en las escaleras, estaban las flores, las macetas, los platos de cerámica… La cruz se alzaba desde el fondo y la gente se achuchaba para verla. Porque era muy hermosa. Y verte a ti, recortada sobre ella y tu pelo negro con la lluvia trabada, también era un bonito cuadro.

Esta tarde, el patio cuadrado del Corral del Carbón, está casi vacío. Solo unos turistas van de un lado a otro, sacando fotos y mirando embobados. En el centro se ve el pilar de piedra, rebosando de agua muy clara, los dos chorrillos que lo llenan y el empedrado que lo rodean. Aquella tarde no te fijaste pero el empedrado de este recinto sí es de verdad viejo, viejo. Con forma y color distinto a los que hemos visto por tantas calles y plaza de esta ciudad de Granada. Me paro un rato. Justo a la entrada, a la derecha y miro despacio. Por arriba cubre, muy enredadas entre sí, las ramas de una vieja parra. En este lugar, todo es viejo, todo es rancio, todo se hunde o sustenta sus raíces en la más honda historia.

De las ramas de la parra que, por el techo se enredan, cuelgan los racimos de uvas. Aun verdes pero ya están gordas. Aquella tarde de tu presencia, empezaban a brotar. Dentro de unas semanas, cuando llegue el otoño, si volvieras por aquí las verías maduras. Yo sí volveré. Porque me gusta el otoño más que ninguna otra estación del año y porque quiero recordarte. Será al final de septiembre o comienzo de octubre. Quizá por las mismas fechas en que llegaste tú a Granada el año pasado. ¿Y sabes para qué, además, quiero volver? Para ver otra vez este patio y en él, enredada la parra y de las ramas, colgando maduros los racimos de uvas. Porque este sencillo espectáculo, aunque para muchos no sea casi nada es, sin embargo, bello entre lo bello. Quiero verlo y disfrutarlo para regalártelo. ¡Las cosas sencillas y deliciosas que tenemos en Granada!

Y sobre todo, porque ahora recuerdo que tú aquella tarde de lluvia y cruces, cuando por aquí mirabas, me dijiste:
- Una parra como ésta es la que yo quiero llevarme a Rusia cuando me vaya, para regalársela a mi padre.
Ni tu amiga ni yo dijimos nada. Sobre las hojas de la parra que cubre al patio, caían las gotas de lluvia. Eran finas y por eso parecían rocío de primavera. Casi no mojaban pero prestaban un brillo especial a tu pelo y a las flores de la cruz que había en esta estancia. De pronto, otra vez dijiste:
- Las ciudades, los monumentos que hay en ellas, las calles, los sitios, si no se explican, son como si no fueran nada. Llegamos y miramos, vamos de un lado a otro y nos marchamos sin haberlos conocido a fondo. ¿Tú sabes lo que fue en otros tiempos este singular rincón de Granada?
- No lo sé todo pero algo sí.
- Pues cuéntame un poco.
Y, animado por tu interés, te dije:
- En dos pinceladas, esto fue y es el Corral del Carbón, Alhóndiga Yidida, de Granada:
Las alhóndigas eran edificios públicos que servían para albergar a los comerciantes y guardar los productos que luego se subastaban. En Granada, en sus dos épocas de esplendor durante las dinastías zirí (siglo XI) y nazarí (siglos XIII a XV), la actividad comercial fue muy importante. Por lo que contaba con varios establecimientos de este tipo. Desaparecidos todos ellos, el único que se conserva en esta Alhóndiga Yidida o Corral del Carbón, nombre este último que recibió tras la conquista cristiana por hospedarse en él los comerciantes del carbón. Su uso ha ido cambiando con el paso del tiempo: corral de comedias (S. XVI), casa de vecinos (desde el S. XVII), y en la actualidad se ha acondicionado para la celebración de proyectos y actos culturales. Realizado a principios del siglo XIV, es el único edificio de este tipo íntegramente conservado en España.


71 - Plaza del Ayuntamiento de Granada

En cuanto se sale del Corral del Carbón, a la izquierda, sigue bajando la calle Mariana Pineda. Paralela, como ya te he dicho, a la calle Reyes Católicos. Y no hay más calles, ni a un lado ni a otro, que salga de ésta. Solo a unos metros y también por la izquierda, una callejuela que tiene el nombre de Lepanto. Discurre por entre los edificios del Corral del Carbón y el del Ayuntamiento.

Pues salgo esta tarde del histórico patio del Corral del Carbón y busco la calle Mariana Pineda. Lo mismo que hiciste tú aquella tarde. Miro, antes de seguir, a un lado y otro y no veo casi a nadie. Muy solitaria está la calle. Solo unos turistas, como desorientados, miran y se mueven muy cerca de la puerta del Corral del Carbón. Cae la tarde y todavía hace mucho calor. Pero, por la calle que ya recorro despacio hacia la Plaza del Carmen, se mueve un poco de aire. No muy fresco pero alivia lo suficiente. Por la izquierda me va quedando la fachada del Ayuntamiento de Granada. Y, mientras despacio avanzo, te recuerdo y caigo en la cuenta que tampoco te expliqué este edificio. Lo hago ahora para que lo sepas.

El Ayuntamiento granadino se levanta sobre un antiguo Convento de Carmelitas Calzados, construido en 1627. Con motivo de la Desamortizaciones que se llevaron a cabo en el siglo XIX, en 1858 el convento fue demolido en parte, quedando una zona ocupada por el Ayuntamiento. El edificio ha ido sufriendo remodelaciones, para adecuado a las necesidades. Tras pasar la puerta que da a la plaza del Carmen se accede al zaguán, espacio de tránsito hacia el patio, verdadero vertebrador del edificio y uno de los restos del antiguo convento. Se trata de un claustro de planta cuadrada con dos pisos y galerías de arcos de medio punto, sostenidos por columnas toscanas de mármol. El patio está fechado en 1622. Desde aquí se accede por una escalera a la zona noble del inmueble, donde se encuentra el Salón de Plenos, el Salón Amarillo o la Sala Mariana Pineda, despacho del Alcalde, entre otros salones.

Se me termina la calle y ya estoy en la plaza. Un reciento bastante grande, con forma rectangular y con algunos árboles a los lados. Son magnolios y esta tarde, algunos de ellos, tienen sus flores abiertas. ¿Recuerdas los magnolios del jardincillo de las rosas? Te han gustado mucho y, lo que más, sus grandes flores blancas. Estos que crecen en la plaza del Ayuntamiento de Granada, ya las tienen abiertas. Y su aroma, fina y penetrante, impregnan todo el airecillo de la tarde. Por eso, la tarde, el recinto y el momento, parece que fueran de otro lugar del Universo. Cuando aquel día estuviste por aquí todavía no tenían flores los magnolios de esta plaza.

Tiene también esta plaza, unas farolas de hierro forjado muy originales y asientos repartidos por entre los árboles. Y, por el lado de la derecha según he llegado, escolta la calle Reyes Católicos. La que es calle solo por arriba porque por debajo es por donde corre el río Darro. Así que, en tiempos pasados, el río por aquí iba como lo hace ahora por la Carrera del Darro: a cielo abierto. Por eso aquí mismo, había otro puente de piedra. Y, solo unos metros más abajo, siguiendo la calle Reyes Católicos, se elevaba otro puente más. Quizá el más importante de todo el río. Era justamente donde el Darro traza la histórica curva y gira en busca de su hermano mayor, el río Genil. La curva y trozo del río que se conocía con el nombre de “Puerta del río” y hoy es Puerta Real. El puente que te digo daba entrada a la famosa puerta que, a su vez, daba paso a la ciudad que había por este lado. La Puerta Bibarrambla, de donde luego tomó nombre la famosa plaza.

En fin, no sigo porque Granada, ya sabes: rezuma historia por los cuatro costados. Y, como esta ciudad es tan vieja, tiene tantos y tantos años, su historia no es sencilla sino muy compleja. Se escarba y siempre hay más y más. Como si no tuviera, por ningún lado, un final. Pero yo, esta tarde, ya en la plaza del Ayuntamiento, de nuevo me paro y miro. Desde el lado de la calle Reyes Católicos. Al frente veo la fachada, decorada con las banderas de España, de Andalucía y de la Unión Europea. Las ondea el aire y son bellas, muy bellas. Y recuerdo que tú aquella tarde, la de las cruces de mayo, también por aquí te paraste. En el mismo centro de la plaza, habían montado un escenario. Y éste mucho más grande. Era todo un gran tablado flamenco. Por eso, desde el mismo Ayuntamiento y, de vez en cuando, aparecían grupos de jóvenes y se subían al escenario. Sonaba la música, ritmos flamencos y de sevillanas, y las muchachas ofrecían su gracia al público que llenaba la plaza. Porque la plaza, a pesar de la fina lluvia, rebosaba de gente. Todos querían ver la cruz que el Ayuntamiento había montado en esta plaza. Y también quería disfrutar del baile que ofrecían los grupos de muchachas. Lo mismo que tú.

Junto a tu amiga, la profesora de ruso y con la boca abierta, cada vez que salían las bailarinas, se te llenaba el alma de alegría. Y me mirabas como diciendo:
- ¡Mira qué bello! La música me gusta mucho y las chicas que bailan, madre mía qué gracia. En Rusia esto no se ve ni en sueño. Me gusta España, me gusta Granada y este espectáculo tan bonito que no tiene comparación con nada.
Y era cierto. La tarde con su cielo lleno de nubes blancas y negras y la fina lluvia y el azul del cielo, a ratos, llenaban sinceramente por dentro. Como con la suavidad y pureza del más hermoso de los sueños. Por eso, tu alegría, tu contento, tu gozo por la vida en este justo momento, te chorreaba con las gotas de lluvia que caían. Me dijiste:
- Otra foto quiero.
Con tus manos señalaste para la puerta del Ayuntamiento. En todo lo alto del edificio, por encima de las banderas, resaltaba el caballo de bronce. La moderna estatua que han puesto aquí no hace mucho. Pero tú quería la foto junto a las macetas cilíndricas. Las dos que hay también en la puerta de este Ayuntamiento y son iguales que la de la Plaza de Isabel la Católica. Rebosaban de frescas flores rojas y esto a ti te atraía. Me seguías diciendo:
- Junto a estas macetas y que salga la fachada del Ayuntamiento, la estatua del caballo y las tres banderas. Y procura que salgan también las bailarinas danzando y, de fondo, la hermosa cruz de mayo.

Hice lo que pude y luego me preguntaste:
- ¿Todos los años celebran aquí esta fiesta?
- Todos los años y también en Semana Santa. Por esas fechas, justo aquí mismo monta gradas con sillas que alquilan. Por el centro de estas gradas pasas las procesiones y la gente, desde las sillas, las contemplan cómodamente y sin prisa. Es justo aquí mismo donde comienza la Carrera Oficial. Y también, para la feria de Granada, en esta plaza montan una caseta con su escenario. Más o menos como ahora pero con otro tono. Y en Navidad ¿no viste tú el belén que todos los años ponen en el patio del Ayuntamiento?
Y me dijiste que no. Guardé silencio y para mí pensé que era cierto. Se te acababa tu tiempo y tenías que marcharte. Te ibas y no conocías sino cuatro cosas de esta ciudad, de su gente, de sus calles, de su historia… Y no volverás más. La vida nunca vuelve ni las cosas tampoco.

72 - El escudo de Granada en la plaza del Ayuntamiento


El día de las cruces tú no pudiste verlo porque, el escenario para los grupos de baile, lo tapaban. Pero yo esta tarde, antes de retirarme de la Plaza del Carmen y seguir la ruta, sí lo veo. Me vengo para el centro, me pongo frente a la fachada principal del Ayuntamiento, miro al caballo de bronce y lo veo claramente. En el mismo centro de la plaza y abierto como si fueran una hermosa águila. Es el escudo de la ciudad de Granada que, dibujado en el suelo con piedrecitas del río, se muestra precioso. Perfectamente claro, en un empedrado como los que a ti te gustan y con chinas del río, en blanco y negro.

Y claro que esta tarde, al ver este escudo tan realmente original, me acuerdo de ti. Precisamente, una de las cosas que más te han llamado la atención en la calles y plaza de esta ciudad, no he tenido la suerte de ver contigo. Porque aquel día, ya te digo, el escenario lo cubría. Y, otros días, no sé si sola por aquí viniste y descubriste este otro, sencillo pero hermoso, trozo de Granada. Para ti, esta tarde, lo observo durante un rato y miro al cielo. ¿ Y sabes lo que veo? No las nubes blancas y negras que aquella tarde nos regalaban lluvia sino como un águila grande que se eleva y aleja. La veo ahora mismo y también la vi hace un par de noches en mi sueño. Y la vi de esta manera: desde el mismo centro de esta plaza, este escudo de la ciudad de Granada, alzaba vuelo. Como en forma de un gran águila, libre y hermosa, trazando círculos pequeños, subía y subía para el centro del cielo. Desde aquí mismo y observando como esta tarde, yo la miraba parado y contigo en mi pensamiento. Como ajeno por completo a la realidad que me rodeaba, gente, coches, casas, asfalto… Y como transportado en el vuelo libre de la grandiosa águila. Como si también me fuera con ella.

Quise preguntar, no sé a quién, para que me informara. Y justo del lado derecho, de donde tú te pusiste aquel día para la foto, oí una voz que me dijo:
- El águila que surca el aire y se aleja hacia el corazón del cielo sí que se parece mucho al escudo de Granada. A éste que hay en el pavimento dibujado con pidrecitas del río.
Y pregunté:
- ¿Y por qué arranca de aquí y vuela y se marcha?
- Es la esencia misma de Granada, el corazón real de esta ciudad, que busca la libertad que siempre estuvo soñando. Porque lo que estás viendo, en sueño, es tu deseo, es el gran anhelo que, desde la profundidad de los siglos, siempre tuvo Granada: subir y volar al cielo.
- Lo estoy viendo y me parece hermoso pero no lo entiendo del todo.
- Tú has querido darle a ella, lo mejor de cuanto llevas en el alma y lo mejor de cuanto hay en esta ciudad. ¿No es cierto?
- Sí que lo es.
- Y tú mejor que nadie sabes que la imagen de este escudo, dibujado aquí en el centro de la plaza, no lo vio en su momento. Y ella ama mucho a Granada. Tu sueño, tu deseo, la esencia más fina que llevas en el alma, hoy quiere llevarle a ella esta imagen. El escudo mismo de Granada, arrancado desde esta plaza y convertido en águila y elevándose al cielo. ¿No lo ves claro?
- Del todo no pero sí es cierto que a ella le hubiera gustado ver esta imagen. Y también es cierto que ya no está por aquí y que hacia el cielo es hacia donde le corresponde volar Granada.

Y después de estas palabras, ya no tuve más explicaciones ni respuestas. Por un rato más y, en silencio, estuve mirando al águila elevándose suavemente por el viento. En círculos cada vez más amplios y más alejados de este suelo. Deseé, en mi corazón, que hubieras estado y que hubieras visto esto. Lo deseé hondamente y por eso, esta tarde, tranquilamente me he parado frente a este magnífico escudo de Granada, en la plaza del Ayuntamiento. Y lo miro sin prisa y lo veo hermoso. Y me sigo diciendo que te abría gustado mucho verlo. Por la forma y materiales con que está hecho y por lo que representa como símbolo de la ciudad. En el corazón mismo de Granada. ¿Lo entiendes y saca de ello alguna enseñanza?

Porque ¿sabes tú lo que representan cada uno de las imágenes que hay en este escudo? Te lo explico brevemente: El escudo de Granada, está cubierto por la Corona Real, orlado con una cinta rematada en su parte inferior por una borla de oro, en la que van grabadas las palabras: muy noble, muy leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada. Su interior se divide en tres cuarteles. El que ocupa su mitad superior con los Reyes Católicos sentados en sus tronos, con corona y manto, en sus colores naturales. El Rey Fernando V a la derecha, con una espada en la mano diestra y la Reina Isabe1 I con un cetro en la suya. Ambos sobre campo de plata y cubiertos por un dosel rojo. La parte inferior se divide en dos cuarteles, el de la izquierda con la Torre de la Vela en plata, tremolándose en su parte superior la bandera de España, roja y amarilla, sobre fondo de oro. En el cuartel inferior izquierdo, hay una granada abierta en sus colores naturales, sobre fondo de plata. Todo queda rodeado con dos castillos en el centro de su parte superior e inferior de la orla, en plata, con dos banderas de España rojas y amarillas en lo alto de cada una y en diagonal, sobre fondo de oro, alternándose a sus lados con un total de seis leones en sus colores naturales y vueltos hacia el interior, con cuatro torres de oro sobre fondo rojo. El Escudo Oficial de Granada y sus Títulos completos, le fueron concedidos por S.M. la Reina Doña Isabel II, en el año de 1.843.

Yo lo voy a dejar escrito en mi cuaderno y, dentro de unos minutos, seguiré recorriendo las calles y plazas de Granada. Para que no se me queda nada, de lo verdaderamente importante, por regalarte desde la distancia. Son tantas las cosas y tan profundos los momentos y todos tan interesantes que debes tener la oportunidad de conocerlos.

73 – Los churros del Café Fútbol en Plaza Mariana Pineda

Por el lado sur de la plaza del Ayuntamiento, casi en el centro del lateral, comienza la calle. Y se le conoce con el nombre de calle Navas. Importante, muy importante, entre todas las calles de Granada. No por la historia o grandes monumentos en ella sino por los turistas y los establecimientos que para ellos por aquí hay. Pero eso sí: es interesante y necesario conocerla para tener una visión más completa de Granada.

Y tú la conoces. Pasaste por aquí aquella tarde de la lluvia y también en Semana Santa, para ver las procesiones. Porque, todas las procesiones de la Semana Santa de Granada, recorren esta calle. Es la entrada a la Carrera Oficial. Todos los pasos transitan esta vía y, al llegar a la plaza del Ayuntamiento, se meten dentro de la Carrera Oficial. Por eso montan, en esta plaza, las gradas con las sillas que ya te comenté. Para que las personas, cómodamente gocen de estos desfiles.

Pues esta tarde, siguiendo con el recorrido de la última ruta que para ti hago por las calles de Granada, salgo de la plaza y entro en la calle Navas. Es ésta una de las zonas más apreciadas para el tapeo, tanto por granadinos como por los turistas. Situada en pleno centro, junto al Ayuntamiento, se convierte en un lugar perfecto para tomar un aperitivo. Algunos de los bares, por la zona, son: los Diamantes, especialidad en pescadito frito, el Fogón de Galicia, la Abadía, la Sacristía, las Copas, Río…

Toda la calle está empedrada con grandes losas de mármol, en colores varios. Limpia. Muy cuidadas las fachadas de las casas, la mayoría, bares, restaurantes, alguna librería y hoteles. El primero, según he entrado a la izquierda, tiene el mismo nombre de la calle. Luego, a un lado y otro, se ven muchas terrazas y, a mitad de la calle, un nuevo segundo hotel. A éste le han puesto por nombre Dauro, lo mismo que el río que atraviesa Granada pero cuando en él la gente buscaba oro. Dauro, el río que da oro y luego pasó a llamarse Darro. Esto sí lo sabías tú porque un día te lo comenté.

¿Que si te gustó a ti, la tarde de las cruces, esta calle Navas? Yo sé que sí. Porque caminabas despacio, si apartarte de tu amiga la profesora, bajo el paraguas para que la lluvia no te mojara y me preguntabas:
- Y el tercer hotel de esta calle ¿por qué se llama Palacio de los Navas?
El tercer hotel, un viejo palacio restaurado, es el último edificio, por la derecha, en esta calle. Forma esquina con la calle San Matías, la que lleva directamente a la plaza Mariana Pineda. Te respondí:
- Es que este edificio, en sus tiempos primeros, fue exactamente lo que indica el letrero: el Palacio de los Navas. Te doy más detalles:

El barrio en el que se ubica el hotel que ahora mismo vemos, conserva algunos de sus mejores edificios, excelentes construcciones que, desde muy antiguo, le fueron confiriendo su buena imagen. El alto nivel de vida de la mayoría de los vecinos de este barrio, exigía una mayor calidad y estilo en la construcción. Aquí se asentaron bastantes familias de la primera nobleza granadina, la inmediatamente posterior a la toma de la ciudad a finales del siglo XV. El Palacio de los Navas lo hizo construir, para su vivienda, un rico caballero de aquella época, el Duque Francisco Navas o de Navas. La leyenda cuenta que fue este noble el que dio nombre a la calle, tal era la grandiosidad de su morada. Tras la desaparición de la familia, el palacio pasó a ser Casa de la Moneda, algunos dicen que también fue un hospital durante la guerra civil y, en sus últimos años, una pensión poco cuidada.

Tenía esta construcción, las características de todas las buenas casonas granadinas de aquel tiempo: casa vivienda, centrada alrededor de un patio. Hoy se considera edificio representativo de la arquitectura de su tiempo. Graciosos arcos en el piso alto, portada almohadillada de piedra, patio con columnas también de piedra, escalera que comunica con la galería que se abre alrededor del patio con su fuente central y otros detalles de interés. Resaltan las dos torres laterales, el balcón central del primer piso y las dos rejas de forja y los huecos de su fachada, pequeños y bien distribuidos. Este inmueble está catalogado como Edificio Histórico. Como si dijéramos que, un buen trozo de la historia de la ciudad, está en este edificio.

En la fachada de esta obra de arte y en la esquina con la calle Matías, te hiciste un par de fotos. También yo esta tarde de tu ausencia y sigo. Avanzo solo unos metros y ya veo la plaza Mariana Pineda. ¿La recuerdas? Seguro que sí porque aquella tarde, no habíamos llegado todavía a este recinto y ya me dijiste:
- También, delante de la estatua de esta mujer, quiero una foto.
La estatua se levanta justo en el centro de la plaza. Entre un pequeño jardín y una también pequeña fuente. Los chorros claros fluían alegres y las plantas estaban muy verdes. Lavadas por la lluvia y vestidas ya con los colores de la primavera. por eso, con ellas decorándote y con la estatua de fondo, te hice varias fotos. ¡Bonitas fotos todas y delicado recuerdos de Granada!

Tampoco sabías quién era Mariana Pineda. Por eso me dijiste:
- Nunca he oído yo hablar de esta mujer. Pero debió ser importante cuando la miman de esta manera. ¿Por qué?
Y te dije:
- Fue valiente y por eso la historia la recuerda. Nació en 1804 y se casó a los quince años, el 9 de octubre de 1819, con Manuel Peralta, partidario ferviente de la causa liberal. Él murió poco después y ella se quedó viuda a los 18 años con dos niños. En los años 1820, Mariana empezó a implicarse más con las actividades políticas. Se supo que falsificó pasaportes para ayudar a los soldados rebeldes a escarparse pero aunque la policía registró su casa, no encontraron nada. Sin embargo, volvieron el 18 de marzo de 1831 y al encontrar una bandera bordada con las palabras "Igualdad, Libertad y Derecho", la pusieron bajo arresto domiciliario. Después de intentar escaparse, diez días más tarde, la llevaron a un convento para los presos políticos. El 26 de marzo de 1831, una mula la transportó desde el convento a los Jardines de Triunfo donde fue agarrotada y enterrada en una tumba sin nombre. Ahora sus restos han sido desenterrados y enterados de nuevo. Hoy, una placa en la fachada de la casa en la calle Águila, 19, donde pasó sus últimos años, la recuerda. La casa familiar de Mariana Pineda se encuentra al principio de la Carrera del Darro, esquina con la Cuesta de los Aceituneros, frente a la Iglesia de Santa Ana.

La plaza que lleva el nombre de esta mujer, también es hermosa. Recogida, no muy grande, con bancos a los lados, grandes árboles, kioscos de prensa y terrazas, por el lado de la izquierda, según llego y llegamos aquella tarde. En este lado, por detrás de la estatua que vengo comentando, es por donde se encuentra lo que yo tenía interés en mostrarte. Porque sabía bien que iba a ser para ti una novedad. Algo que por primera vez en tu vida ibas a probar. Por eso te dije:
- Mira al frente y lee.
Miraste al frente y, en voz alta, leíste:
- Bar Fútbol.
Y me preguntaste:
- ¿Qué es esto?
- El sitio más famoso en Granada, por su chocolate con churros. ¿No ves cuanta gente?

Y sí, las personas se amontonaban, en la puerta, en la terraza y dentro. La tarde caía y, como la lluvia no paraba, apetecía un chocolate con churros calentito. Entramos y nos sentamos. Todo estaba lleno pero, por tu cara, se veía chorrera un gozo hondo y bueno. Era nueva para ti esta experiencia y este sencillo rincón de Granada. Por eso dijiste:
- En Rusia no hay ni chocolate ni churros ni bares tan famosos como éste. ¡Me gusta mucho!


74 - Los gigantes de la Plaza del Campillo y,
Granada, como un libro


En un extremo de la plaza Marina Pineda, el bar del chocolate con churros, tiene una amplia terraza. Como aquella tarde llovía, apetecía recogerse dentro. Pero, como esta tarde de julio es calurosa y corre un airecillo fresco, agrada mucho sentarse en esta terraza. Y en ella me siento. Con la intención solo de descansar un rato y darle respiro también el alma, además del cuerpo. Y, mientras saboreo unos churros con un poco de chocolate, miro al lugar y te recuerdo. Y me digo que, a pesar de todo y tanto, es hermoso el momento, el rincón, el sol de la tarde calurosa, la sombra de los árboles que decoran la plaza y todo este singular trozo de Granada. Es hermoso y tanto que, aunque necesitaría cambiarlo por lo que en mi corazón sueño, también me apetece la realidad del momento.

Termino mi respiro y el alimento y me levanto. Sigo mi ruta, ahora por el lado izquierdo, justo por donde tú aquella tarde. Paso por delante de una puerta donde leo: “Turismo Granada, Patronato Provincial”. Entro y pido algo que me ayude, un poco, a reconocer y profundizar los rincones que estoy transitando. No tienen nada. Todo es muy general. Lo siento aunque lo entiendo. Sigo la ruta. Por el lado de arriba, izquierda de la plaza y también de la estatua de Mariana Pineda, salgo del recinto. Y, solo unos metros más adelante, ya estoy en otra plaza. Un rincón nuevo que también conoces y es ameno, muy ameno. Interesante no solo por el lugar que ocupa en la ciudad de Granada si no también por la serenidad y el abrazo que invisiblemente regala. Y no meto en ello la honda y larga historia que aquí se condensa. Granada, ya sabes: insondable, inabarcable, desde cualquier lado que se le mire. Y su historia, la que por aquí han ido tejiendo los humanos, extensa, extensa como la biblioteca más grande. Cada rincón o espacio que ahora por aquí vemos, oculta detrás una realidad, como ya te he dicho, casi insondable. Pero sigo con lo que, por aquí, deseo compartir contigo.

Justo en este lugar, aquella tarde, vimos otra cruz de mayo. Estaba montada bajo los árboles centenarios de la plaza chiquita que te estoy contando. Y aquella tarde, antes de acercarte a la cruz, me preguntaste:
- ¿Cómo se llama este hermoso rincón de Granada?
- Es la plaza del Campillo que, como ves, se encuentra a solo dos pasos de la plaza Mariana Pineda y de la Fuente de las Batallas. También se da la mano con la Acera del Casino y la plaza Bibataubín. Y ¿sabes? La palabra “campillo” es diminutivo de campo, terreno común de un pueblo, lindante con él, que no se labra y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras. En tiempos muy lejanos, por aquí hubo un campo, justo a orillas mismo del río Darro. ¿Cómo sería aquello y qué cosas y personas habría por aquí?

Miraste buscando algo. Junto a la cruz se amontonaba la gente y, como la lluvia seguía cayendo, desististe de acercarte más. Pero sí comentaste:
- Lo que más me gusta, de esta plaza, son sus cuatro árboles gigantes. En las esquinas del recinto, recogidos por abajo con este círculo de ladrillos y rejas y, en el centro la fuente, este lugar parece de fantasía.
Y te di la razón. En aquella tarde tan especial y también ahora. Hoy no hay por aquí ninguna cruz de mayo. Pero sí los árboles centenarios, los cuatro gigantes bellos que a ti te gustaron tanto, arropan con su sombra todo el recinto. Sigue en el centro la fuente jugando con sus chorrillos y regalando un poco más de fresco. Por la derecha, según llego, en esta plaza hay muchas motos. Un gran número de motos aparcadas pero un poco fuera de la plaza. Por la izquierda y también según llego pero más cerca de la fuente, se ve una terraza, junto a un kiosco de prense. Su nombre es Chiquito. Y, como es verano, en esta terraza sí hay sentada mucha gente. Y, alrededor de la fuente y entre un árbol y otro, algunos bancos. Muy parecidos a los que hay en la plaza del Abad, en el barrio del Albaicín, donde estuviste sentada. En estos de aquí, no lo hiciste la tarde de las cruces pero sé que si estuvieras hoy, seguro que te sentarías.

Me seguías preguntando:
- ¿Sabes tú cuantos años tienen estos gigantes de la plaza del Campillo, en la ciudad de Granada?
- Lo he preguntado muchas veces y he buscado por varios sitios y nadie me dio una respuesta contundente. Lo más que me han dicho es que hace unos años, los del Ayuntamiento, trajeron a una persona experta para que los estudiara y diera su opinión. Temían que enfermaran y murieran. Pero no, el experto dijo que estaban sanos, muy sanos. Que tienen sus raíces bien hundidas en la tierra y que, como el río Darro pasa cerca aunque subterráneo, la tierra está húmeda y de ella se alimentan.
- Pero según tu experiencia ¿cuántos años crees que tienen?
- Sé que, al comienzo del siglo pasado, ya vivían y estaban muy altos. Así que calculando, calculando, pienso que pueden tener más de ciento cincuenta años.
- ¿Y qué tipo de árboles son?
- Eso sí lo tengo claro: son plataneros. Y, además, puedo decirte que árboles como estos, tan hermosos, gigantes, sanos, recios y esbeltos, no hay otros en toda Granada. Son únicos y, por eso, se pueden considerar como auténticas joyas. Muchas personas los conocen por “Los plataneros centenarios de la plaza del Campillo”. Y el recinto, ya estás viendo…Es tan mágico, tan fresca la sombra y el siseo de las hojas de los gigantes y la música del agua de la fuente, que lo que más apetece es sentarse en estos bancos y dejar que siga corriendo el tiempo. Si más sueño ni más nada. Como si aquí se terminara y, al mismo tiempo, diera comienzo la vida que tanto buscamos los humanos

Pero yo, esta tarde, no me siento. Me acerco a cada uno de estos árboles y los miro despacio. Les hago algunas fotos, los toco acariciando, como si pretendiera saludarlos y al mismo tiempo preguntarle. ¡Tantas cosas me gustaría preguntarles! También hago algunas fotos a la fuente y me recreo en el juego de su agua. Aquella tarde, lo mismo que en la fuente de mármol naranja, en ésta también disfrutaste de la lluvia. Como en un sueño fantástico, limpio, inocente, claro como tu propio nombre. No te acercaste a la cruz de mayo porque eran tantas las personas que la rodeaban que no había espacio. Pero sí dijiste:
- En Navidad, este mismo año, vine por aquí una tarde noche. Y ¿sabes lo que más me gustó de esta plaza?
- ¿Qué fue?
- Las luces que habían puesto, enredadas en las ramas de estos gigantes plateados. Verlos desnudos de hojas, con sus troncos tan gruesos y con tantas luces brillando, era precioso. También la fuente del centro y la grande, la de las Batallas.

Una vez más me alegré oírte esto. Y una vez más, esta tarde, me alegro que vinieras por aquí en aquellas fechas. En aquellos día de la Navidad, en la tarde de las cruces de mayo y en aquella otra tarde de la feria de los libros viejos y de ocasión. ¿Lo recuerdas? Los mostradores con los libros se repartían por todo el reciento, tanto de esta plaza como la de la Fuente de las Batallas. Y tú ibas de un mostrador a otro, tocando, abriendo, leyendo títulos y fragmentos en los libros a la vez que comentabas:
- Los monumentos, los jardines, los momentos, los rincones, calles y plazas, en esta ciudad de Granada, son como tú dices: insondables. Es como si toda esta ciudad fuera un gran libro, único por su rotunda belleza y sin un final concreto. Como si todo fuera sorpresa, grata y hermosa, una hoja detrás de otra.
Y comprendí claramente tu sentimiento.


75 – Granada, desde la Fuente de las Batallas

Desde el alcorque del gigante primero, uno de los cuatro plataneros de la plaza del Campillo, sigo la ruta. Caminando lento por este ancho recinto llamado, a partir de aquí Acera del Casino. A mi derecha, me van quedando las casas, casi todas tiendas en la parte baja. Este rincón sigue siendo muy hermoso. Porque según avanzo, subiendo para Puerta Real, por mi izquierda se me va quedando la gran Fuente de las Batallas. Junto a ella, como rodeándola, también hay algunos asientos. De la misma clase y forma que los de las plazas Marina Pineda y en la del Campillo. Y, en estos asientos, sí hay gente sentada. Miran a la fuente mientras descansan y charlan y dejan correr el tiempo. Porque los asientos están situados de cara a la fuente. Para disfrutarla desde la serenidad y la amplitud de la plaza.

Esta fuente sí es grande. Quizá la más grande de todas las que hay en el centro de Granada. Y siempre se le ve lanzando al viento sus cortinas de agua refrescante. A su alrededor, también casi siempre, las plantas están verdes y las flores muy lozanas. Las tres cosas que a ti, aquella tarde de los libros, azul y muy soleada, te llamaron tanto la atención. Por eso dijiste:
- Un día, quiero preguntarte unas cuantas cosas, creo que muy interesantes para mí, de Granada.
Intrigado te pregunté:
- ¿Y qué es lo que quieres saber?
- Desde que llegué a esta ciudad me sorprendieron las fuentes. No imaginaba yo que hubiera tantas, distintas unas de otras, y todas regalando delicados chorrillos o cortinas de agua. Y también todas muy bien cuidadas. ¿Cuántas fuentes hay en las calles y plaza de esta ciudad mágica?
Y no pude responderte. Tampoco yo tenía claro cuántas son las fuentes que hay en Granada. Solo te dije:
- Sé que son muchas. Ya te dije que el agua en Granada es abundante. Son tantas las fuentes y decoradas con tan variados matices que, a veces, pasa lo que estás diciendo: que sorprende ver tan gran número de fuentes por rincones, calles y plazas. ¡Granada es mágica, como tú tantas veces me dices!
- Pues un día, lo vengo pensando desde que llegué a esta ciudad, me gustaría hacer una ruta exclusivamente de fuente en fuente. ¿A que sería otra forma muy original de conocer Granada?
- Sí que lo sería.

Y otra de las cosas que aquella tarde también me dijiste que te llamaba mucho la atención, son las plantas que casi siempre hay junto a estas fuentes. Te pregunté:
- ¿Y qué es lo que de ellas te sorprende?
- Primero, que casi todas estas fuentes estén rodeadas de plantas. Muchas con flores, otras verdes, rosales variados, trozos de césped, macetas, arbustos, árboles…Y, en segundo lugar, que todas estas plantes estén igualmente bien cuidadas. Muchas de ellas frescas, con flores relucientes, perfectamente podadas… Esto, como también tantas veces ya te he dicho, no se ve en mi país ni en sueño. ¡Granada me encanta!
Y me alegré. Me sentí orgulloso, una vez más, que te gustara tanto esta ciudad, tan en sí, recogida y callada. Que te sintieras bien en estas tierras y que en tu alma existiera tan fina sensibilidad para la belleza. Te dije:
- Las plantas y el agua, siempre se abrazan. El agua es la esencia de la vida y las plantas, la vida misma. ¿Qué sería de nuestro Planeta si no tuviéramos ni plantas ni agua? Las plantas animan, dan frutos y alimentan al cuerpo y al alma. Y en Granada, como bien dices, muchas personas las cuidan, las respetan y las aman.
- Por eso también me gustaría que otro día me llevaras y me hables de esta otra cara de la ciudad mágica.

Y aquí dejamos la charla. No hablase más, aquel día ni de esta Fuente de las Batallas ni de las flores que junto a ella han sembrando. Una delicada franja de césped vigoroso, con algunos arbustos y rodales de flores amarillas. Tan vivas y relucientes que, al darle el sol de la tarde, brillaban como si fueran perlas de oro. Voy rodeando, esta tarde la fuente, mientras camino despacio. Un poco antes de llegar a la altura del Teatro Isabel la Católica, me vuelvo para atrás. Pero antes, me paro un momento y miro par la puerta de este edificio. Recuerdo que también aquella tarde de los libros, al pasar por aquí, te paraste. Miraste interesada los carteles, leíste durante y rato y luego me dijiste:
- ¿Entramos un momento? No he visto yo todavía el interior de este teatro.
Noté que estabas muy interesada en no sé qué espectáculo. Me pareció bien que entraras. Y, mientras lo hacías, comentabas:
- A mí me gusta mucho el teatro. Quiero preguntar los precios de las entradas y las fechas de las actuaciones. Me gustaría ver, antes de irme, alguna buena actuación de flamenco, una buena obra de teatro, un buen cuadro de baile o alguna compañía de ópera. En este recinto, seguro que será muy interesante disfrutar de cualquiera de estos espectáculos.
Guardé silencio y pensé en tu país. Sé que allí, quizá no tengáis muchas de las cosas que sí hay por aquí, pero sois muy cultos. Muy amantes de las letras, de la música, de la pintura y del teatro. Y tú eres así.

Al rato y, cuando ya te habían informado de todo lo que necesitabas, me volviste a preguntar:
- ¿De qué época es y quién construyó este Teatro de Isabel la Católica?
Hice memoria durante unos segundos y luego te respondí:- En tres pinceladas, esto es lo que sé: Que es un edificio construido a finales de la década de los 40, por el arquitecto Miguel Olmedo. Se trataba de un teatro a la italiana que, hasta el año 1997, se encontraba insertado en un bloque de viviendas. La superficie construida era de 2.765 m2 El aforo total es 696 localidades, repartidas en: patio, 396, palcos, 40, anfiteatros, 228, palcos 2º nivel, 20 y minusválidos, 12. Como ves, ahora su fachada y puerta principal sí es muy visible y hermosa. Con tres puertas, en forma de arco, en mármol rojo y tiene siete plantas de altura. Termina en una torre con dos plantas de altura y, en todo lo alto y en el exterior, se puede ver una estatua de la Reina Isabel la Católica.


76- Los frutos de otoño por la fiesta de la Virgen

Ya voy dando la vuelta a la Fuente de las Batallas. Circundándola por el lado que da al río subterráneo y caminando lentamente mientras bajo. Porque, desde aquí mismo, es bajada suave hacia el río Genil. Por eso las aguas del Darro, bajo el asfalto de la calle, van en la misma dirección que llevo yo. Y, porque pasa por aquí el río, el recinto tiene dos nombres casi en el mismo espacio. ¿Sabías tú esto? Pues sí: según voy bajando, a mi derecha que es por donde discurre el río, se le conoce con el nombre de Acera del Darro. Y, a mi izquierda que es por donde me queda la Fuente de las Batallas, los asientos y las casas, se le conoce con el nombre de Acera del Casino. ¿Ves qué curioso resultan algunas cosas en esta ciudad mágica?

Rebaso la fuente y ahora ya lo que me va saliendo al paso es un recinto más amplio. Por aquí mismo se encuentra la entrada al aparcamiento. Porque, justo debajo de la Fuente de las Batallas, hay un amplio aparcamiento. Y, por donde se ve la entrada, aquella tarde de los libros, había montado un carrusel de madera para niños. Algo muy bonito y muy alegre y que ahora lo recuerdo. También esta tarde me encuentro este carrusel aquí ensamblado. Y recuerdo que, junto a él y cuando llega septiembre, colocan los puestos de los famosos frutos secos. ¿Tampoco sabías qué es lo que por aquí se celebra cuando llega septiembre? Pues te lo comento de una forma breve.

Porque cuando llegue septiembre a su final, quedará poco para que se cumplan tres meses de tu ausencia de España. Una eternidad pero el tiempo lleva su marcha y prescinde de ti, de mí y hasta de los sueños que llevamos en el alma. Y por esas fechas, ya será otoño. El momento más bello de las cuatro estaciones del año. Y esta plaza del Campillo, la Carrera de la Virgen y las riveras del río que baja de las cumbres de Sierra Nevada, se visten con trajes pálidos, ocres naranjas, plateados y del color del oro. ¿Sabes? El otoño en Granada, qué lástima que no lo conocieras a fondo el año pasado y qué pena que tampoco puedas verlo este año. ¡Esto sí que es un espectáculo!

Pero, cuando llegue septiembre, preámbulo del otoño, justo el último domingo, en el reciento de esta plaza, montan muchos puestos. No de libros viejos ni de turrón ni de caramelos sino de frutos secos. Y también con frutos frescos como acerolas, azofaifas, nísperos de invierno, membrillos, manzanas, uvas, melocotones de Guadix, nueces de la Alpujarra, chirimoyas y mangos de la Costa Tropical... Todo ello colocado con primor en unos puestos bien iluminados. Y, en torno a la Plaza de Bibataubín, tortas de la Virgen, pestiños de Vélez de Benaudalla, roscos de garbanzos, soplillos de la Alpujarra... ¿Que por qué hacen esto? Para celebrar la fiesta de la Virgen. Porque el último conmigo de septiembre, aquí en Granada, se celebra la fiesta de la Patrona, la Virgen de las Angustias. Y se celebra a lo grande. La gente vibra mucho y se vuelcan con gran cariño en la fiesta de la Señora. Tanto que primero, el día quince del mismo mes, hay una fabulosa ofrenda floral. ¿Que en qué consiste este otro acontecimento?

Todo el mundo y, no solo las personas sino todas las instituciones de Granada, llevan flores a la Virgen. Y son tantas que no solo se llena el altar y el camarín sino toda la fachada de la iglesia, la puerta y hasta lo más alto de la torre. Sí, como te digo. Porque a la torre, la institución de bomberos de esta ciudad, elevan una escalera y allí colocan un ramo de flores y quitan el que pusieron el año anterior. Y, justo en este momento, pasa un helicóptero derramando pétalos de rosas. Miles de pétalos de rosas en todos los colores que caen, como en una lluvia olorosa, sobre el santuario de la Virgen, la puerta y la calle. Es muy hermosa y entrañable esta manifestación de cariño de todos los granadinos a su virgen, la patrona de Granada.

Después de la ofrenda floral, todos los días hay actos religiosos misas, rosarios, novena… Y el último donmigo de septiembre, la procesión. Por la tarde siempre y de nuevo acuden miles de personas. Los granadinos quieren mucho a su patrona. Por eso, como ya te decía y por esos días, montan por aquí los puestecillos de las frutas. Es una costumbre que viene de muy lejos, de tiempos inmemoriales. Quizá porque en septiembre es cuando se acaba el verano y empieza el otoño y también es el final del año agrícola. Quizá por esto y porque justo en estas fechas es cuando se recogen la mayoría de los frutos de otoño. Y son muchos, ya te lo he dicho. Y a la gente también les gusta que se monten por aquí estos puestecillos con los productos de la tierra y época del año. Es muy bonito además de interesante y curioso. Porque la fruta, con sus colores y olores variados, dan a la fiesta, al día y al recinto, un toque mágico.

Así que ya sabes un poco más de esta ciudad que te ama. Y te he contado todo esto porque tú, cuando llegaste por primera vez a esta ciudad, ya había pasado el día de la fiesta. No pudiste verla. Tampoco la verás este año ni el próximo ni nunca. ¡Lo siento! Aunque ya estás viendo: poco a poco voy escribiendo en mi cuaderno las cosas para luego regalártelas y que las sepas. Para que las conozcas bien y que siempre tengas un buen recuerdo de la ciudad que tanto has amado. Ella te quiere y también las personas que por aquí vivimos aunque apenas te hayamos conocido. ¿Sabes? Si en el corazón cultivamos buenos sentimientos, las personas serán amigas nuestras y el mundo cada día algo más bello. Y nosotros, cada uno y sin darnos cuenta, iremos modelando un gran reino sin fronteras. El sueño que todos en el alma llevamos, el cielo que todos soñamos.


77 – Plaza de Bibataubín y el color granate

Voy ya girando, por el lado de debajo de la Fuente de las Batallas, para la plaza pequeña. La rectangular y tupida de verde que precede al paseo largo. Y justo por donde voy torciendo, para la izquierda según bajo y que es por donde también me va quedando la plaza Mariana Pineda, rozo el comienzo del gran paseo. Lo saludo para irnos acercando y me digo y le digo que dentro de un rato, comenzaré a recorrerlo. Con la dignidad y atención que se merece el último trozo de Granada que andaré para ti.

¿Y sabes? Aquí mismo, al comienzo del paseo de los tres nombres, avanzo muy despacio. No porque quiera comprobar o ver si estás, sé que no puede ser, aunque sí tu recuerdo de aquel día. Esto es lo que me retiene y los puestecillos de las castañas. Sí, castañas de los castañares de Sierra Nevada. Algo más, típico de esta ciudad y que tampoco disfrutaste como es debido. Un día te pregunté y me dijiste:
- Las castañas asadas que venden en algunos sitios de Granada, yo nunca las he probado.
- ¿Es que no te gustan?
- No lo tengo claro pero es porque tampoco me llaman mucho la atención. En mi ciudad no hay ni puestecillos ni personas que vendan por las calles castañas asadas. Y es porque tampoco en mi país se crían estos árboles.
- Lo entiendo. Lo de las castañas asadas por las calles de la ciudad es algo poco habitual en estos tiempos. Pero, en Granada, todavía se conserva la costumbre.

Y también ha sido una pena que te hayas ido sin haber disfrutado de estas delicias. Cuando llega el otoño, la hermosa estación de los frutos, olores y colores más ricos, aparecen las castañas. Por la fiesta de la Virgen ya se ven las primeras. Pero las más buenas, son las de noviembre y diciembre. Ya por esas fechas hace frío y, calentitas, recién asadas, resultan deliciosas. Y, con el olor que desprenden, todavía están más apetitosas. Así que ya sabes: te recuerdo al pasar por el comienzo de la avenida de los tres nombres y recuerdo los puestecillos de castañas que, en otoño, ponen por aquí.

Sigo andando sin prisa ninguna. Y, en unos metros, ya estoy en la pequeña plaza que vengo buscando. La plaza verde, rectangular y pavimentada con piedrecitas, como la mayoría de las calles del Albaicín. También conoces este pequeño rincón pero creo que solo por encima, como tantas cosas de esta ciudad. Y la conoces de aquella tarde de las cruces de mayo y de la tarde de los libros viejos. Luego lo repaso para que también se me quede recogido en mi cuaderno. Porque ahora, voy llegando y la miro con atención. A mi derecha me queda el comienzo del paseo de los tres nombres y, a mi izquierda, la figura de un palacio. ¿Sabes de qué palacio se trata? Del edificio que ahora ocupa la Diputación de Granada, uno de los emblemas históricos y arquitectónicos de la ciudad. Se asienta sobre los restos de una antigua fortaleza musulmana datada entre las épocas almorávide y almohade, a la cual se unía, formando un conjunto defensivo cerrado, una de las principales puertas de acceso a la ciudad: Bib-ataubin, nombre que pasó luego a este palacio. Hoy en día un edificio moderno, con una sencilla portada con columnas salomónicas. Alrededor de este castillo, durante los siglos XVI y XVII, entretenían su ocio, pícaros y bravucones.

Avanzo, recorriendo la pequeña plaza y busco un asiento. No al principio sino por el lado de abajo. Cerca de la pequeña fuente y también próximo a la heladería que hay en la acera. El banco es de hierro macizo, bastante bonito y muy parecido al que usaste aquella tarde primera. El de la plaza del Abad, en el barrio del Albaicín. Me lo encuentro solitario. Y también los otros. Hay uno en cada esquina de la plaza pero me quedo con el que te he dicho. Y me quedo con él porque aquí voy a sentarme un rato. No para descansar sino más bien para meditar porque me gusta mucho esta plaza y porque recuerdo lo de aquella tarde de las cruces de mayo.

Venías despacio, desde la plaza del Campillo, buscando el paseo de la Carrera de la Virgen, la avenida de los tres nombres. Y llovía, como lo hizo a lo largo de toda la tarde, suavemente, sin ruidos, a ratos y casi siempre después de pequeños momentos de sol. Por eso, la tarde aquella, resultaba tan bella y tenía tanto sabor a primavera. Y tu corazón lo notaba. Hablabas con tu amiga, la profesora, en tu idioma, desconocido por completo para mí y, al llegar a la plaza, te paraste. Miraste a las plantas, iluminadas por el sol y lavadas por la lluvia y preguntaste:
- ¿De qué color es la granada por dentro?
- ¿La granada fruta o la ciudad encantada?
- La fruta de donde toma el nombre la ciudad mágica.
- Por fuera es verde y por dentro granate.
Y guardaste silencio. Tu amiga y yo también. Al rato dijiste:
- Un día, cuando sea el momento oportuno, quiero sumergirme y empaparme hasta lo más hondo, del color granate de esta ciudad de Granada.

Aquella tarde quise pedirte que explicaras lo que habías comentado. No lo hice. Tampoco en los días que siguieron ni antes de irte. Ahora ya es tarde. No tengo ninguna posibilidad de saber de ti qué era lo que querías decir. Esta tarde, miro con mucho interés todo lo que hay por este jardincillo. Desde el banco que, en la esquina de abajo mira de frente, observo callado.

La plaza chica es rectangular. Como ya te dije y está dividida por la mitad. En dos trozos casi iguales. En la parte de arriba, la que está más cerca de la plaza del Campillo, hay un pequeño monumento. Como una gruesa columna rectangular y de unos dos metros de altura. En lo alto tiene una figura algo abstracta. Como las manos de una persona que imploraran al cielo. Y, en uno de los lados, en letras grabadas en la misma piedra, leo el nombre de José Antonio. Recuerdo que me preguntaste:
- ¿Quién es?
Te lo expliqué. No hiciste ningún comentario.

Desde el monumento de la primera parte de esta plaza, recojo mis miradas para donde estoy. Como a unos tres metros de mí y también en el centro de la segunda división de esta plaza, se eleva una fuente. También pequeña. Nada puede ser grande en este recogido rincón de Granada. Pero la fuente, ahora mismo, no tiene agua. Queda enmarcada, por los cuatro lados, con precioso arriate de plantas, rosales, durillos, mirtos… Y estas plantas quedan arropadas por la sombra de unos naranjos. Los que luego, cuando llegue el invierno, decoran bellamente con sus naranjas maduras. También sé que a ti te gustaban mucho los colores de las naranjas que decoran los jardines de muchos rincones de Granada. Hasta recuerdo que alguna vez me preguntaste:
- ¿Y por qué las personas no cogen estas naranjas?
Te expliqué:
- Es que no son comestibles, amargan mucho. Estos naranjos, solo sirven para decoración.
- Ni lo sabía ni lo había visto nunca. ¡Todo por aquí es tan distinto a como son las cosas en mi país!

Por detrás del banco donde me he sentado, además de un par de naranjos pequeños, también crece un árbol muy curioso. De él no te hablé aquella tarde porque no lo viste pero ahora te lo digo. Es un tejo, un árbol realmente bello y cargado de mucho misterio. No es muy grande pero sí bonito. Y a mí, el tejo, me gusta mucho. En otros tiempos fue muy importante en toda España. Hoy ya quedan pocos pero sí conozco varios que son centenarios. Te digo cuatro cosas más de este árbol para que también conozca otro matiz de Granada. El nombre científico es: Taxus baccata. Según unas fuentes, proviene del griego taxis, hilera, que haría referencia a sus hojas en formación de dos hileras y según otras fuentes derivaría de toxikos, veneno, haría referencia a la toxicidad que tiene todo el árbol excepto la pulpa de su fruto. Igualmente pudiera derivar de toxon, nombre griego del arco que es una de las principales aplicaciones que históricamente se dio a esta madera. Baccata proviene del latín bacca, es decir baya pues su fruto lo parece aunque sin serlo.

Así que fíjate qué bien engalanada se encuentra esta pequeña plaza. La fuente que antes te decía, aquella tarde, sí rebosaba. Y el cristalino líquido jugaba con la fina lluvia que seguía cayendo. Y ¿sabes? El recuerdo de ti por este sencillo rincón de Granada, bajo la lluvia de mayo y reflejada en las aguas de la fuente, es muy bonito. No se me borrará en mucho tiempo y menos cuando el otoño o el invierno, las lluvias de nuevo caigan. Es como un sueño muy plácido que siempre estará por aquí aleteando. Por eso, esta tarde, mientras medito mis cosas sentando en este banco de hierro, vuelvo a pensar en lo que aquel día dijiste. Y me pregunto que de qué modo podrías tú empaparte en el color granate de la fruta granada. Aunque creo que ya lo sé:

Una noche tuve un sueño. Vi esta pequeña plaza y, aunque era la misma, tenía diferencias. Parecía como si estuviera en medio de un gran campo salvaje. Cerca de ella pasaba un río, no muy grande pero sí claro. Y a la derecha, por el lado de arriba, se veían unas encinas muy grandes. Por debajo de estos árboles, había unas rocas, color oro o puesta del sol en Granada. Por el lado de abajo de estas rocas brotaban unos chorrillos de agua. Clara, clara como el más puro viendo y caían al arroyuelo. Por él el agua corría y se iba al río. La corriente grande se la llevaba, suavemente, como meciéndola. Como si con el agua jugara y también con el vientecillo y el tiempo.

De los chorrillos claros que brotaban bajo las rocas surgía como una nube de vapor. Y su color no era blanco de niebla o nieve o incienso, sino azul celeste y granate. El mismo color que tiene la granada fruta cuando se le abre. Y este color me llamó mucho la atención. Me acerqué a los chorrillos y bebí de ellos. Estaba fresca el agua. Como la nieve que en invierno cubre tu país gigante y además sabía a miel y al limón suave. Me resultaba extraño pero sé que en la naturaleza, en las montañas, en los campos, todo es siempre sorprendente. Por eso me quedé allí un rato como si me gustara mucho todo aquello. Como esta tarde en este rincón pequeño de Granada. Y vi, con mis propios ojos, algo muy hermoso que enseguida relacioné con lo que, la tarde de las cruces de mayo, dijiste del color granate.

La nube de vapor que brotaba de los chorrillos que salían de aquellas rocas, formaron como una bola gigante. Su color era granate brillante y su perfume como el del jazmín. Una niña, muy parecida a ti, por su tez clara y su sonrisa pura, apareció y se acercó despacio. Un poco antes de llegar se puso frente a la bola de vapor granate, me miró y dijo:
- Voy a bañarme en esta esencia, sumergiéndome en su centro.
Y se zambulló en el corazón de la bola de vapor. Al poco salió por el otro lado de los chorrillos claros y eras tú justo en el centro de esta plaza. No me sorprendí sino que me pareció entender con toda claridad. Granada, como un jardín espléndido, río, llanuras y montañas bañadas por claros chorros de agua, color granate oliendo a incienso… La ciudad mágica que tanto has amado y que recorro ahora para regalártela, era la esencia del vapor granate. Y en su color purísimo y único, te bañabas para impregnar tu alma.

Este fue mi sueño y esta es mi oración y reflexión en esta tarde. En la pequeña plaza empedrada y verde de la fuente donde te reflejaste. Granada es así de mágica y así de sencilla y bella.

78 - Tarde lluviosa de mayo por la plaza de Bibataubín

Recuerdo muy bien que aquella tarde, la de las cruces de mayo, tú mirabas al agua de la fuente que hay en esta plaza. Se había cubierto el cielo con espesas nubes negras y ninguno lo habíamos notado. En ti y en el juego del agua estabas embebida cuando me animé a decirte:
- Cuando pase el tiempo te marcharás y luego, más de una vez en tu vida, te acordarás de esta tarde.
Me preguntaste:
- Sé que será así pero ¿por qué me dices ahora esto?
Y me dispuse a comentar contigo algo que, en aquel momento, antes y ahora, me hierve dentro. Pero no pude.

De pronto, crujió un tueno. Tan fuerte que parecía que se hundía el cielo. Se levantó un poco de aire y, en cuestión de minutos, comenzó a llover. Con tanta fuerza que parecía que también las compuertas de los mares del cielo se habían abierto. No me preocupé pero creí que tú y tu amiga sí podrías asustaros. No fue así. Tal como estabas mirando a las claras aguas remansadas en la pequeña fuente, te quedaste. Bajo tu paraguas y sin mostrar temor ninguno. Me gustó tu serenidad. Yo soy muy amante de la lluvia, de las tormentas y de los truenos. Porque siempre he tenido claro que la lluvia, es el mejor de todos los regalos. Y verte a ti, templada frente al recio aguacero en aquella especial tarde de mayo, me dio mucho ánimo. No tenía ningún temor sino que me puse a disfrutar del magnífico espectáculo. Quizá por eso me dijiste:
- Granada, bajo la lluvia, también es algo fantástico.
Las gotas caían reciamente y, el pavimento de la plaza, las aceras y las calles próximas, empezaron a convertirse en ríos. Pequeños ríos muy claros que se unían al juego del agua de la fuente. Por la Carrera de la Virgen, por la plaza del Campillo y por donde la Fuente de las Batallas, la gente corría alborotada y buscando refugio. Desde nuestro pequeño rincón, verde y recogido, los observábamos y no parecían las mismas personas que habíamos visto momentos antes.

Llovió reciamente durante más de media hora larga. Sin parar un solo momento. Por eso el agua corrió, a raudales descontrolados, en cada calle, plaza, acerca, cuneta y por la alfombra del empedrado de la pequeña plaza de los naranjos. Como en un divertido juego que iba lavando todas las aceras y calles y también las hojas de los árboles y los troncos del tejo añejo. Como si la ciudad entera se hubiera puesto a prepararse para una fiesta. Como si Granada toda se dejara lavar su cara para ponerse algo más guapa. Te dije, animado por la vibrante lluvia:
- Esto, visto en pleno campo o en la montaña, sí que sería un gran de asombro. Mucho más que desde el centro de esta plaza.
No hiciste ningún comentario. Quizá porque no llegaste a entender lo que pretendía decirte. Seguimos mirando a la lluvia, mudos y como esperando. Y, de pronto, todo se quedó parado.

Dejó de llover, como si de pronto alguien hubiera cerrado las compuertas sin previo aviso. Pero era la gran nube negra que ya había pasado. Por eso, en cuestión de minutos, se abrió el cielo y apareció un radiante azul de fondo. Solo unos minutos después Salió el sol y sus rayos resplandecieron sobre todo cuanto la lluvia había lavado. Dijiste:
- Ahora todo parece mucho más transparente y claro.
Y era cierto. Después de la lluvia, con el cielo irradiando azul purísimo y con los rayos del sol reluciendo sobre las hojas de los árboles y las calles, todo parecía resurgir de un nuevo mundo. En el mismo centro de la plaza de los naranjos y, reflejándose en el agua de la fuente y en la que la nube había dejado, apareció como las llamas de una misteriosa lumbre. Como si del brillo de las piedrecitas que tejían el empedrado y de los charquitos del agua, surgieran llamas. Y como si de estas llamas naciera una puerta que invitaba a entrar a un nuevo mundo. Me di cuenta y comprendí lo que pasaba. Y me sentí tentado a explicarte lo que estaba ocurriendo. Pero, al no encontrar las palabras que necesitaba, me mantuve en silencio.

Ahora, esta tarde de ardiente son de verano, ya me preparo para irme de la plaza y seguir la ruta. Para abajo y a la izquierda, Carrera de la Virgen hacia el río Genil. No llueve hoy ni hay nubes en el cielo sino que todo está bañado de un sol espléndido. Hace calor y te recuerdo y recuerdo la tarde de la lluvia y el brillo que por aquí apareció. ¿Y sabes qué es lo que pienso?

Que las cosas y el tiempo, una vez más, me dan la razón. Te has marchado. Ya se ha quedado perdida para siempre, en el pasado, aquella tarde con su lluvia. De igual modo se van quedando, en los océanos del pasado, las tardes de este verano y la que ahora mismo me da su beso. Y hasta el mismo presente del momento que vivo, va pasando para quedar en la nada dentro de un rato. Como ha sido y será siempre la vida en este suelo. Y, al final del todo, hoy, mañana, pasado, dentro de un año, dos o cien ¿qué es lo que queda?

Acaso un vago recuerdo de algo que, como yo, por aquí te recuerda. Quizá los renglones que voy dejando en mi cuaderno y poco más. Los que llegan, los que van ahora mismo por estas calles, viven sus historias igual que lo haces tú o yo, y no se interesen ni por ti ni por mí. La realidad es así. Sin embargo, aquella tarde de la lluvia, la de los libros viejos, las de tus baños en la piscina universitaria, las de tu bicicleta por las calles de Granada y otras que no recuerdo ni conozco y también esta tarde mía y otras muchas, todas y en cada momento, han abierto una puerta a la eternidad, a lo excelso, a lo que no es materia y permanece para siempre. Y hacia esa realidad, puerta que comunica al cielo, es hacia donde yo he ido llevando, en cada momento y paso, tu presencia por Granada y todo lo que de ella recojo en mi cuaderno.

Dentro de un rato, un poco más avanzando en esta ruta de hoy y en el tiempo, voy a llegar al final. Justo en el templo de la Patrona de Granada. Ahí dentro, voy a pararme y, en su penumbra y silencio, me voy a quedar un rato. No sé cuánto. Ya será el punto y final. ¿Y sabes para qué haré esto? Para intentar entrar por la puerta que antes te he dicho. La puerta que, desde todo lo que es materia, se abre y lleva y da paso a la dimensión de lo excelso. Por esta puerta quiero entrar, llevando en mis manos todo lo que para ti y, de Granada, he dejado escrito en mi cuaderno. Para despegarlo de la materia y entregarlo a lo que es eternamente bello. Quiero que tú y tu presencia por esta ciudad mágica no seáis nunca pura materia que pudre el tiempo y queda en pavesa. Porque tengo claro que después de esta vida y lo que en ella cada día nos va rozando, hay un cielo asombroso. Tiene que ser así porque lo necesito, lo necesitas, lo necesitamos y yo cada día lo sueño, lo sueño, lo sueño.

Esta realidad final es la que importa. Lo demás, la tarde, la lluvia, la fuente, la plaza, los naranjos, las calles, la gente… solo nos roza, lo vemos, lo tocamos y pasamos y aquí se queda. Tú ya no existes por ningún rincón de esta ciudad. No existes en materia pero sí en la realidad de lo que llamo cielo. Y esto es lo que importa, al final de todo. Por eso quiero que lo sepas. Y para eso voy a entrar, dentro de un rato, en el templo de la Patrona de Granada. Para despegarme un poco más de la materia y procurar entrar por la puerta que lleva a la dimensión de la eternidad. Solo esto merece la pena y es valioso.

79 - La Carrera de la Virgen, el más hermoso paseo de granada


Desde la plaza de los naranjos, camino lento y subo un poco. Dirección a la Fuente de las Batallas pero con la intención de, en unos metros, torcer para la izquierda. Para entrarle a la nueva ruta que voy a recorrer, justo por el comienzo. Por la parte de arriba y lado de abajo de la explanada de la Fuente de las Batallas. Porque es justo por aquí donde comienza el gran paseo que hay en este rincón de Granada. El que es conocido con, al menos, tres nombres: La Carrera, Carrera de la Virgen o Carrera del Darro. Y es sencillamente bonito este pase. Te lo cuento con detalle conforme lo vaya recorriendo y también, por él, tu recuerdo.

Porque tú, aquella tarde de mayo y la de los libros viejos, también pasaste por aquí. Con tu amiga, bajo el reluciente sol después de la recia lluvia y en busca de los caballos que aquel día desfilaron por las calles de Granada. Otro espectáculo nuevo para ti, que te emocionó mucho y te abrió una ventana más a las cosas de esta ciudad. Te iré contando despacio porque me interesa mucho por dos razones: para que se queden bien recogidas tus vivencias por esta ciudad y para que estas vivencias se guarden bien selladas en el singular marco de este paseo. No hay otro rincón, ni en Granada ni en el mundo, semejante en belleza, en luz y sombra y en frescura, al bulevar de la Carrera de la Virgen.

Y ya he llegado a su comienzo. Justo, como te he dicho, por el lado de abajo de la Fuente de las Batallas. Aquí mismo empieza la ancha y hermosa calle. Me paro, justo en el centro y miro al frente. Hacia abajo. Porque todo, desde aquí, es bajada hasta topar con el cauce del río Genil. Así que esta avenida y yo ahora mismo con ella, va y voy en la misma dirección que corren las aguas del río Darro. Me queda a la derecha y a solo unos metros de donde estoy parado. Y, en cuanto avance un poco, entre el río Darro y este paseo, se mete una hilera de casas. Justo a la derecha mía y entre el paseo y el río.

¿Y sabes? Desde donde me he parado y, antes de seguir andando, descubro perfectamente el gran pavimento del paseo. En los primeros metros, hay un recuerdo tapizado con un precioso pavimento granadino. Muy bello, por los adornos, los colores blancos y negro de las piedras que lo tejen y por los dibujos. Avanzo unos metros y ya piso el segundo pavimento. El que hay en todo el bulevar, desde arriba abajo. Es de baldosas de mármol gris, en forma de rombos, con pequeñas cintas de mármol negro, que también forman rombos pero más grandes. En cada rombo de adoquines en mármol negro, hay treinta y seis baldosas grises, en forma de rombos más pequeños. Curioso ¿verdad? Detalles como éste son los que hacen que el bulevar sea un paseo muy elegante, noble y bello. Y, además, como el pavimento de mármol está limpio y algo pulido, brilla. Igual o más que aquel día de mayo, después de la lluvia y con aquel sol tan puro.

Comenzamos a bajar, como esta tarde yo y, antes de avanzar unos metros, te indiqué:
- ¿Ves? Aquí a los lados, justo al iniciar el paseo, es donde se ponen a vender castañas asadas, en los días de otoño y parte del invierno. Y también, a partir de aquí y hasta el final, a la izquierda desde el centro de este paseo, es donde montan las casetas en la feria del libro, en los primeros días de abril.
Miraste despacio y, después de un rato, dijiste:
- ¡Sin duda que esto es un lugar hermoso para una feria del libro!
- Lo es. Y, además de hermoso, resulta muy cómodo, fresco por la sombra que prestan los árboles, tranquilo por la amplitud del espacio y digno por la majestad de la arboleda y, al fondo, la gran fuente y los Jardines del Salón y el río que viene de las nieves en la alta sierra.
- Y lo de las castañas asadas en los días de otoño ¿también es típico de esta mágica Granada?
- Todavía, en algunas ciudades de España, se venden castañas asadas cuando llega el otoño. Pero en esta ciudad de la Vega Granadina, es otra cosa. ¿Sabías tú que, en las laderas de Sierra Nevada se crían los castañares más viejos del mundo?
- Es la primera vez que lo oigo.
- Pues es cierto. Y por eso, porque muchas de las castañas asadas que se venden en estas calles proceden de los castaños de Sierra Nevada, es por lo que tienen valor propio. En ninguna otra parte del mundo se dan realidades tan sencillas y a la vez tan naturales y buenas.
- Por lo que cada día descubro yo creo que necesitaría una vida entera para medio conocer los rincones, secretos y matices de esta mágica ciudad de la vega.
Y te dije que sí.

Luego seguí y te expliqué también, en este mismo comienzo y antes de avanzar mucho, los arriates de plantas que decoran a los lados del paseo. Como enmarcando y de arriba abajo pero no continuos. Y justo en cada trozo de arriate y, de trecho en trecho, se elevan dos o tres árboles muy hermosos. Algunos tan corpulentos como los de la plaza del Campillo. Y te pusiste a observarlos despacio. Al rato me preguntaste:
- ¿Tienen los mismo años que los cuatro de la plaza?
- Algunos sí.
- ¿Y cuantos metros tiene este paseo de un extremo a otro?
- Así por lo alto, calculo que unos trescientos.

Y luego comencé a explicarte el pavimento granadino que, a cada lado del gran paseo, también va escoltando. Como en una franja de un metro de ancho, discurre y enmarca para darle prestancia a las baldosas del centro. A la izquierda y derecha de estas franjas de empedrado granadino, junto con los arriates y la hilera de árboles, quedan las calles por donde pasan los coches. Dos calles no muy amplias y asfaltadas que también que van de arriba abajo.

A los lados y, entre arriate y arriate, La Carrera tiene asientos. Del mismo tipo de mármol que las baldosas del centro y con respaldo de hierro forjado. Un apoyo sencillo pero muy cómodo y artístico. Y el diseño es el mismo para todos. También para cada banco es igual el espacio y el pavimento donde están clavados. Tú lo viste aquella tarde aunque no te sentaste en ellos.

Íbamos ya por la mitad de este paseo cuando, al mirar y fijar tu atención en uno de estos asientos, dijiste:
- Si observas bien verás que todos están situados justo los pasillos que permiten cruzar la avenida de un lado a otro. Ha sido una idea brillante distribuirlos de esta manera. Y más acertado todavía ha sido decorar el suelo con este primoroso pavimento granadino.
Y te respondí:
- Por eso, cuando uno se sienta en cualquiera de estos bancos, siempre tiene la impresión de estar parado sobre una alfombra mágica.
- ¡Y qué cierto es esto y cuanto interés regala hoy cada rincón de esta ciudad!

Nos iba quedando, a la derecha, el edificio del Corte Inglés. Al verlo me dijiste:
- En mi país tampoco existen estos establecimiento.
Y recordé, en ese momento y ahora esta tarde, cuando aquel día de los libros viejos. Después de recorrer todos los expositores de libros, viniste a este centro comercial. Me dijiste:
- Es la primera vez que entro aquí.
Y pensé para mí que iba a gustarte. Y así fue. Nada más entrar por la puerta principal, te fuiste derecha al rincón de los objetos típicos de estas tierras. Y lo primero que cogiste fue una bandera española. Me la mostraste sonriendo y luego cogiste la pequeña figura de un toro bravo. Me dijiste:
- ¡Mira qué curioso!
Me di cuenta que te llamaba mucho la atención estas cosas españolas. Me aclaraste:
- Tampoco en mi tierra hay nada de esto. Y a mí, me gusta, tanto el flamenco como los toros y la guitarra española. ¿Cuándo hay una corrida de toros en Granada?
- Por la feria del Corpus. Y casi todos los años vienen los mejores toreros y traen muy buenos toros.
- Por si a mí se me olvida, recuérdame que tengo que ir a los toros por estas fechas.

Y fuiste sin que tuviera que recordarte nada. Por la feria de Granada, dos tardes seguidas fuiste a los toros. El Fandi y Ortega Cano fueron los que torearon. Y, unos días después, me dijiste que te habían gustado mucho. Y también me comentaste:
- Aquí en Granada y, desde que vine de mi país, no dejo de descubrir una maravilla detrás de otra. ¡Ay que ver qué bonita es la fiesta de los toros y cuanta gente disfruta con ella!
Me alegré de este gozo tuyo. Y me alegré que cada día, desde que habías venido de tu país lejano, descubrieras un poco más los secretos de esta indescifrable ciudad. Te dije:
- Como bien piensas tú, Granada es un libro inmenso donde, en cada página, hay algo nuevo y nunca parece tener fin. Todo es siempre como un comienzo.

Un poco más abajo del edificio del Corte Inglés, solo unos metros y también por la derecha según íbamos y voy yo esta tarde, se alza el santuario de la Patrona de Granada. Al verlo observaste atentamente sus dos altas torres. Y luego te fijaste en la fachada y, al llegar justo a su altura, te paraste. Seguiste mirando mientras yo me fijaba en ti. Al fin preguntaste:
- ¿Y se puede ver esta iglesia por dentro?
- Cuando tú quieras y tengas tiempo venimos un día y la ves despacio. Te servirá para conocer más a fondo la realidad más íntima de Granada.
- ¿Es bonita esta iglesia?
- Mucho más de lo que imaginas.
- Pero yo no soy católica ni sé mucho de estas cosas vuestras. ¿Es interesante la historia de esta Virgen y su templo?
- Muy interesante y, no solo merece la pena conocerla, sino que es necesario para tener una idea medio completa de lo que es la ciudad de Granada. La Virgen de las Angustia y el santuario donde se venera, es un capítulo muy significativo dentro del voluminoso libro de la historia de esta ciudad. Tanto, que hoy en día, no se entiende bien esta ciudad sino se conoce a fondo lo que fue y es la su Patrona amada.
- Pues quiero saber. ¿Cuándo me lo cuentas?
- Un día, cuando quieras y tengas tiempo, venimos a ver esta iglesia, rezamos un poco y despacio te cuento.

Y aquel día no llegó nunca pero yo no lo he olvidado. Por eso quiero contártelo, ahora y para que conste en las páginas de mi cuaderno. Será dentro de un rato.

Sin embargo, al preguntarme:
- Del templo que observo ahora mismo ¿no me lo puedes definir en dos pinceladas.
Y te dije que sí:
- Como estás viendo, es parte importante de este gran paseo llamado La Carrera de la Virgen. Esta iglesia fue construida por Juan Luis Ortega, discípulo de Alonso Cano, en 1664. La fachada de ladrillo se sitúa entre dos torres con chapiteles y la portada tiene dobles columnas corintias, con frontones triangulares y escudos arzobispales. También presenta arco de medio punto y hornacina con imagen de la Virgen con frontón curvo partido, escudo real con águila bicéfala y ángeles laterales. Las esculturas son de Bernardo Francisco de Mora y su hijo José. El templo tiene planta de cruz latina y capillas laterales y cúpula barroca. El retablo principal, barroco, en mármoles incrustados, es un diseño de José de Bada.
Me diste las gracias y luego, durante unos minutos, seguiste observando.

Ya esta tarde he pasado y dejo atrás este bello santuario de la Patrona de Granada. El edificio que aquella tarde te cautivó. Aquí sigue, en su silencio y como esperando. Ya te he dicho que a él voy a venir dentro de un rato. Para pararme y descansar y para poner punto y final al paseo que, por la ciudad y para ti, estoy elaborando.

Y esta tarde, al rebasar el Santuario de la Virgen y acercarme a la fuente que hay al final, de nuevo traigo a mi mente tu presencia de aquel día por este lugar. Justo cuando veníamos por donde yo ahora, ocurrió algo que necesito dejar recogido en mi cuaderno. ¿Recuerdas aquel momento? Lo relato brevemente para rescatarlo del pasado y dejarlo eterno.

Por el ancho paseo de este bulevar frondoso, jugaban algunos niños. El sol iluminaba puro derramándose sobre las verdes hojas de las plantas. La tarde se había vestido toda de azul. Porque, las nubes de un momento antes, se habían deshecho y por eso el cielo mostraba ahora su azul más puro. Muy pocas personas caminaban por este paseo. Nosotros bajábamos hacia los jardines del río pero las personas, muchas, se habían concentrado por el centro de la ciudad, buscando los rincones de las cruces. Y, frente a nosotros y al final, según íbamos caminando, ya se veía la gran fuente. Transformada en blancas cortinas de agua que relucían al sol de la hermosa tarde. Y se recortaban sobre la densidad verdosa del histórico jardín de Salón. Como en un juego de colores y transparencias que nos salía al encuentro para darnos la bienvenida. Preguntaste:
- ¿Esta fuente es nueva?
Te contesté:
- Hace solo unos días que la inauguraron.
- ¿Y qué nombre le han puesto?
- La han bautizado con el nombre de Fuente de las Granadas. ¡Fíjate qué curioso!
Y guardaste silencio.

Seguimos bajando. Ya estábamos cerca de la fuente, llegando al final de la Carrera de la Virgen y al comienzo del Paseo de Salón. Y, según nos aproximábamos, la fuente se presentaba más y más grandiosa. A su alrededor se veían las fresca flores que por esos días habían plantado y también algunos grupos de jóvenes que se hacían fotos. Te dije:
- Es normal. Quieren tener un recuerdo de este sitio nuevo tan lleno de luz y agua.
Dijiste:
- Pues yo también quiero una foto con este nuevo monumento en Granada.
Y pensé que, con la luz tan limpia que regalaba la tarde, con los destellos que salían de los chorros que manaban de la fuente y con el verde reluciente que reflejaban las plantas del gran jardín del río, podría salir una foto fantástica. Una muy hermosa fotografía para el recuerdo.

Ya nos quedaban solo unos metros para cruzar la calle que pone punto y final al paseo de la Virgen. Y, justo antes de cruzar, nos paramos para observa con más calma. Cuando, del lado de la derecha, río arriba hacia las cumbres de Sierra Nevada, al fondo allá a lo lejos, se presentó una fuerte ráfaga de viento. Como si de pronto se hubiera desatado otra furiosa tormenta. Por eso miré rápido al cielo. Y no, por el cielo solo se veían cuatro nubes sueltas, blancas y negras y, de fondo, el azul lejano y el sol esplendorosamente iluminando. Preguntaste, como sorprendida:
- ¿Qué esto?
No pude darte ninguna respuesta. Pero sí noté que tu voz se quedó como ahogada entre el ruido de las hojas de los árboles. Fue tan grande que parecía que, todos los árboles y al mismo tiempo, querían arrancarse del suelo y salir volando.

Justo donde estábamos parados, a nuestra derecha, se alzaba y se alza un árbol gigante. Otro robusto ejemplares de Platanus hispánica. Otro monumento centenario, en los rincones de Granada, tan vigoroso o más que el anciano de la plaza del Campillo. Junto al tronco de este árbol es donde también yo esta tarde me he parado. Lo estoy mirando ahora mismo despacio y me emociono, a la vez que tiemblo. Él y yo, a partir de aquel día, tenemos en común un gran secreto. Algo que no hemos compartido con nadie y por eso tampoco tú lo conoces. Te hablaré de ello en su momento, si es que me queda tiempo y soy capaz de reflejarlo en las páginas de mi cuaderno.

Ahora recuerdo que aquella tarde, de las ramas de este noble y hermosísimo árbol, el gigante que pone punto y final a la Carrera de la Virgen, las hojas salieron volando. Un gran puñado de hojas que la ráfaga de viento arrancó. Y algunas cayeron al suelo y, por el asfalto negro y la tierra del Paseo del Salón, revolotearon y se alejaban. Como si fueran trozos de pavesas que, sin rumbo, se dejaban empujar por los vaivenes del viento. De los otros árboles también cayeron hojas y, río arriba, se fueron. Como, si unas y otras se juntaran para, en una gran bandada, irse hacia las nieves blancas que relucían a lo lejos. Sobre las altas cumbres de Sierra Nevada. Y todo ocurrió de pronto y en un breve trozo de tiempo.

No dijiste nada porque, pensé que esto, sí era para ti una sorpresa muy nueva. También lo fue para mí y para tu amiga. Pero yo, en aquel justo momento, me acordé de dos cosas: del sueño que había tenido unas noches antes y del otoño que tantas veces he querido compartir contigo. Y como también muchas veces contigo lo había hablado, ahora la ráfaga de viento y las hojas que por el suelo se iban, te lo trajeron a la mente. Por eso dijiste:
- Si ahora, que todavía estamos en primavera, estos árboles ya desnudan sus ramas y regalan las hojas al viento ¿qué será esto cuando llegue el otoño?
- Seguro que es un espectáculo precioso.
- ¿Tú has venido por aquí alguna vez en esos momentos?
- Cuando llega el otoño, los árboles de este paseo junto con los que hay por las riveras del río, se visten con un traje nuevo. De color naranja, amarillo y rojo y, al caer las tardes, sus hojas caen al suelo. Sin duda que es y será un espectáculo verlas caer, danzando por los aires y luego verlas rodar por las aceras de estas calles. El otoño es tan hermoso, tan recogido en si, tan misterioso, extraño y amigo de lo desconocido, que asusta a la vez que llena de gozo. Y, el otoño por estos jardines históricos de Granada, también regala sensaciones y colores únicos. f

Y quise lamentar tu ausencia, por esas fechas, de Granada. Pero no lo hice. Sabía que no iba a gustarte. Y también temía que mi alma se llenara de tristeza. Pero sí te dije:
- Recuérdame luego, cuando estemos en un momento más tranquilo, en esta tarde o mañana o cualquier otro día antes de que te vayas, que tengo que contarte un sueño.
- ¿Algo que has soñado?
- Sí, y ha sido hace solo un par de noches.
- ¿Me puedes adelantar ahora algo?
- Es un sueño tan simbólico, todo tan lleno de blanco, con tanta luz y bañado de azul, que necesito contarlo despacio y en momento concreto.
- ¿Y tiene que ver conmigo y Granada?
- Tiene que ver con tu marcha. Por eso es un sueño trascendente, blanco porque hay montañas llenas de nieve y, al mismo tiempo, calentito y tierno. Porque hay viento blando que acaricia y se aleja llevando dulcemente entre sus brazos.
- Pues tienes que contármelo.
- Quiero y debo contártelo pero ahora no. Sigamos.

Y aquella tarde de primavera, lo mismo que yo ahora en esta tarde de verano, nos dispusimos a cruzar la carretera. La atravesamos y, en unos metros, ya estábamos junto a la fuente que habían inaugurado solo unos días antes. Por eso todavía no estaba del todo acabada. Sí regalaba alegres chorros de agua y llenaba de música todo el entorno. Pero aquella tarde todavía le faltaba algo. Hoy ya sí está completa. Las flores que por aquí han sembrado la rodean con sus colores, los claros caños saltan y chorrean con alegre fuerza, el bronce con el que las granadas están hechas, ya luce color viejo, como el del borriquillo del Aguador de la plaza de la Romanilla y el pavimento que la circunda ya está todo puesto. Aquel día todavía lo estaban preparando.

Pero aquella tarde de primavera, te paraste junto a esta Fuente de las Granadas y te hiciste la foto que momentos antes habías comentado. Y salió bonita. Mucho más perfecta de lo que habíamos imaginado. Tu traje blanco, el color que has vestido a lo largo de casi todos los días que has estado en Granada, destacaba mucho sobre el verde de los árboles y el verde viejo del bronce de la fuente. Y, al mismo tiempo, se confundía con el blanco de las nieves en las cumbres de Sierra Nevada. Desde esta fuente y todo el Paseo del Salón, Sierra Nevada queda lejos pero como todavía era primavera, aun quedaba nieve en las cumbres más altas. Hoy no brilla nada. Todo se ve, allá a lo lejos, como en una bruma añeja, algo gris y color pizarra negra.

80 – Jardines del Salón, Puente Romano y río Genil

Cuando una ciudad entra en la categoría de “regalo”, suma en esta denominación, todas las demás categorías. La categoría de histórica, monumental, artística, con encanto, saludable, romántica, tranquila, hermosa…a mi parecer, son mucho menos que la denominada con el nombre de “regalo”. La categoría de “regalo”, es por la suma de todo esto y algo más que no está recogido ni en libros ni en documentos. Porque esta última denominación, creada en exclusiva por mí para esta ciudad de Granada y para ti, tiene un matiz que no hay en ninguna otra. Cuando se elige un regalo, especialmente para alguien, siempre es por algo que tiene que ver con lo íntimo, con lo exclusivo, con el corazón, con el espíritu. Muy distinto a las razones que hay en las otras categorías que ya he mencionado.

Y tú ya lo sabes: desde mi libertad y deseo de eternidad, he decido elevar a esta localidad, a la categoría de “Granada, ciudad regalo”. Algo especial para ti y que voy dejando recogido en mi cuaderno. Porque veo y quiero que sepas los otros matices y espejos que nunca antes nadie descubrió en esta ciudad. Y, porque creo que es importante este aspecto, de ello te hablo para que lo sepas. De Granada como obsequio. Y más desde que estuviste por aquí y ahora faltas. Y un poco más, desde el momento que esta tarde de verano he llegado al rincón que te vengo contando. Al Paseo del Salón, en las riveras del río Genil, al final de la Carrera de la Virgen. Te sigo contando para continuar ofreciéndote, como regalo, un trozo más de la que tu has llamado siempre “la ciudad mágica”.

Me he parado y, durante un buen rato, he permanecido junto a la Fuente de las Granadas. La nueva fuente que inauguraron cuando tú estabas todavía por aquí. Quiero ahora mismo gustarla despacio mientras recuerdo tu presencia, en aquella tarde de primavera. Hoy, solo yo sé que estuviste aquí y ya no estás ni vendrás nunca más. Por eso adquiere un valor especial la fuente que tengo delante, la tarde en sí, unida a la de aquel día de las cruces de mayo y a este gran Paseo del Salón.

¿Sabes? Por este paseo histórico y, a partir de ahora también con la categoría de regalo para ti, no estuviste aquella tarde. Desde la fuente que tengo frente a mí, seguiste caminando hacia los jardines del río y la orilla, por donde el Puente Romano. Para este sitio voy a irme, dentro de un momento, y luego me volveré para atrás. Desde el mismo Puente Romano, una vez que te cuente las cosas y sienta por ahí, tu recuerdo. Pero antes de seguir y alejarme de la nueva fuente, voy a relatarte, aunque sea de una forma breve, lo que distingo desde aquí. Tú aquella tarde ni viste ni captaste muchos de los matices y singularidades que hay en este gran Paseo del Salón. Te cuento algo:

¿Sabías que fue en la invasión napoleónica cuando, en las laderas del río Genil, se proyectaron los primeros trazados de estos paseos? Pues sí. En aquellos tiempos, toda la ribera derecha, por donde están ahora los jardines, era un estrecho corredor que servía de paso. Se le llamaba Acera de los Lecheros y después, Acera del Banco o Banco del Salón. En 1612 se plantó en este lugar una espesa alameda. Todavía puede verse en grabados de la época y en un lienzo que hay en el palacio Arzobispal de Granada, obra de Juan de Sabis de 1636.

Este paseo fue reordenado en 1715 y otra vez a principios del siglo XIX. Hasta esta fecha ambos paseos estuvieron unidos. Los jardines que hay ahora vienen de la remodelación realizada entre 1823 y 1830. También en 1981 y en 1986 estos paseos fueron nuevamente arreglados, instalándoseles nuevas farolas, bancos y pavimento. También se restauró el quiosco de la música. Antes, aquí se ubicaba la feria. Era, este paseo, uno de los espacios centrales en la vida de Granada. También el Salón fue uno de los lugares centrales en los festejos de la Coronación de Zorrilla, en junio de 1889.

Este boulevard granadino, conocido con el nombre de “El Salón”, incluye los paseos del Salón y de la Bomba. El primero debe su nombre a los términos franceses “Salle de Sejour”, sala de descanso, y el segundo a una fuente que hay en sus jardines. El saltador central tiene forma de bomba.

Desde el principio los paseos del Salón y de la Bomba estuvieron decorados con muchas fuentes. Destacaba la de los Gigantones. Esta fuente vino del convento de San Agustín, estuvo en el Paseo del Salón hasta el 1892 y fue trasladada al Paseo de la Bomba para colocar, en su lugar, el monumento a Isabel la Católica. Estatua que, desde 1962, se encuentra en la plaza que lleva su nombre, junto a la calle Reyes Católicos. Y también, desde 1940, la Fuente de los Gigantones se encuentra en la plaza de Bibarrambla.

El lateral izquierdo de los paseos del Salón y la Bomba fue embalsado en 1994 con ocasión de los preparativos del Mundial de Esquí Alpino de 1995. ¿Y sabías tú que en estos jardines hay varios monumentos importantes en la historia de Granada? Algunos de ellos son: la Biblioteca Pública, realizada en 1917 como pabellón del Liceo Artístico por el arquitecto Ángel Casas, la portada del bar Las Titas, con leoncillos y escudos de la ciudad, el monumento al Duque de San Pedro de Galatino, en 1923 obra del escultor Pablo Loyzaga, la fuente de la Bomba que da nombre a todo el recinto, el monumento a Francisco de Paula Valladar y Serrano y la romántica fuente de la Ninfa, legados todos del pasado reciente.

Desde donde estoy parado ahora, ya te he dicho que junto a la Fuente de las Granadas, tengo una gran visión. Para la plaza del Humilladero, que me queda a mis espaldas y para el paseo en sí, que lo tengo al frente. De la plaza del Humilladero tampoco te dije nada aquella tarde. No tenías mucho tiempo. Sin embargo, como en este punto es justo donde nacen los paseos que recorro hoy para ti, quiero decirte que este lugar es también importante.

La plaza del Humilladero, es como un pequeño escenario. Justo donde se acaba o comienza el paseo del Salón. Y lo hace como en una curva de medio círculo. Y, en este medio círculo, construyeron el escenario que te digo. Con solo tres escalones de atura, pavimentado con ladrillos puestos de canto y, en el centro, un círculo de losas de granito. Queda rodeado, este escenario, por unas farolas de hierro forjado. Y, desde el escenario hasta la Fuente de las Granadas, ya avanza el paseo. Como unos cincuenta metros de recorrido y unos sesenta de ancho. Todo de tierra, con bancos de cemento a los lados y farolas artísticas de hierro. Son tres a cada lado. Y también son las mismas farolas que decoran y alumbra todo el largo paseo del Salón.

Desde el escenario de la plaza del Humilladero, si me subo encima y miro, descubro una hermosa y amplia panorámica. Como ya te he dicho, un trozo no muy largo de paseo, y enseguida y en el centro, la Fuente de las Granadas. Y, desde esta fuente río arriba, ya se abre y discurre el gran paseo del Salón. Va todo recto, desde el mismo círculo de la plaza del Humilladero, hacia lo que sería el barranco del Abogado, en el barrio del Realejo. Arriba queda, a la izquierda y allá en lo alto y a lo lejos, la colina del Carmen de los Mártires y el cementerio de Granada. Más abajo se encuentra la Cuesta de los Molinos, por donde vivió el escritor Ángel Ganivet. En la casa-molino, propiedad de sus padres y en la que la Diputación Provincial instaló el Centro de Estudios Etnológicos que lleva su nombre.

A la derecha, queda el río Genil, que se le ve venir, sereno, como escondido y sin darse importancia, de las altas cumbres de Sierra Nevada. ¿Sabes? Es un gran espacio, muy amplio y hermoso, todo este Paseo del Salón. El río, sus riveras, el paseo en sí, los barrios que lo rodean, la configuración del terreno y luego el largo y amplio valle por donde el río viene llegando.
No lo sabes ni te lo dije pero ahora sí te confirmo que este rincón de Granada, es grandioso. Quizá el más importante de todos. Porque, al fin y al cabo, Granada fue nacida al apego de las aguas de un río. Las aguas eran necesarias y, en estos lugares, corren y hay tres ríos. Y, el más importante, es éste, el Genil. El que baja de Sierra Nevada, trayendo aguas muy puras, abundantes y buenas. Pero tampoco has conocido tú, ni siquiera una pequeña parte, de este río, hijo de las nieves. Ni siquiera el trozo que hay dentro de la ciudad de Granada y no es el mejor del río que te vengo anunciando. Porque el río Genil, es grande y bello, desde Granada hacia las cumbres de Sierra Nevada. Desde el puente Verde mismo hasta las cumbres donde nace: el Mulhacén, la Alcazaba y el Veleta. Este trozo de río, esta otra cara de Granada, una porción esencial en la realidad de la ciudad mágica, no la conoces tú. Ni siquiera un poco. Y es necesario conocerla para tener una idea aproximada de lo que es Granada.

Desde la Fuente de las Granadas, lentamente sube el Paseo del Salón. Tendrá, más o menos, seiscientos metros de largo. Es lo que calculo sin poseer datos concretos. Creo que es de largo como la Carrera de la Virgen. Pero de ancho, casi tiene el doble o más. Y, te describo con detalle qué es lo que hay y de qué modo está configurado este paseo.

Lo que tiene a cada lado, a la derecha y a la izquierda, todo es igual. Dos lados por completo semejantes. Por el centro discurre el gran paseo, de unos cincuenta o sesenta metros de ancho. El pavimento ni es asfalto ni son adoquines ni losas de mármol ni empedrado ganadito. Simplemente tierra de color bermejo. Pero eso sí, es una tierra especial. Cuando llueve no se forma barro ni tampoco se forman charcos ni se pega a la suela de los zapatos.

A cada lado de este ancho camino de tierra discurre una hilera de bancos. Todos iguales y con la misma separación entre ellos. Estos bancos tampoco son de mármol ni de hierro forjado ni como el que te acogió a ti, en aquellas tardes primeras, en el barrio del Albaicín. Estos bancos son de cemento y nada más. Con un respaldar en el centro y asiento a los lados, todo en una sola pieza. Su diseño es moderno aunque ya tienen aspecto de viejos. Llevan aquí mucho tiempo aunque ni están rotos ni pintados.

Entre banco y banco hay un poste de hierro forjado, de unos cinco o seis metros de altura. Arriba y colgando, cada poste tiene tres farolas de cristal blanco. Son artísticas y parecen bellas. También forma dos hileras junto con los bancos y a cada lado del paseo central. Detrás de las hileras de farolas y bancos, saliéndonos hacia la orilla del paseo principal, están los arriates. Protegen a las plantas de flores, a los arbustos y a los troncos de árboles. En el mismo centro de cada arriate se clavan los viejos árboles que decoran a este paseo. Más hacia la orilla hay un trozo sin vegetación y ya la carretera. A los dos lados del paseo bermejo, hay carretera asfaltada para los coches y con una sola dirección en cada lado.

A la derecha mía, estoy mirando, desde la Fuente de las Granadas, en dirección contraria a como llegan las aguas del río Genil, queda uno de los edificios históricos. Es la Biblioteca pública. Tú aquella tarde la viste pero ni entraste ni te acercaste. Creo que te pareció poca cosa. Quizá te resultaba ridícula comparada con el inmenso edificio de la biblioteca en tu ciudad. No lo pongo en duda. Pero en tu país blanco todo son grandes llanuras. Sobra tierra por todos sitios. Y por eso, las calles y las avenidas con inmensas. También las distancias para ir a los sitios. Aquí en Granada, todo está como en sí recogido. Adaptándose al terreno y, aprovechando pedazo para construir una casa, una calle, una plaza, una fuente, un edificio… Todo por aquí es como de ensueño, de juguete, de fantasía, si lo comparamos con tu ciudad, tu mundo, tu país…

En los arriates a los lados del paseo, como ya te he dicho, se clavan los troncos de naranjos, palmeras y plátanos. No tan gruesos como los de la plaza del Campillo o la Carrera de la Virgen pero sí son corpulentos y bellos. Avanzando por este paseo, lentamente subiendo hacia el barranco del Abogado, como a la mitad del recorrido y a la derecha, se encuentra el quiosco de la música. Otra de las construcciones históricas que hay en este recinto. Esta construcción se eleva como unos dos metros. Se sube al escenario por unas estrechas escaleras que tienen barandas de hierro forjado a los lados. Estas mismas barandas siguen y rodean al todo el escenario. El bonito el edificio y, como sé que a ti te gusta mucho la música, te recuerdo y me digo que te habría gustado verlo y pisarlo. No lo viste.

Por la derecha del paseo que recorro ya te he dicho que discurre una carretera. Es la que luego sigue avanzando río arriba y lleva a los barrios que por este lado tiene Granada. También a varios pueblos, al embalse de Canales, a Güejar sierra y después a las cumbres de Sierra Nevada. Tampoco conoces esta parte de la ciudad. Pero ya estás comprobando: Granada, aun siendo mucho más pequeña y recogida que tu ciudad lejana, no es muy chica. Se necesita mucho tiempo y alguien que la explique bien para llegar a conocerla. Y para saborear cada rincón, también es necesario tiempo y una especial disposición.

El final del Paseo del Salón, acaba en rotonda, igual que comienza. Y, en el centro de este final, se eleva una bonita fuente. ¿Que cómo se llama y qué sé de ella? No mucho. Solo puedo decirte que tiene tres niveles y queda en línea casi recta con la Fuente de las Granadas. Ésta, a su vez, también queda en línea recta con la Fuente de las Batallas. Como formando un ángulos perfecto y un poco abierto, la Carrera de la Virgen con el Paseo del Salón y las fuentes marcando los puntos concretos. Un dibujo curioso y más sobre la realidad de este espacio.

Pero sí, la fuente que pone punto y final al Paseo del Salón, destaca mucho por su belleza. En otros tiempos estuvo en el claustro del convento de Santa Cruz la Real. Es de piedra de Sierra Elvira y tiene unas escaleras para subir a la pila. Cuatro leones miran desde el eje central y la taza superior, queda coronada por una figura mitológica de mármol blanco. Se encuentra rodeada de arbustos modelados, algunos rosales y un pequeño pavimento de empedrados granadino. Los dibujos, son grandes cuadros delimitados con adoquines de granito.

A la derecha de esta rotonda con la fuente en el centro, se encuentra otro de los edificios históricos. Es un bar típico y que se le conoce con el nombre de Las Titas. No es de lujo pero sí aquí vienen muchas personas a tomar sus tapas. Resulta agradable sentarse en la terraza también de empedrado granadino y, rodeado de plantas, aire fresco y sombra, tomar algo. Te habría gustado conocer esto. Justo al cruzar la rotonda que configura esta fuente, comienza el Paseo de la Bomba. Hay en él menos plantas. Solo una franja ancha, en el centro con pavimente de tierra bermeja, los mismo bancos de cemento, postes de hierro forjado de donde cuelga una sola farola y, a los lados, como una pequeña acera donde se clavan los árboles. Tampoco son de gran entidad. La decoración de este trozo de paseo es menos que el del Salón. Y sin embargo, el recorrido es mucho más largo.

El recorrido ahora gira un poco para la derecha, procurando adaptarse a la curva que por aquí traza el río Genil. La fuente que te he dicho es el punto donde da comienzo la curva. Y por eso, por la curiosa orientación que este paseo tiene, deja ver, al fondo y a lo lejos, las altas cumbres de Sierra Nevada. No se distinguen del todo porque lo impiden la vegetación pero sí lo suficiente para saber que allí se encuentran estas singulares montañas. ¿Y sabes? Se puede pensar que este paseo y el que ha quedado atrás, tienen algo de parecido con el de la Carrera del Darro. Es así y no. Y es así porque aquél y éste, discurren siguiendo el curso de un río: el Darro y el Genil. Pero aquél río y el paseo en sí, quedan muy recogidos entre la colina de la Alhambra y el cerro del Albaicín. Éste paseo y río, va muy cómodo y ancho porque las tierras, a los lados, son mucho más llanas. Sobre todo, por el lado de la derecha. Pero aun con estas notables diferencias, el paseo de aquél río y éste de aquí, se parecen en algo. Además de ir los dos recorriendo el curso de un río, suben como si pretendieran adentrarse en las montañas en busca de la fuente primera. Como si pretendieran ir a las fuentes de las primeras aguas que riegan la tierra.

Sin embargo, este Paseo de la Bomba, sí se engrandece mucho por el lado derecho. La amplia franja ajardinada que discurre por la orilla misma del río, le da una gran prestancia. Discurre desde el bar de Las Titas hasta el puente Verde. Y a esta franja se le conoce con el nombre de los Jardines del Paseo de la Bomba. Entre estos jardines y el paseo central, el de la tierra bermeja, va la carretera que lleva a los barrios que por este lado tiene la ciudad y a la Sierra. Así que, lo que podría ser una gran avenida, muy ancha y larga y también tranquila, queda mutilada por la fea carretera asfaltada. Divide el espacio en dos, hiriendo y quitándole valor a esta hermosa rivera del río Genil. Porque las tierras que cimientos a esta avenida, no son otra cosa que una pequeña vega tallada por las aguas del río. Tierras llanas, muy pegadas al cauce del río y, que sin duda, sería muy fértiles en otros tiempos. Antes de que las modelaran para darle forma a estos paseos y jardines.


Los árboles que hay en la franja de la derecha, entre el río y la carretera, son palmeras, naranjos, plátanos y pinos. Por entre los troncos y las sombras de estos árboles crecen un gran número de arbustos y luego ya, plantas herbáceas de flores. Todas las plantas se ven muy frescas. Acaban de restaurar todos estos jardines y paseos, después de mucho tiempo y una buena polémica entre las administraciones y las personas que viven en esta ciudad. Por eso, al final, la restauración ha quedado casi en nada porque parece que se han llevado por delante algunas plantas muy bellas y han sembrado otras nuevas. Sin embargo, han echado nueva tierra, han puesto riego por goteo, han restaurado algunos trozos de pavimento y han pintando los postes de las farolas.

Esta franja ajardinada, el auténtico jardín del Paseo de la Bomba, se distribuye de la siguiente manera: una calle en el centro y otra calle pegando al cauce del río. En la primera calle, queda una franja de unos cuatro o cinco metros donde hay un arriate y árboles y arbustos. Algunos de estos árboles son gruesos, altos, con mucha fronda y muchos años enredados entre sus ramas. Son centenarios. A la derecha de la franja del centro queda otra franja casi igual de ancha y también árboles y arriates. Después está la calle más cerca del río, también con pavimento de tierra bermeja y una acerca con baldosas de cemento. Y luego, el muro que separa y protege del río, con barandas de hierro. Sobre este muro hay farolas, de trayecto en trayecto, con un diseño muy similar a las de los dos grandes paseos pero más sencillas. Un simple poste de hierro, no muy alto, y una farola de cristal blanco coronando. Por la noche, cuando están encendidas, crean un ambiente casi mágico a lo largo de toda la orilla de este río. Así que todo este espacio, ya te he dicho que son los jardines recién restaurados, es muy bonito y está quedando bien. Sobre todo, por la presencia de árboles tan significativos y nobles.

Al final del Paseo de la bomba, se encuentra la máquina de la fábrica de azúcar. Una pieza de museo que colocaron aquí para decorar. Forma una rotonda, solo para coches y justo al comienzo del Puente Verde. Superando esta rotonda, ya se llega al último tramo y fuente de este largo paseo. Y esta fuente es muy sencilla. Solo dos pilones en forma rectangular, con diez caños de agua en cada lado de los pilones. Surgen hacia arriba y caen al centro formando un arco que, en este caso, sería veinte arcos en cada pilar. Dibujan una figura muy bella. El pavimento, a los lados, es de mármol negro. Y más a los lados, hay algunos asientos y árboles. Y, los últimos metros de este Paseo de la Bomba, quedan rematados con un pequeño espacio cuadrado. Su nombre es plaza de San Pedro de Galatinos, el constructor del viejo tranvía a Sierra Nevada. Tiene este reciento, cuatro hileras de columnas de cemento, con hierros en forma de arcos que cubren por arriba y algunas plantas enredadas en estos hierros. También hay asientos a los lados.

En los extremos de los jardines y paseos que acabo de contarte, se encuentran los puentes del Genil, romano, y Verde, declarados monumentos. El Puente Verde debe su nombre a una construcción anterior en el mismo enclave, de madera pintada con ese color. También conocido como Puente de Sebastiani o de los Franceses, está edificado en cantería con un solo ojo de arco escarzano, cuya luz salva el ancho del cauce. Y el puente romano, cruza el río Genil donde el río Darro se junta con el hermano mayor que baja de las altas cumbres. Fue construido en el siglo XI, durante la taifa zirí, y tiene cinco arcos semicirculares apoyados en machones reforzados con tajamares.

81 - El jardincillo centenario junto al puente romano

Desde el centro del paseo donde se alza la Fuente de las Granada, aquella tarde, seguimos avanzando. También yo lo hago hoy. Aquella tarde ya el sol iba muy bajo. Y, aunque la fuente no estaba terminada, sus claros chorros sí fluían. La tarde seguía teñida de azul, por el cielo jugueteaban trozos de nubes blancas y negras y, la espesura y verde de estos jardines, se recortaba en el viento y en los colores puros del cielo. La tarde mostraba un hermoso escenario. Un cuadro fantástico saturado de colores, luces y sensaciones. También esta tarde de hoy se derrama hermosa pero atravesada de un fino dolor, por tu ausencia.

Seguimos y, antes de cruzar la carretera que separa de los jardines que hay junto al río, nos encontramos y me encuentro con otra acera. Es una franja, como de metro y medio de ancha, que recorre todo el lado derecho del Paseo del Salón. Su pavimento es empedrado granadino y, el borde, entre el empedrado y la carretera, son adoquines de granito. Al pisar esta acera te paraste y, durante unos segundos, miraste al suelo y me miraste a mí. Entendí lo que sentías y querías decir. Te pregunté:
- ¿A que es bonito?
- No me cansaré nunca de la belleza de este empedrado. ¡Me gusta tanto!

Cruzamos y esta tarde también lo hago. Enseguida pisamos y suelo de la tierra bermeja de los pasillos de este jardín del río. Vergel hermoso en un rincón chico justo al comienzo del puente romano, por delante de la Biblioteca Municipal y donde empieza el fabuloso paisaje de los jardines centenarios. Porque aquí mismo es donde comienza el verde y largo jardín de las riveras del río Genil. El que es bien conocido por los jardines del Salón y de la Bomba. Y el rincón en sí es tan hermoso, fresco, silencioso y verde que levanta el ánimo solo rozarlo.

Pequeños arriates discurren formando las calles de tierra bermeja y pequeñas plantas de flores rosadas engalanan en los trozos de tierra que delimitan los arriates. Y, entre estas plantas, emergen los gruesos troncos de los árboles. Queda, enseguida y por la izquierda, la fachada de la Biblioteca Municipal, las escaleras y la puerta. Y queda, el edificio de esta biblioteca, como camuflado entre el denso bosque de las ramas de los árboles centenarios, altos y gruesos. Justo en la misma fachada de esta biblioteca, hay una fila de cuatro robustos árboles. El que está más próximo a la puerta de la biblioteca es una palmera. Hermosa y alta y vieja, muy vieja. Su tronco presenta heridas y arrugas muy profundas, regalo del paso del tiempo. Los años la han ido pudriendo y por eso se le vez tan rota, tan escortezada. Pero transmite respeto y da mucha dignidad y nobleza al rincón donde crece. Tú, aquella tarde, pasaste y no te fijaste en ella.

Tampoco en el siguiente árbol, cerca de la palmera. Es un platanero, de la misma especie y grandiosidad que los que hay en la plaza del Campillo. Su tronco no tiene heridas como el de la palmera, sino que brilla plateado, a la luz de la cálida tarde de verano. Humedecido, aunque el calor de la tarde lo reseca y se funde con los colores del otoño. Por lo viejo que es y por la solemnidad que entrega. No solo al rincón donde crece sino a la tarde, al tiempo y a los sentimientos que en el alma se despierta. Tampoco tú aquella tarde te fijaste en este gigante hermoso. Y lo siento porque ciertamente, de la belleza madura, honda y serena que brota de este árbol y el jardín donde crece, es de donde está formada la verdadera alma de Granada.

Sí. No de voluminosos monumentos, como los que hay en tu ciudad y país, sino de armoniosos y serenos paisajes, árboles, y edificios. Poco cosa por fuera y en apariencia, pero por dentro, repletos de años, de primaveras y de inviernos. Granada se hunde en el océano del tiempo y por eso está llena, muy llena por dentro. En su corazón, en su alma, en su silencio, en su espera… Y estos árboles son uno más de los millones de pequeños matices de lo que te estoy comentando. Por eso es importante, merece la pena y es necesario, al pasar por aquí, mirar despacio cada árbol centenario de este jardincillo primoroso. En ellos palpita la esencia, la historia, el alma de Granada.

En línea recta con la palmera y el platanero, crecen otros dos viejos árboles. Estos son arces, de grupo de las coníferas y tienen troncos muy gruesos. Creo que se necesitan más de dos personas para abarcarlos. Y su altura, calculando a simple vista, me parece que superan los cuarenta metros. Tienen grandes ramas y, sus hojas, como las de los pinos pero más cortas, se verdeguean como las ovas.

¿Sabes? según voy con mi ruta por este rinconcillo, primoroso, fresco, con nobleza de aciano pero serenamente bello, me paro. Frente al edificio de la biblioteca y a unos seis metros y miro despacio. Me parecen tan importantes estos fantásticos y viejos árboles que quiero observarlos sin prisa. Y, mientras los miro, quiero pensar en ti por aquí aquella tarde. Pasaste justo por donde ahora me he parado pero, auque solicité tu atención hacia estos vetustos, no hiciste mucho caso. Miraste sin gran interés y seguiste caminando junto a tu amiga. Hacia la fuente redonda que tengo ahora a mi derecha y que también se mostraba luminosa. Dentro de un rato te hablo de ella. Sigo ahora explicándote lo que esta tarde me asombra por el rinconcillo ajardinado.

Por entre los dos arces que te he dicho, discurre uno de los pasillos de tierra que recorren todo el jardincillo. Todo el terreno que ocupa este verde espacio queda dividido en pequeños trozos de tierra con arriates y flores y pasillos para ir de un lado a otro. El pasillo que discurre justo por entre los dos troncos de arce, es el más transitado. Por él van y viene todas las personas que cruzan el puente romano y toma por el bulevar de la Virgen o al revés. Pero este pasillo no es insignificante. Precisamente por cruzar rozando el tronco de los dos gigantes, queda lleno de solemnidad. Los dos troncos, a los lados, lo escoltan majestuosamente y, como son tan ancianos y recios, convierten a este pasillo en una belleza única. Una maravilla quizá más importante que muchas famosas obras de arte. Por eso, aquella tarde, no me sentí bien cuando vi que no prestabas ninguna atención a estos árboles y caminillo. No pude hacer nada para remediarlo ni tampoco ahora. Pero te lo cuento por si, al leerlo, te sirve para reflexionar y corregir algo.

¿Sabes? Siempre he pensado que, cuando una persona no muestra interés por las cosas u otras personas, hay que dejarla. Hay que respetar a cada uno y no imponer nunca a nadie nada. No es bueno imponer ni tampoco obligar porque cada cual tenemos derecho a nuestra libertad. Y, sobre todo, cada persona tiene derecho, por encima de cualquier otra cosa, a ser respetado. Es lo que hice aquella tarde y es lo que hago ahora. Con sencillez y sin imponer, te cuento las cosas y, aunque no entienda tu forma de ser y comportarte, respeto.

Debajo de cada uno de estos dos árboles hay un asiento. Es parecido al que usaste aquellas primeras tardes por el barrio del Albaicín pero éste es de hierro. Por la derecha tengo una pared. Separa la acera por donde van los peatones y la calle de los coches de este jardincillo. Y tiene, esta pared, como una rotonda no muy pronunciada, que va llevando poco a poco a la entrada del puente romano. Porque ya te lo he dicho: este puente romano, llamado también del Genil, es solo peatonal.

Continúo mi ruta y avanzo por el pasillo que va por entre los dos viejos árboles. Y camino lento observando cada detalle para que no se me quede nada, por aquí, sin contarte. Y, en cuanto supero los troncos de estos gigantes, ya estoy en la reducida rotonda que rodea a la fuente. Es, la fuente y la rotonda de tierra bermeja, como una pequeña plaza en el corazón del rinconcillo verde. Como un espacio, libre de vegetación y con algunos asientos para que las personas se paren aquí a descansar, a charlar o simplemente a contemplar. Por eso, la rotonda en sí y la fuente, centro total del jardincillo, es acogedora y deleita. Queda refrescada por la gran pila de agua y por sus claros chorros y también por la sombra de los árboles que rodean. Los asientos de hierro que te he dicho, circundan todo el recinto y están puestos a la distancia conveniente.

Aquel día, la tarde de las cruces de mayo, no te sentaste en ninguno de estos asientos. Sí te acercaste a la fuente te paraste. Sin decir nada, te pusiste a mirar serenamente a las aguas y así te quedaste un buen rato. Tu amiga te daba compañía y yo observaba desde cierta distancia, sin pronunciar palabra. Pero en mi corazón, en aquel momento y ahora, sí le daba y doy gracias al cielo. Sabía y sé que tu fascinación por la transparencia de las aguas era y es importante, muy importante. Como si en tu alma existiera un hambre inmensa por lo bello, por lo elevado, por lo eterno.


82 - Ventana al corazón de Granada

Por eso recuerdo ahora lo que ocurrió aquella tarde. Frente al color verde azul de las aguas remansadas, estabas, serenamente mirando. Como metida en ti o como reflexionando en algo profundo. Y, tan recogida se te veía, que hasta preocupaba observarte no fueras a distraerte de la meditación. Al menos, así lo notaba y así lo pensé. Por eso, seguí situado al margen. A cierta distancia y de tu amiga, observando con serenidad y respeto. El vientecillo se movía despacio y el siseo de las hojas de los viejos árboles ponía música de fondo. Una armonía tan fina y clara que también hacía temblar a ciertas fibras en el alma.

Dijiste, sin dejar de mirar a la superficie azul verde de las aguas:
- Cuando me vaya de esta ciudad me gustaría llevarme conmigo su realidad más honda y buena.
- ¿En qué realidad piensas?
- Sé que llevármela en el recuerdo no será suficiente. Tampoco me servirán las fotos que hago ahora ni los objetos materiales que compro. Todo eso, en cuanto pasen unas semanas o unos meses o a lo más un año, se me irá borrando y se diluirá en la luz y el tiempo.
- ¿En qué estás pensando?
- En algo así como una ventana por donde poder asomarme al corazón de Granada. Para verla en su esencia más pura y luego intentar, desde ahí, recogerla y llevármela. ¿Existe alguna manera?

No contesté enseguida. Me di cuenta que, en ese momento, era necesario para ti el silencio. Y lo fue. Pasado unos minutos preguntaste de nuevo:
- Desde el Puntal de los Almendros que hay por encima de mi residencia ¿de qué modo podríamos abrir una ventana al corazón de Granada?
- ¿Y por qué desde el Puntal de los Almendros y una ventana al corazón?
- Porque los almendros son hermosos y, en sus flores, creo que se encierra un imperceptible camino a la ventana que te digo. ¿No te has dado cuenta de eso?
- Algo sí pero es más sentimiento que realidad concreta. ¿Para qué necesitas una ventana al corazón de Granada?
- Porque ya me he dado cuenta que si consigo encontrar esta ventana y mirar por ella, voy a verme a mí misma. Y no a mí de cualquier manera sino en lo más profundo de mi propia esencia. Y, además, también creo que voy a descubrir un camino, una forma para cambiar el mundo a la manera que sueño. ¿Cómo podríamos conseguirlo?

De nuevo guardé silencio. Medité tu pregunta y me dije que tu fantasía sí que era algo profundo y bello. Y, encontré que emanaba de un muy sincero sentimiento. Y, además, me gustaba lo que me habías dicho de los almendros que crecen en las tierras de esta ciudad mágica y de las flores que dan cuando llega la primavera. Seguiste preguntando:
- ¿Te imaginas lo fantástico que sería, desde el Puntal de los Almendros y entre sus ramas y flores, mirar por la ventana hacia dentro?
- Sí que me lo imagino. Y creo que sería bueno y realmente bello. Pero si llegaras a conseguirlo ¿de qué manera podríamos recoger la esencia, los latidos, la pura belleza de Granada para llevártela contigo cuando te vayas a fin de que no se te diluya nunca en la luz y el tiempo?
- En esto quiero contar contigo.
Y me alegré oír tal deseo. Pero, como seguía sin tener claro tu sutil sueño, volví a preguntar:
- ¿Y cual sería mi papel en esta ilusión tuya?
- El papel, te lo diré luego, pero lo más real y práctico, es que me ayudes a recoger la esencia que estoy pretendiendo encontrar en el corazón de Granada.

Otra vez guardé silencio. Pero, para mí, me dije: “¡Ventana al corazón de Granada, camino para ir a modelar un mundo mejor, recoger esencia que nada tenga que ver ni con fotos ni objetos que se puedan comprar en las tiendas…!” Regresé a la realidad de la tarde, del lugar y del momento y dije:
- Antes de que te vayas, prepararé mi cuaderno y empezaré a escribir en él. Voy a necesitar recoger, en la medida que pueda, la esencia, latidos y verdad de esta ciudad “mágica”. Cuando tenga terminando el libro te lo regalo. A lo mejor no consigo mucho pero puede servirte para que no se te olvide nunca el misterio que tanto te fascina en esta ciudad. Y estoy procurando que sea lo que me has dicho: una sencilla ventana al corazón mismo de Granada.


83 - Aproximación al Puente Romano

La fuente donde se remansan las azules y verdes aguas, está formada con un pequeño muro de cemento, coronado con una sencilla baranda de hierro. Es una obra moderna, poco importante, donde lo más significativo, no es la obra en sí, sino el agua. Los chorros surgen desde el centro hacia fuera y a la inversa. Nada espectacular pero sí lo suficiente para crear un ambiente muy especial en el recogido rincón. La gente pasa, recorriendo el círculo de tierra que deja a la fuente en el centro, y van a lo suyo. Solo algunos, como yo, se paran, miran o se sientan. Pero la mayoría caminan y siguen como tú aquella tarde. Es la ciudad, es la vida. Casi todo es ir con prisas para no llegar tarde aunque luego, al final, nada sea importante.

Los plataneros que hay más cerca del río se ven muy verdes. Desde que arreglaron un poco estos jardincillos, todas las plantas parecen haber revivido. Como si se hubieran llenando de sabia joven. Ahora tienen riego por goteo y eso les da la vida. Antes de llegar al muro que encuadra al río, hay otra calle ancha, también de tierra roja. Y, a continuación, ya es acera. Se va río arriba hasta el Puente Verde y río abajo hasta la circunvalación. Pero lo que esta tarde y aquel día, importaba, es el puente romano. Ya estoy casi rozándolo. Me aproximo a su comienzo y lo hago despacio. Como tocándolo con cuidado y mirando muy atento para verlo todo.

Junto a la baranda, nada más llegar a la entrada del puente, de nuevo me paro. Miro para atrás, para comprobar cómo se ve desde aquí el rincón del jardincillo, y lo descubro grandioso. Muy tupido de verde y, destacando la fuente, en primer plano. Desde ella, seguiste y te fuiste viniendo para la entrada del puente. A la luz más hermosa de la tarde, al azul del cielo más puro de la primavera y al brillo de las nubes que con el airecillo jugaban. Desde la entrada al puente viejo parece como si la ciudad de pronto se acabara. Y es así: no hay calles por aquí, solo el empedrado del pavimento, adoquines de granito y las personas caminando en las dos direcciones. Me di cuenta, aquella tarde, que tampoco prestabas mucha atención a lo que yo ahora sí. Pero tú, aquella tarde, tenías tu pensamiento en la imagen de tu lejano país. Allí estaba tu sueño y corazón mientras tu cuerpo de carne y hueso caminaba por aquí. Esta tarde ya estás plenamente allí y, en este rincón de Granada, ahora solo hay de ti lo que en mi mente imagino. Nada ni nadie más te siente ni te ve ni te echa de menos. ¡Fíjate cómo son las cosas!

Miro despacio, desde este comienzo del puente romano en el río Genil, y no puedo apartar mis ojos de los viejos árboles. Los que ya te he contado. Desde este lugar y, a cierta distancia, se ven mucho mejor. Y no solo sus troncos sino sus airosas ramas y sus rectas figuras emergiendo desde la espesura del jardincillo. Sus copas se recortan en el azul del cielo y el airecillo las cimbrea. Parecen pirámides vivas que quisieran sujetar al cielo que les corona. Y, como su verde es tan brillante y fresco, agrada contemplarlos. Simplemente ponerse aquí, sobre la baranda del río y mirar como yo lo hago ahora. La visión resulta hermosa. Porque, a mi derecha y río arriba, se ve todo el filo del jardincillo. Con los pinos, la palmeras, los cedros, los plataneros y las blancas farolas que se clavan en el muro del río. Al fondo ya del todo, se ven las últimas casas de la ciudad, el valle por donde llega el río y las montañas de Sierra Nevada.

Por mi derecha, pero ya al otro lado del río y subiendo, veo dos altas torres. Desde aquí, quedan algo lejos y en lo que es otro rincón de Granada que tampoco anduviste. ¿Que por eso te gustaría saber algo del edificio de estas torres? Es el museo y antiguo Monasterio de San Jerónimo. Su construcción es del siglo XVI 1504. De estilo gótico y renacentista y fue fundado por los Reyes Católicos tras la conquista de Granada. En el recinto del monasterio trabajaron numerosos artistas granadinos de todas las épocas. El paisaje lo conforman naranjos, agua, un colegio, una iglesia, un hotel y el río Genil que lo bordea. ¿Sabes? Este otro amplio barrio de Granada, más próximo a las altas cumbres, también está lleno de vida y de pequeños rincones bellos. No lo anduviste. Y, sin embargo, también es muy grande y en general, se le conoce con el nombre del barrio del Zaidín.

Aquella tarde y ésta de hoy, el río por aquí, no llevaba mucho agua. Casi nunca este cauce lleva mucho caudal. ¿Y sabes por qué? Ya lo dije en otro lugar pero lo amplio ahora: las aguas que bajan de las nieves de Sierra Nevada casi todas se quedan en el embalse de Canales. Uno de los pequeños pantanos que surten de agua a la blanca ciudad de la Vega. Y la que, desde el pantano para bajo corre, se la llevan luego por la histórica Acequia Gorda para regar las tierras fértiles de la extensa Vega. Pero también quiero decirte que, la poca agua que este río lleva a su paso por el corazón de Granada, siempre baja limpia.

Dejo la baranda de hierro donde me he parado un rato para volverme y mirar y avanzo lentamente. Por un trozo de calle que, desde los jardines y la fuente, acerca al puente romano. Nada más pisarlo, por la derecha, veo un quiosco de prense. Justo en la ancha acera que discurre siguiendo la pared que separa al jardincillo de la parte peatonal y la de los coches. El trozo de calle que por aquí ahora piso me la voy encontrando pavimentada con el típico empedrado granadino: fondo de piedrecillas blancas y dibujos con piedrecitas negras. Y, justo a la entrada del puente, todavía se ve un hito de piedra de granito. ¿Qué no sabes que es esto? Lo explico: es un bloque de piedra natural, tallada a base de cincel y martillo, que en otros tiempos ponían en las carreteras para ir dando cuenta de los kilómetros. Esto es algo que ya también se ha perdido. Pero, exactamente este bloque de granito, es un hito de aquellos tiempos. Y en él veo grabado un número que hace referencia a kilómetros. Es el número 433. Si aquella tarde me hubieras preguntado no te habría podido decir más de lo que ahora he dicho.

Aquí mismo, a la entrada o salida del hermoso puente romano, algunas veces venden flores. Y casi siempre son nardos. ¿Que sabes poco de estas flores? Su nombre científico es, Polianthes tuberosa, el nombre común, Nardo, Vara de San José y pertenecen a la familia de las Amaryllidaceae. Procede de México y es muy común en todo Centroamérica. Los nardos son unas plantas muy apreciadas tanto por la fragancia que desprenden como por la belleza de sus flores, que pueden ser blancas o rosadas. Éstas se encuentran reunidas en espiga en el extremo de un tallo que puede llegar a hasta 80 centímetros de altura. Contrastan estos colores con el verde brillante y ligeramente carnoso de las hojas, que se distribuyen en la base de los tallos y que soportan bien el peso de las flores.

Aquel día había una mujer sentada justo aquí mismo y vendía estas flores. También la encuentro en el mismo sitio esta tarde. Al verla aquel día preguntaste:
- ¿Y por qué justo aquí se pone a vender estas flores?
- El Santuario de la Patrona de Granada, la Virgen de las Angustias, ya has visto que ha quedado un poco más atrás. Solo a unos trescientos metros de aquí. Y, como estás comprobando, por este puente transita mucha gente. Algunos y, de vez en cuando, al pasar se paran y compran una ramitas de estas flores de nardos. Siguen y, al llegar al Santuario de la Patrona, entran al templo y se las regalan a la Virgen. Un detalle de cariño, comportamiento de personas buenas o porque están agradecidos por alguna cosa que les haya concedido la Señora.
- ¿Y por qué solo flores de nardo?
- Son las más delicadas para regalar a la Virgen. Y ya estás viendo que son blancas, pequeñas y trabadas en una ramita y huelen a pureza y a cielo.

Te quedaste mirando a la mujer que vendía las flores. Ella te miró y ninguna de las dos dijisteis nada. El color de los nardos, blanco puro de nieve sin mancha, se confundió con el tono también blanco de tus pantalones y camisa. Y me alegré, una vez más, de este gusto tuyo por lo inmaculado. Y, no sé por qué, en ese momento pensé en la Virgen y en su santuario y en ti con ella, entre las flores blancas de nardo. También lo pienso ahora y con mucha fuerza. Tu ausencia y el recuerdo de tu persona por este lugar de Granada, despierta en mi corazón un especial sentimiento. No sé explicártelo pero sí percibo que es como una oración muda y con olor a flores de nardo. Y me alegro que la Virgen de las Angustias se encuentre en el centro de la tarde y del sentimiento que describo. Nada podría ser, en este día de tu ausencia para siempre, más inmaculado para ti, para mi alma y para el cielo.

Por la derecha del puente y, también a la entrada, hay un hombre sentado. Distanciando de la mujer que vende flores. Y tiene en sus manos un viejo acordeón. Toca melodías tristes y pide, a los que pasan, algunas monedas. Desde hace un tiempo, en algunos rincones de esta ciudad, se ponen y tocan sus instrumentos personas como este hombre. No son ni de esta ciudad ni de España. Han venido de otros lugares del mundo y, ahora por aquí, intentan ganarse algunas monedas de esta manera. ¿Mi opinión sobre ello? Pues que no es propio de Granada pero muchos lo respetan y también yo. Bien sabemos que la vida, ni para ellos ni para ti ni para nadie, es fácil en este mundo. Tú, aquella tarde, no viste por aquí nada de esto.

El pórtico que abre paso al puente, es muy hermoso y en él, sí te fijaste. Al comienzo del muro gris, a ambos lado escolta a lo largo de todo el puente, saludan dos pequeñas estatuas de piedra. Dos leones sentados que miran enfrentados. La piedra de lo que están hechos se ve muy vieja y por eso están desgastados. En estas figuras sí te fijaste. Y hasta te paraste junto al que está a la derecha, según se entra. Sobre la efigie del león pusiste tu mano, miraste a tu amiga y luego dijiste:
- ¡Fijaros en esto!
Y te miró. También pero no entendí. Tampoco te pregunté. Pero sí quiero hacerlo ahora: ¿qué fue lo que nos querías decir?
Avanzo ya pisando los adoquines del pavimento y miro. Tendrá este puente, la calle por donde las personas vamos, unos diez o quince metros de ancho. Empedrado con adoquines pequeños. Como eran estos bloques de piedra en tiempos pasados. Los adoquines que tallan ahora son mucho más grandes. Y el granito de los adoquines que pavimentan es de color gris y otros con tono rojo. Dos colores naturales de las rocas de donde han sido sacados.

Por este puente, ya lo dije, no pasan coches. Es solo peatonal y eso le da una gran dignidad. El puente por donde pasan los coches queda un poco más abajo, a la derecha según avanzo y avanzábamos aquella tarde. Y lo construyeron muy pegado a este puente romano. Pero aquel, todo es puro cemento y asfalto negro. También es mucho más moderno, de hace tan solo unos años. Por debajo de él corren las aguas del Genil y las del río Darro. Porque justo aquí, es donde el Darro se junta con el primero de los tres ríos de Granada. Y lo hace serenamente. Sin ningún tipo de espectáculo ni con gran despliegue de belleza. Tanto cemento lo encierra y lo cubre que lo que, en otros tiempos sí fue un muy natural y hermoso paisaje, hoy ni siquiera es vistoso. Pero, hacia esta parte de los ríos y de los puentes, reclamé tu atención aquella tarde. Solo para que vieras y conocieras donde se junta el cauce que atraviesa Granada con el que desciende de las cumbres de Sierra Nevada. Miraste y no hiciste ningún comentario. Sin embargo, me quedé satisfecho porque aprendiste dos cosas más de esta, para ti, ciudad mágica.

Unos segundos después y, cuando ya íbamos como yo ahora, por la primera parte del puente romano, dije:
- Como ves, el río claro que baja de las cumbres alta, divide la ciudad en dos. La parte que estamos dejando atrás, ya has visto que pertenece a la ciudad antigua. Y la parte que vemos al frente, la que pisarás nada más terminar de recorrer el puente, pertenece a la ciudad moderna. El amplio y llano barrio del Zaidín, con otros barrios a los lados y los pueblos pequeños que también se van juntando.
Seguiste mirando y no preguntaste ni dijiste nada.

He avanzando como unos diez metros siguiendo la calle que va por el puente. Y ya me acerco a donde fue la despedida. Justo antes de llegar a la mitad del puente. Me emociono y voy temblando. ¡Es tremendo el recuerdo! Y, lo mismo que aquella tarde, la gente pasa y ni siquiera advierte que voy por aquí. Y menos todavía perciben qué es lo que hay en mi mente ni lo que en el alma se agita.


84 - La despedida de aquella tarde de primavera

Sobre el muro de la izquierda, a la altura de la mitad del puente, me he parado. De espaldas a las personas que pasan y mirando para las cumbres de Sierra Nevada. Lo mismo que hice aquella tarde. Pero, como hoy es verano, las altas cumbres no están blancas. Aquella tarde, sí. Brillaban con la blancura de los nardos que venden a la entrada del puente.

Y, apoyado en este viejo muro de piedra, miro a lo lejos. Sueño y recuerdo. Como si, por aquellas lejanas y altas cumbres de Sierra Nevada, te hubieras ido para siempre. Y fue así aunque ocurrió en el mismo centro de este puente. Al llegar justo a donde ahora me he parado, dijiste:
- Mi amiga y yo queremos ir el desfile de caballos.
El desfile había sido ya. A las dos de la tarde de aquel día de mayo. Pero, los periódicos decían que, en la explanada que hay por delante del Palacio de Congresos, entregaban los premios. Y por eso los caballos, todos los que habían desfilado por las calles de Granada, estaban por aquí concentrados. Y, a esta concentración, entrega de premios y desfile, era a donde querías ir. Y lo entendí: querías hacerlo junto con tu amiga. Por eso, a tus palabras, no hice ningún comentario. Simplemente me quedé parado, te di las gracias y también a tu amiga y, a continuación dije adiós. Sin más despedida, sonrisas ni abrazos.

Me acerqué al muro de piedra donde ahora mismo estoy parado y me puse a mirar las aguas del río. También a la blancura de la nieve en las altas cumbres y al azul del cielo. Y, sin pretenderlo, sentí como de mi pecho brotaba una oración y, de mis ojos, un par de lágrima. Miré, también sin pretenderlo, y te vi alejarte de espaldas por el pasillo del puente viejo. Y el color blanco de tu traje de lino se me empezó a confundir con el resplandor de la nieve en las altas cumbres. Quizá porque sabía que, unos días más tarde, ya te irías definitivamente de Granada. En un vuelo, para mí, misterioso que surcaría por encima de estas cumbres blancas. Y sabía que, al final de este vuelo, al otro extremo del Planeta Tierra, aterrizarías. En las tierras de tu lejano país, desconocido para mí, pero también blanco. Cubierto con la misma alfombra de nieve que brillaba aquella tarde en las altas cumbres de Sierra Nevada.

Por eso, aquella tarde de mayo, miré mudo mientras te alejabas. De espaldas, como ya he dicho, y sin pronunciar palabra. Y, como los ojos se me habían llenando de lágrimas, comencé a verte borrosa. Como si el viento mismo te hubiera dado su abrazo y, fundida con él, te llevara. Por lo menos, así lo volví a ver en mi sueño. Bajábamos por el final de la Carrera de la Virgen y, una ráfaga de viento, arrastró las hojas de los árboles. Como si no pesaras y, en ese mismo momento, te lanzaste al aire y te pusiste a volar. Mis ojos te vieron. Tumbada sobre los brazos del aire te ibas, te alejabas y te remontabas cada vez más hacia el cielo. Por encima de los árboles del paseo del Salón y luego por encima de la ciudad de Granada y de las colinas de la Alhambra. Por ahí seguiste alejándote y, al poco, ya te perdiste por entre el resplandor de las nubes y la blancura de las cumbres en Sierra Nevada. Y supe, en ese mismo momento, que te marchabas definitivamente. Hasta el final de los tiempos.

Es lo mismo que pensé en la tarde de las cruces de mayo. Y es lo mismo que sigo pensando esta otra tarde de verano. Por eso he venido hasta este rincón de Granada y por eso me he parado aquí. A meditar, por unos minutos, aquel último momento. Sigo mirando para las altas cumbres y creo que continuo rezando mientras pienso. Voy a quedarme en este sito un poco más. Sin mirar a ningún otro lado ni a las personas que por aquí pasan. Luego, antes de que caiga más la tarde, me volveré para atrás. Me acercaré a la mujer que vende nardos en la entrada del puente y le compraré un puñado. Seguiré caminando, como de vuelta igual que aquella tarde, pero me detendré en el Santuario de la Virgen. ¿Sabes para qué?





85 - El Santuario de la Patrona de Granada

Dejo el sitio que he ocupado en el muro del puente, giro y vuelvo sobre mis pasos. Para atrás con la intención de regresar, convencido, también esta tarde, de que ya nada puedo hacer para cambiar la realidad. Te fuiste y, aunque durante unos días más, seguiste presente en esta ciudad, ya nada fue lo mismo porque no estabas. Tampoco ahora. Los últimos rayos de sol, en esta tarde de verano, se reflejan en el agua que va por el río. También en las copas de los árboles del jardincillo y en las dos torres del Santuario de la virgen. Como si fuera otro día más de los muchos que van pasando. Y es otro día más para todo y para todos excepto para mí. Pero lo mío, solo mi cuaderno y el cielo saben que es distinto. Porque, fuera de mi corazón y sueño, todo sigue su ritmo. Por eso, mientras ya camino mezclándome con las demás que van y vienen por este puente, a todos y todo lo sigo viendo como en otra realidad. Ajeno a mí y a lo que por aquí me ha traído.

Llego a la mujer que vende flores, me paro frente a ella y le pido que me dé un puñado.
- De las más frescas y olorosas.
- Estas son las mejores flores que nunca nadie por aquí haya tenido.
- ¡Me alegro!
Me las alarga, las cojo en mis manos, se las pago, le doy las gracias y sigo. Ajeno, como ya he dicho, a las personas que por aquí se mueven y ajeno a la tarde y al vientecillo fresco que empieza a levantarse. Salgo del puente, giro para la derecha, cruzo el jardincillo de los cedros centenarios, cruzo la carretera del asfalto negro y rozo la Fuente de las Granadas. Ahora, algunos jóvenes esperan sentados. Según la tarde se marcha y la noche se acerca, empiezan a brillar las farolas del paseo del Salón. También las aguas de esta fuente y el bulevar de la Virgen, al frente.

Cruzo la segunda calle y comienzo a subir por la Carrera de la Virgen. El airecillo de la tarde, en este momento, parece que llega con mucha fuerza y en mayor cantidad. Y digo esto porque, los grandes árboles que por aquí fuimos contando aquella tarde y también hoy yo, ahora se mecen muy agitados. Y se mueven tanto y tanto se cimbrean sus ramas y se estremecen sus hojas, que la tarde entera y todo el paseo, se llena por completo de quejidos de viento. Como si no existiera, ahora mismo, más sonidos en toda Granada que el murmullo del aire rompiéndose por entre las ramas y hojas de estos árboles. Como si ya hubiera llegado el otoño que tanto he comentado.

¿Y sabes? Mientras me acerco al Santuario de la Virgen con mi ramo de flores en la mano, una vez más digo que ya no tengo nada que ofrecer. Ya me he quedado vacío. Sin ningún sueño que compartir y sin ningún rincón más que contar de Granada. Me he quedado sin nada. Solo este trozo de paseo que recorro dirección al Santuario de la Virgen, el aire que se quiebra por entre las ramas de los árboles, la tarde en su momento final y mi deseo de entrar al templo sagrado para rezar. Nada más tengo. Y por eso estoy sintiendo que mi soledad, a partir de ahora, será grande. Me voy acercando al Santuario. Ya estoy casi en la puerta y, ahora mismo, todavía quiero compartir una pincelada más de los rincones de esta ciudad. Recuerdo que tenías interés, cuando por aquí mismo pasaste aquella tarde, en saber de este templo y de la Virgen. Y dije que te lo explicaría pero en su momento. Creo que ahora mismo es el momento. Justo cuando voy a entrar, de este Santuario y de la patrona de la ciudad, te digo que:

La devoción de Granada a la Virgen de las Angustias se remonta a los días mismos de la Reconquista, como regalo de la Reina Católica. Isabel había nacido en Madrigal. Su padre, Juan II de Castilla, murió cuando ella contaba tres años. Su madre, Isabel de Portugal y segunda esposa de Don Juan, se tuvo que retirar, a la muerte del rey, al palacio de Arévalo. Aquí estuvo Isabel hasta los doce años. Esta estancia fue buena para la formación espiritual de la Reina Católica y para la historia mariana de Granada. En Arévalo se profesaba una devoción especial la Virgen de las Angustias. Cuando, a los doce años, la reclamó su hermano Don Enrique, Isabel se marchó de Arévalo con el corazón partido, porque dejaba allí lo que más amaba en la tierra: a la Virgen de las Angustias y a su madre.

Los reyes habían establecido su cuartel general en la ciudad de Santa Fe. El viernes 2 de enero de 1492 salieron de allí con dirección a Granada. El rey don Fernando llegó hasta el puente más cercano a Granada, junto a la ermita de San Sebastián, entonces mezquita. La reina se quedó en Armilla. Boabdil hizo acto de homenaje primero al rey y luego a la reina. Luego continuó con dirección de la Alpujarra. Mientras ondeaba en la Alhambra el estandarte real y el de Santiago, se entonó el Te Deum y el ejército se arrodilló junto al río Genil. "Enero se había disfrazado con capa de mayo." Fray Hernando de Talavera, obispo de Ávila, bendijo la mezquita Taybin o de los convertidos, hoy iglesia de San Juan de los Reyes y en ella se celebró la misa, ante un cuadro de la Virgen de las Angustias, donación de la reina. Se trata de una pintura en sarga del siglo XV. La Virgen está de pie con su hijo, muerto, en el regazo.

No fue este primer templo de Granada el escogido por la Virgen de las Angustias para iglesia suya. El lugar escogido por Ella estaba muy cerca del río Genil y del puente donde los reyes y su ejército habían entonado el Te Deum el día de la toma. Aquí se empezó a venerar, muy pronto también, una segunda tabla de la Virgen Dolorosa, probablemente regalo de los mismos Reyes Católicos. La ermita era pequeña y hubo que edificar a su lado otra iglesia el año 1570, que pasó a depender de la nueva parroquia de Santa María Magdalena. En 1609 fue elevada a parroquia independiente. El concurso de fieles crecía cada día más. Se impusieron nuevas ampliaciones el 1626 hasta que se construyó la actual basílica el año 1668. Sus torres son del siglo XVIII. La escultura de mármol que hay en su fachada, de la Virgen de las Angustias, es de Mora y se hizo el 1665-66. Se puso fuera para facilitar el culto en las horas en que la iglesia estaba cerrada. El interior de la iglesia es de una sola nave, con capillas laterales y el crucero, que cubre una bóveda de orden toscano. En el altar mayor, todo él de mármol con finas incrustaciones y mucha talla y escultura, un arco central se abre hacia el camarín, magnífica obra de tipo churriguera granadino, para dejar ver a la imagen de la Virgen en su trono, bajo una cúpula, que sostienen cuatro columnas salomónicas, de mármol negro.

El alma de este templo es la imagen de la Virgen de las Angustias. En la tabla primera, que se veneró a los principios, la Virgen estaba de rodillas y con las manos cruzadas sobre el pecho, que atravesaban siete puñales. La célebre Dolorosa, que José de Mora hizo el 1671, se debió inspirar en ella. Para las procesiones se hacía necesaria una escultura y la Hermandad se hizo pronto con una mediana "dispuesta a semejanza de la tabla original". La corona, de estilo renacimiento español, es de oro, con de más de 6.000 piedras preciosas. Como la devoción y la protección de la Virgen se extendía de hecho a toda la archidiócesis de Granada, el arzobispo don Balbino Sanatos pidió y obtuvo de Pío XII la ampliación de su patronato canónico. Esto sucedió el año 1948. Con este motivo se inauguró un himno oficial con música de Luís Urteaga y letra del presbítero don José Fernández Crespo.


86 - Adiós y un abrazo

He llegado al lugar. Estoy en la misma puerta del Santuario de la Patrona de Granada. Me paro un momento. Miro despacio, como si quisiera verte para pedir que entres. Empujo la puerta y paso. Me encuentro el recinto iluminado pero en un resplandor tenue. Todo muy en silencio, recogido, fresquito y con un delicado olor a incienso. En los bancos, solo algunas personas sentadas, otras de rodillas y algunas más rezando en las capillas de los lados. Al final, el gran camarín donde se recoge y desde donde mira la Virgen. A este lugar me acerco, con el ramo de flores en las manos.

Entro por la puerta de atrás, me aproximo al ámbito del camarín, saludo a la Señora que tan amada por la ciudad de Granada, pongo a sus pies las blancas flores y aquí me quedo. Sin saber qué hacer ni qué decir pero sí tengo claro que he venido a Ella por ti. Porque necesito que el cielo le dé sentido a tu presencia por Granada, en aquellos días y tu ausencia ahora y para que firme todo lo que he ido recogiendo en mi cuaderno

Y por eso también le pido a la Virgen que te bendiga y que cuide a lo largo de la vida que aun te quede en este suelo. Aunque ya vivas para siempre, tan lejos de aquí. Nosotros sabemos que te hemos querido como a algo puro y bueno. Como a la más digna y hermosa entre las criaturas que Dios haya puesto en este suelo. Pongo punto y final en mi cuaderno. Todo lo dicho vale porque es sincero y lo mismo este momento de oración junto a la Virgen. ¿Sabes? La vida es mejor comprendida mirando para atrás pero sin dejar nunca de mirar al frente. Es lo que he pretendido: ayudarte un poco a que encuentres la respuesta dentro de ti. Así que te doy gracias y, al cielo, porque me habéis permitido vivir este sueño. Adiós y un abrazo.

Granada, 1-11-2007